La caída del brutal régimen de Bachar al Asad ha amplificado la incógnita sobre el futuro de las llamadas ‘novias yihadistas’, el colectivo de mujeres, en su mayoría jóvenes, que huyeron a Siria para unirse al Estado Islámico y que, tras el fin del llamado califato, se encuentran en campos de refugiados, fundamentalmente al norte del país. El número es incierto, en parte por motivos de seguridad nacional y también porque a algunas se les ha perdido la pista hace años, pero hay una con nombre propio, cuya historia se ha convertido en un trágico cuento moral sobre los peligros de la radicalización y la delgada línea que Occidente debe transitar para lidiar con el extremismo en sus propios confines: Shamima Begum.
Nacida y criada en el barrio londinense de Bethnal Green, al este de la capital británica, Begum, de 25 años, vive desde hace al menos un lustro en el campo de Roj, uno de los dos controlados por las denominadas Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una milicia kurda respaldada por Estados Unidos. De acuerdo con Amnistía Internacional, las condiciones allí son inhumanas, con la tortura como práctica ordinaria, la normalización de miles de desaparecidos y la separación ilegal de muchas madres y sus hijos, como acontece también en el otro centro en manos de las FDS, Al Hol.
El difícil regreso a “casa”
Además de su estatus como antigua colaboradora del Estado Islámico, una mácula que, por sí sola, dificulta su retorno a casa, la joven tiene un problema adicional: Reino Unido le retiró la nacionalidad en 2019, por suponer, según el por entonces ministro de Interior, Sajid Javid, una amenaza para la seguridad nacional. Desde entonces, Shamima Begum ha protagonizado sucesivas batallas en los tribunales para revocar una polémica decisión que la ha dejado apátrida. El proceso continúa y sus abogados creen que el fin de al Asad abre una ventana de oportunidad para ella y para otras ‘novias yihadistas’.
Su caso podría sustentarse en el peligro que las acecharía si, como consecuencia del aumento de hostilidades, cierran los campos de refugiados poblados por las familias del Estado Islámico, lo que facilitaría la vía de la apelación en base a la normativa de derechos humanos. De hecho, a Begum en Reino Unido aún le queda la opción de recurrir ante el Tribunal Supremo, una posibilidad que, de acuerdo con la prensa británica, podría costarle al Estado el equivalente a unos 8,4 millones de euros en tarifas legales.
Una veintena de mujeres
Se calcula que unas 70 personas de nacionalidad británica permanecen detenidas en áreas bajo el control de las Fuerzas Democráticas Sirias. Aunque la cifra concreta no está clara, se estima que entre diez y quince hombres estarían en prisiones kurdas, mientras en torno a una veintena de mujeres, entre ellas Begum, y hasta 40 niños estarían viviendo en los centros de Roj y Al Hol. Reino Unido lleva años bajo presión de sus aliados, entre ellos Estados Unidos, para aceptar repatriaciones de familias y se espera que el reciente cambio de régimen no haga más que aumentar la demanda.
Unirse al califato con 15 años
La trágica historia de Shamima Begum es probablemente similar a la de muchas otras, pero su trayectoria ha captado la atención de un Reino Unido que fue testigo de su periplo prácticamente desde que, con tan solo 15 años de edad, emplease el pasaporte de su hermana mayor para escapar a Siria, vía Turquía, con dos amigas, Kadiz Sultana y Amira Abase, ambas consideradas fallecidas en Siria. La imagen de los circuitos de CCTV que mostraba a tres jóvenes aparentemente normales, con sus maletas, en su huida, disparó la alarma por la radicalización de jóvenes en Reino Unido.
Apenas semanas después de llegar, Shamima Begum se casó con Yago Riedijk, un yihadista holandés de 27 años, fallecido también y con quien tuvo tres hijos, ninguno de los cuales sobrevivió más allá de apenas días debido a desnutrición y enfermedades. El tercero de ellos nació ya en el campo de refugiados donde, tras cuatro años desaparecida, fue hallada en 2019 por un periodista del diario ‘The Times’, todavía vestida con ropajes tradicionales, totalmente de negro y solo con la cara visible.
¿Arrepentida?
Su imagen actual no podría ser más diferente: vestida como cualquier joven occidental de su edad, con camiseta de tirantes, vaqueros, gafas de sol y con su larga melena habitualmente bajo una gorra de béisbol, Begum dice haber sido víctima de la radicalización y que se arrepiente de sus acciones en Siria. Desafortunadamente para sus esperanzas de regresar al Reino Unido, su apelación actual contrasta con el impactante desapego con el que, cuando fue encontrada, negaba remordimientos por su huida y relataba cómo, durante su estadía con el Estado Islámico, había encontrado cabezas en contenedores y cosido chalecos suicidas en los militantes del Daesh.
Testigos han contado, además, que ha sido entrenada, entre otras técnicas, en materia de explosivos y, como ocurre con las demás ‘novias yihadistas’, cuya descendencia tuvo lugar, fundamentalmente, a partir de violaciones o matrimonios forzosos, sobre ella planea la sombra de la preocupación por el potencial extremismo que seguirían instilando entre los niños en campos como el de Roj, donde, de acuerdo con las fuerzas kurdas, la ideología del Estado Islámico permanece. De ahí la dramática retirada de la nacionalidad por parte de Reino Unido, una medida que, según algunos medios británicos que no citan fuentes, podría haber afectado a 35 mujeres, de las que Shamima Begum se ha convertido en la cara pública.