El Partido Conservador británico ha vuelto a apostar por una mujer para dirigir la penosa travesía en la oposición, esta vez, con el menor nivel de representación parlamentaria en su historia. Como ya había hecho Margaret Thatcher en 1975, ahora es el turno de Kemi Badenoch de reconstruir una formación en busca de identidad tras la derrota electoral y, crucialmente, de restablecer la confianza después del mayor varapalo electoral sufrido por el partido decano de la derecha europea.
Su victoria con el 56 por ciento de apoyo, la más ajustada en unas primarias resueltas por la militancia, convierte a Badenoch en la cuarta mujer al frente de los tories (además de Thatcher, las ex primer ministras Theresa May y Liz Truss) y, posiblemente, la menos ortodoxa. Nacida en Londres, pero criada en Nigeria, en el seno de una familia relativamente acomodada, la nueva líder de la oposición en el Reino Unido es conocida por su estilo combativo, por no morderse la lengua y, según sus detractores, por su capacidad de encontrar pelea en una habitación vacía.
Pero es precisamente este carácter luchador el que la ha ayudado a catapultar su perfil en los apenas siete años transcurridos desde su llegada al Parlamento, en los que protagonizó una meteórica carrera que la llevó a ocupar diferentes carteras bajo tres primeros ministros. De hecho, es esta puerta giratoria en la que el Número 10 de Downing Street se convirtió en el último lustro, una máquina de fagocitar premiers, la que probablemente mejor expone el reto más inmediato para la flamante ganadora de este sábado: la necesidad de unir a un partido fracturado durante años, una coalición cohesionada en tiempos de bonanza, pero que sucumbió a las grietas generadas por el desgaste en el poder.
La victoria supone, por tanto, un cáliz envenenado. El cargo de líder de la oposición es habitualmente descrito como el más difícil de la política británica, un puesto influyente, pero, a la vez, ingrato, raramente satisfactorio; una tarea que implica el constante escrutinio del Gobierno y, simultáneamente, la necesidad de garantizar la relevancia del partido. Para Badenoch, la labor será más complicada aún, dada la raquítica representación de 121 parlamentarios, tras el severo correctivo con el que los británicos pusieron fin, en las generales de hace cuatro meses, a 14 años de dominio tory.
De partida, Badenoch parte con la ventaja de ser diferente en una política todavía dominada por una mayoría masculina blanca. Como mujer negra, que se define como migrante, su ascenso desafía los convencionalismos sobre la movilidad social en el Reino Unido del siglo XXI y ella misma se ha convertido en el azote del pensamiento liberal, erigiéndose como una de las voces más sonadas en las llamadas guerras culturales, especialmente en materia de género.
Representante, como su rival hasta este sábado, Robert Jenrick, del ala más a la derecha del partido, su tono en ocasiones agresivo y su honestidad brutal le cuestan habitualmente, según ella misma ha reconocido, la reprimenda de sus asesores, pero ella lo justifica como pasión por aquello en lo que cree y determinación por hablar claro. El riesgo es, no obstante, que la forma eclipse al contenido, por lo que una de las obligaciones más urgentes que le esperan es definir su proyecto para la oposición.
En su discurso posterior a ser proclamada ganadora, Badenoch no solo habló de la necesidad de “preparar” al partido para regresar al poder, con medidas concretas, sino de un plan para ejecutarlas una vez en el Gobierno. Y es que frente a las micro políticas enumeradas por Jenrick durante la campaña por el liderazgo, su rival profundizó menos en posicionamientos específicos y más en las esencias. La suya ha sido una apuesta fundamentalmente ideológica, con la que ha urgido a recuperar el núcleo existencial del ideario tory y a evitar la tentación de seguir la senda del Laborismo para recuperar apoyo electoral.
Su teoría es que la hemorragia que llevó al partido a la oposición comenzó cuando este se desvió de los valores tradicionalmente conservadores. Fue este alejamiento, siempre de acuerdo con la visión de Badenoch, el que ha generado un modelo fallido que, en su opinión, hay que reconstruir. Su filosofía de empequeñecimiento del Estado y menos intervención pública le ha creado ya controversias, como la que protagonizó durante la carrera sucesoria, cuando dijo que el 10 por ciento de los funcionarios merecerían estar en prisión.
Su franqueza es un arma de doble filo, puesto que frente a la virtud de la autenticidad convive el riesgo de ser percibida como una política instalada en el ruido y la confrontación. Su punto fuerte puede ser, por tanto, su mayor vulnerabilidad y, como líder de la oposición, a partir de ahora está obligada a vigilar cada palabra y evitar tantos en propia puerta, como la polémica que desencadenó hace unas semanas, cuando dijo que la paga maternal en Reino Unido era excesiva.
Lo más urgente, según admitió en su discurso de la victoria, pasa por reparar una formación todavía en estado de shock tras el peor varapalo electoral de su historia, que afronta ahora la asfixia financiera al que la ha abocado la oposición. Badenoch es la quinta líder en cinco años, y decanta la balanza de género a favor de las mujeres, tres desde 2019. De hecho, la dirección decidió que las primarias fuese tan prolongadas, pese al vacío que ha supuesto para los conservadores como oposición, para dar tiempo a los afiliados a analizar a los candidatos, por lo que ahora, tras una campaña más ideológica, la vencedora está obligada a aclarar qué vocación quiere imbuir a la marca tory para el nuevo capítulo que acaba de abrir en su historia.