Tras apenas cinco días de inesperada ofensiva, varias facciones islamistas -con Hayat Tahrir al-Sham, un grupo heredero del yihadista Frente Al Nusra, a la cabeza de ellas- reivindicaban la toma de Alepo, la segunda ciudad en importancia de Siria, centro económico y lugar cargado de simbolismo -la urbe fue escenario de cruentos enfrentamientos hasta su recuperación por parte del régimen en diciembre de 2016 gracias al apoyo ruso- tanto para oposición como para la dictadura de Bachar al Assad. Damasco admitía este fin de semana el fulgurante avance rebelde, que anticipa una nueva batalla por el país de Oriente Medio 13 años después del inicio de una destructiva (como pocas) e inacabada guerra civil.
Qué ocurre
Después un fulgurante avance -la reactivación de la guerra se produjo el pasado 26 de noviembre-, que culminó con la toma de Alepo el sábado 30, los progresos insurgentes experimentan cierto estancamiento en las últimas horas después de hacerse con Alepo, su aeropuerto y cortar la principal ruta entre Damasco y la citada ciudad del noroeste. Además, los rebeldes aseguran haberse hecho con Tel Rifaat, una ciudad cercana a Alepo en manos de las fuerzas kurdas sirias respaldadas por Washington. Las autoridades sirias -que reconocieron el sábado la retirada de sus tropas de la provincia de Alepo- comenzaron ya el viernes a bombardear posiciones de las milicias islamistas.
El sábado, a los aviones sirios se unieron los de la Federación Rusa, el más firme de los aliados del régimen baazista, en la contraofensiva aérea. Los bombardeos sobre posiciones insurgentes en las provincias de Alepo y de Idlib -situada al suroeste de la primera y en manos de los yihadistas desde hace tiempo- continuaron, y se recrudecieron, este lunes. También hoy desde Moscú y Teherán -la República Islámica es otra sólida aliada de la Casa de Assad- el mensaje ha sido claro: el apoyo a Damasco es “incondicional”.
El paso de los días dirá si el respaldo militar que Putin, en un momento decisivo en la guerra en Ucrania, está en condiciones de brindar a Assad -que sigue controlando entre el 65% y el 70% del territorio sirio- en estos momentos resulta suficiente para frenar el avance rebelde.
No es casual que con una Rusia que acusa el desgaste de casi dos años de guerra, un Irán golpeado por las sanciones occidentales, una Hizbulá castigada por la ofensiva israelí y también una Siria bombardeada -frontera con el Líbano y Damasco- en las últimas semanas por parte de Israel, los rebeldes hayan querido aprovechar el momento. Con una tregua precaria en el Líbano y la guerra en Gaza aún abierta, el riesgo de que el conflicto en Siria escale e incluso acabe afectando al vecino Irak es elevado.
Desde que en 2020 Ankara y Moscú se pusieron de acuerdo para poner fin a la contienda, Siria está dividida de facto en tres. La mayor parte, en torno al 65-70% de la superficie del país, se encuentra en manos del régimen de Assad. El resto del territorio se encuentra dividido grosso modo en dos áreas. El control de la primera, situada en el noroeste y con centro en Idlib y ahora Alepo, se lo reparten facciones rebeldes de corte islamista radical y Ankara a través de sus propias tropas y su alianza con organizaciones opositoras como el denominado Ejército Nacional Sirio, toda ella convertida en un espacio estratégico para la seguridad de Turquía. La segunda, situada en el noreste, está dominada por las (mayoritariamente kurdas) Fuerzas Democráticas Sirias, las cuales cuentan con el respaldo de Estados Unidos.
Quiénes se enfrentan
La variopinta amalgama de formaciones de corte islamista que trata de avanzar posiciones en el noroeste de Siria la encabeza Hayat Tahrir al-Sham, o lo que es lo mismo, los rescoldos del antiguo Frente al Nusra, que no era otra cosa que la franquicia local de Al Qaeda hasta que ambas organizaciones rompieron en 2016. El líder de Hayat Tahrir al-Sham -la organización se constituyó definitivamente en 2017- es Abu Mohammed al-Golani. Su objetivo es claro: derrocar al régimen de Assad y sustituirlo por uno de corte yihadista.
Pero el reciente avance de la organización islamista radical solo ha sido posible, según los expertos, gracias a la aquiescencia del presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Con el avance insurgente, Turquía, que defiende que la ofensiva rebelde es la respuesta a una serie de ataques de las fuerzas gubernamentales sirias sobre Idlib en aparente ruptura del statu quo, pretende reforzar sus posiciones en el tapete sirio ante el regreso de Trump a la Casa Blanca y forzar a Bachar al Assad -Erdogan manifestó este verano su deseo de sentarse a hablar con Assad por primera vez en más de una década-a negociar, entre otras cosas, el regreso de los refugiados sirios.
Enfrente tienen al régimen de Bachar al Assad, una dictadura de corte secular -dominada por el partido Baaz y la minoría alauita- capaz de sobrevivir a 13 años de conflicto civil -que estalló en forma de protestas prodemocráticas durante la conocida como Primavera Árabe para derivar en una guerra regional por interposición- gracias al respaldo de Rusia, que cuenta en el puerto mediterráneo de Tartús con una base naval de importancia estratégica para Moscú.
Del lado de Damasco se encuentra la República Islámica de Irán, a la que unen con la dictadura de Assad intereses estratégicos y afinidades sectarias -la comunidad alauita, en la cabeza del régimen sirio, está vinculada al islam chiita predominante en Irán. Tras el golpe sufrido en el Líbano tras el descabezamiento de Hizbulá -y mengua de su arsenal- después de dos meses de dura ofensiva de Israel, el temor en el régimen de los mulás es la caída del régimen de Assad. Hizbulá, que se avino el martes de la semana pasada a aceptar un acuerdo para el alto el fuego con el Gobierno de Netanyahu, fue también decisiva en la derrota de los rebeldes -islamistas suníes- a mediados de la década anterior. Por otra parte, en las últimas horas se ha detectado la entrada de varios centenares de milicianos de organizaciones armadas chiitas -afiliadas a Teherán- desde Irak en apoyo del Ejército regular sirio.
Washington y Tel Aviv, por su parte, llevan a cabo a menudo bombardeos contra las fuerzas del régimen de Assad y milicias aliadas de Irán como la propia Hizbulá en suelo sirio -así ha ocurrido en los últimos meses-, incluida la provincia de Alepo.