Era un poco más grande, pero hizo una excelente Frida Kahlo en la escena, porque igual que la artista mexicana, la venezolana Prakriti Maduro arde en fuerza interior, se desliza en profundidades creativas y esparce una energía femenina que no necesita gesticulación ni énfasis.
La última vez que la vimos en pantalla fue en la película “Simón” (Ven. Diego Vicentini, 2023), donde interpreta a Helena, la activista dedicada a recolectar mantas, colchones y ropa para migrantes en situación de riesgo. Toda una premonición. Al amanecer del domingo 28 de julio, día de las elecciones presidenciales en Venezuela, Prakriti Maduro se movilizó, no al estudio ni al plató sino al activismo comunicacional.
De las tablas al activismo
Actriz, guionista, directora, dramaturga, Berlinale Talent y conferenciante TEDx, Prakrita explica el origen de su nombre. “Es una palabra en sánscrito y alude a la esencia de la naturaleza, lo femenino, lo material; y mi hermano se llama Purusha, que significa, lo masculino, lo espiritual. Nosotros crecimos con muchas referencias de la cultura del yoga, por los intereses de nuestros padres y de su búsqueda espiritual. En 2011, mi papá descubrió la meditación vipassana y en su experiencia como principiante, -que implica diez de meditación- murió en la del último día. Sin dolor, sin un solo movimiento. Había tenido un infarto fulminante”.
Fue becaria de la Fundación Carolina para estudiar dramaturgia y dirección teatral en España, así como del Instituto Venezolano de Cine, para estudiar actuación en The Lee Instituto Strasberg en Los Ángeles. En el teatro se ha desempeñado como actriz en más de 30 obras, representadas en Latinoamérica y Estados Unidos, y ha colaborado con más de una docena de compañías de teatro diferentes. Y ha participado en largometrajes en ochos países de Hispanoamérica.
Por cuenta de la estrella
Prakriti Maduro reside en Los Ángeles. Desde allí comparte en sus redes sociales testimonios anónimos y recientes de despidos, sobornos, encarcelamientos y la experiencia de primera mano de miembros de la mesa electoral, fundamentales para denunciar el fraude y la represión del chavismo en Venezuela. “Estos mensajes me los envían directamente venezolanos que, por vivir en Venezuela, no pueden compartirlos en sus redes sociales”.
—Después de las elecciones y el subsiguiente fraude, -dice Prakriti- me pasaba el día pegada a las noticias, con esa mezcla de angustia y fascinación por el giro histórico que, sin duda, se había producido; y cuando Maduro echó a andar aquel horror de represión, censura, persecución y mentiras, se hizo muy visible que los venezolanos que están dentro del país quedarían imposibilitados de comunicarse y de denunciar los atropellos de que fueran víctima. Me puse en los zapatos de estas personas y supe que tendría que hacer algo.
“Para mí es inconcebible ser acallada, no poder expresarme. De hecho, en mis peores pesadillas, me encuentro sin poder hablar, no me sale la voz. No me cuesta conectar con las víctimas de tanta injusticia y violaciones de derechos humanos. Entonces, puse a la orden mis redes sociales para quien necesitara difundir alguna información de manera anónima para no sufrir por ello cárcel, tortura o desaparición forzada”, reconoce Prakriti Maduro.
“Mis seguidores entendieron que yo estaba hablando en serio y de inmediato me empezaron a llegar contenidos. Desde entonces, no he parado de publicar posts en Instagram (a partir de la sexta entrega, me pasé a Twitter, donde se produce la dinámica noticiosa). El impacto fue instantáneo: el primer mensaje llegó al millón de vistas y más de cinco mil reposts“, recuerda orgullosa.
Una ventana para tanto dolor
La primera historia en Instagram fue con vídeos, pero estos cesaron cuando las fuerzas represivas los usaron para ubicar a sus autores o a quienes aparecían en ellos. “A partir de ese momento, me he limitado a divulgar textos, sobre todo con denuncias de violencia, detenciones arbitrarias, amenazas, intentos de soborno, despidos injustos”.
—Me hablan -sigue- de la gran frustración que supone haber permanecido años secuestrados en un país que no ofrece nada para los jóvenes, como no sea opresión y miseria; de impotencia; de una crisis económica que no hace sino profundizarse; de la falta absoluta de esperanzas; del miedo a ser detenidos por un mensaje de WhatsApp que disguste a la dictadura. Luego, están los de quienes denuncian casos de alguien cercano que está siendo abusado, raptado, detenido o siendo víctima de extorsión a cambio de no ser encarcelados.
«Desde luego, no comparto todo lo que me llega. En unos casos, porque quien escribe solo desea desahogarse y sentir que hay algo más allá de la censura y el terror; en otros, porque considero que es demasiado el riesgo para los involucrados; y mencionan a un tercero, hago contacto para establecer qué se puede publicar de esa información. Tampoco me hago eco de señalamientos a personas específicas que están cometiendo delitos y atropellos en servicio al régimen, como los delatores. Y me ha llegado también un par de casos, uno por violación y otro por extorsión mayor, digamos, por cuya gravedad he optado por no difundirlos sino por reportarlos ante las instituciones correspondientes.
«Llevo, pues, semanas recibiendo testimonios, confirmándolos y organizándolos en compendios que difundo en mis redes. Sí, mucho trabajo. Pero no dejo de hacerlo, porque quiero contribuir a evitarles a mis conciudadanos la pesadilla de vivir amordazados y porque es evidente que la información vulnera al régimen y por eso ponen tanto empeño en censurar. Es mi contribución desde mi pequeña esquina y con mis herramientas a una lucha que es de todo un pueblo».
—¿Qué perspectiva del país se le ofrece a través de estos testimonios?
—La gente está consciente de que se ha generado un cambio y que ellos son sus protagonistas. Pero, de momento, no ven a alivio a sus graves problemas cotidianos. Tienen miedo y, a la vez, han hecho consciente que tenían toda la razón para sentir ese miedo, porque han comprobado que la amenaza es real, que siempre lo ha sido.
«Alguien me contó su pavor ante la perspectiva de ser despedido de una empresa de telecomunicaciones, donde ya se estaban produciendo despidos por decenas, que ya había borrado todos sus mensajes y que no se atrevía a hablar con nadie; y a los pocos días, esa persona me volvió a decir que la habían cesanteado y que no sabía qué iba a hacer ahora. Y una mujer, que me fue contando su desazón, un día me escribió para contarme que se había ido del país, caminando por la frontera y obligada a pagarles a delincuentes que la iban interceptando. Es un país asfixiado, agotado y lleno de ira».