El primer ministro británico, Rishi Sunak, ha sorprendido al convocar unas elecciones generales el 4 de julio, cuando la premisa que manejaba su propio partido es que los comicios tendrían lugar, al menos, en otoño. Con los conservadores a una media de veinte puntos por debajo de los laboristas en las encuestas, y sin necesidad imperiosa de enfrentarse a una cita con las urnas para la que tenía de margen hasta enero, la maniobra ha sido interpretada como un arriesgado ejercicio de cálculo de riesgos en el que la conclusión de Sunak y su círculo más próximo ha sido que cuanto antes sean los comicios, mejor para los tories.
Hace meses que en el Reino Unido domina una sensación de cambio de ciclo. Los conservadores acumulan 14 años en el poder, los cinco primeros en coalición con los liberal-demócratas, y un récord de cinco premiers, dos de ellos mujeres (Theresa May y Liz Truss), en los apenas ocho años transcurridos desde que David Cameron dimitiese como consecuencia de la derrota de su apuesta por la continuidad en la Unión Europea en el referéndum del 23 de junio de 2016.
Pero el volantazo anunciado por Sunak en una lluviosa comparecencia en Downing Street ha extrañado, ante la dificultad que hasta sus defensores más acérrimos encuentran para identificar qué beneficios puede reportar una convocatoria anticipada. De nuevo, los cabezas de cartel son hombres, ya que el aspirante laborista que se enfrentará a Sunak y que, según los sondeos, se mudará al Número 10 de Downing Street en julio tiene nombre masculino: Keir Starmer.
A diferencia de los conservadores, que tuvieron a tres mujeres al frente de la formación, dos de ellas, Margaret Thatcher y Theresa May, también como candidatas electorales (Liz Truss es la tercera en discordia, pero en su breve mandato de 49 días no tuvo tiempo de enfrentarse a una cita con las urnas); el Laborismo nunca ha contado con una líder femenina, si bien la número dos del partido es una mujer, Angela Rayner, potencial viceprimera ministra en un posible gabinete laborista; y Rachel Reeves podría también marcar un hito si su partido gana las elecciones y ella se convierte en la primera ministra de Finanzas en la historia de Reino Unido (Chancellor of the Exchequer, el nombre oficial en inglés, un puesto que lleva a su titular al Número 11 de Downing Street).
Si la hipótesis generalizada hasta este miércoles descartaba unas elecciones en verano, el anuncio ha resultado más inesperado todavía porque, hace menos de tres semanas, los tories habían sufrido un serio correctivo en las locales parciales celebradas en Inglaterra. Aquella votación estaba considerada como el oráculo que determinaría cuándo serían las generales: si el primer ministro no se animaba a convocarlas como resultado del batacazo, la fecha indudablemente sería, según se interpretaba, a partir de otoño. Sin embargo, en su discurso para justificar una decisión que había provocado el frenesí durante horas en los corrillos políticos del Reino Unido, el dirigente conservador enmarcó la decisión del 4 de julio como un debate casi existencial en el que los británicos tendrán que elegir “en quién confían”.
Consciente del contexto de paulatina inseguridad que domina a escala global, Sunak apuntó los cimientos sobre los que erigirá su campaña para una reelección que la demoscopia considera remota: el concepto del riesgo, tanto para la seguridad nacional, presentando a los conservadores como la formación que garantiza la inversión en Defensa (han comprometido ya un aumento del gasto hasta el 2,5% del PIB); como para la recuperación económica, ya que los datos apuntan a una mejoría tras el coqueteo de Reino Unido con la recesión y la inflación, tras años en cabalgada libre, vuelve a estar bajo control.
El problema es que, de acuerdo con los sondeos, el electorado parece no escuchar ya. Aunque la Oficina Nacional de Estadística ofrece buenas noticias en tiempos recientes, la relativa evolución en positivo experimentada por la economía sigue sin dejarse notar en los hogares; y las diferencias fundamentales con el Laborismo tampoco son tan acusadas como para marcar la campaña, puesto que la formación de Keir Starmer acepta, en términos generales, la aproximación de los tories en materia de responsabilidad fiscal; y también ha reconocido la necesidad de apuntalar la inversión en Defensa.
El inesperado movimiento de Sunak, por tanto, parece sugerir que el primer ministro es consciente de que el panorama no va a mejorar sensiblemente como para evitar la sangría que los tories sufren desde hace meses, como evidencia el goteo constante de diputados que anuncian que no van a presentarse de nuevo a las elecciones para intentar revalidar su escaño. Apuestas de cabecera como el plan de deportaciones de los migrantes en situación irregular a Ruanda se enfrentan a incómodos desafíos legales que podrían perjudicar la imagen pública del compromiso del Gobierno de ‘parar los botes’ que llegan procedentes del Canal de la Mancha (el mantra stop the boats es uno de los más repetidos por Sunak desde que se mudó al Número 10).
Como consecuencia, lanzarse a unos comicios que las encuestas dan por perdidos podría constituir una estrategia desesperada de minimización de daños, para reducir la escala de pérdida de asientos en la Cámara de los Comunes, tras la rotunda victoria del partido en las últimas generales, en las que habían logrado una mayoría absoluta de 80, la mayor para la derecha británica desde el zénit de Margaret Thatcher, con Boris Johnson como cabeza de cartel y el Brexit como axioma de campaña.