016/Ni una más

Dominique Pelicot, el caso que ha puesto Francia a juicio

Pese a las concentraciones de hoy en París, Marsella y Niza, existe una cultura enraizada de violación y misoginia que minimiza y normaliza la violencia sexual, cuando las víctimas son mujeres

La influencer y activista feminista francesa Anna Toumazoff (centro) habla durante una manifestación feminista en apoyo de Gisele Pelicot Efe

El terrible caso de Gisèle Pelicot tiene al mundo enfurecido: Gisèle, de 71 años, fue drogada por su marido Dominique Pelicot durante más de una década, a base de un cóctel de fármacos que le inducía un coma profundo. A continuación, Dominique permitía que desconocidos, contactados a través de un foro en internet, entrasen a violarla — sin que Gisèle se diese cuenta o pudiese responder. El horror se descubrió cuando la policía encontró más de 4.000 archivos que mostraban claramente las violaciones; una de ellas llegó a durar seis horas. En otro caso, Gisèle fue violada por un hombre con VIH, y de hecho ha contraído al menos cuatro enfermedades de transmisión sexual a raíz del caso.

El juicio está siendo multitudinario, en gran parte por el número de acusados: 50 hombres acusados de violar a Gisèle, muchos de los cuales ponen en duda su consentimiento con excusas varias. Mientras que unos alegan que dieron por hecho su consentimiento, asumiendo que se trataba de un juego sexual, otros han dicho que no es violación “porque no hubo intención criminal”, y otros simplemente alegan que Dominique les garantizó el consentimiento de Gisèle — sin ser necesario que saliera de ella.

Dominique Pélicot - Violencia contra las mujeres

Dominique Pélicot, el monstruo de Francia que aterroriza al mundo

Sin embargo, el feminismo francés permanece sorprendentemente silencioso. Cierto es que se han previsto manifestaciones de apoyo a Gisèle; este viernes, en Avignon, varias decenas de militantes feministas se reunieron frente al palacio de justicia llevando pancartas y entonando cantos que denunciaban la cultura de la violación. Y varias organizaciones feministas, como NousToutes y la Fondation des Femmes, han llamado a movilizarse este sábado 14 de septiembre de 2024, con manifestaciones previstas en más de 30 ciudades, incluidas Marsella, París, Toulouse y Rennes.

Sus actos buscan no solo apoyar a Gisèle, sino también exigir una mayor conciencia sobre la violencia sexual y pedir justicia para las víctimas. La Fundación de las Mujeres ha señalado que un preocupante 94% de las denuncias de violación terminan archivadas sin mayores acciones, y por ello, instan a una ley integral que aborde de manera efectiva las violencias sexuales y una mejor formación de jueces en este ámbito.

“Vamos a hacer que este proceso (Gisèle Pélicot) sea histórico, porque no pasa un día sin que una mujer me escriba diciéndome: ‘yo soy Gisèle Pélicot’. Lucharemos contra la impunidad y la cultura de la violación, porque más del 90 % de las denuncias por violación no se admiten a trámite, la mayoría ni siquiera se investigan”, sostuvo Anne-Cécile Mailfert, de la asociación Fundación de las Mujeres, durante la concentración de París.

Una iniciativa poco popular

Pero los números son bajos, teniendo en cuenta la gravedad del caso, y ponen en tela de juicio la igualdad en Francia, país fuertemente afectado por la misoginia. Esto se debe, en parte, a una cultura profundamente enraizada de violación y misoginia que minimiza y normaliza la violencia sexual, especialmente cuando las víctimas son mujeres. En lugar de desencadenar una reacción masiva de repudio, el caso ha sido tratado con una inquietante indiferencia por muchos sectores. Y es que, en 2023, se registraron aproximadamente 94.900 delitos sexuales en Francia, un aumento fuerte en comparación con años anteriores. El número refleja la prevalencia de la violencia sexual en el país y pone en evidencia el fracaso de las instituciones para abordar de manera efectiva este problema. Por eso, a pesar de la gravedad de la situación y del alto número de agresiones sexuales reportadas, la cultura de la violación sigue profundamente arraigada en la sociedad francesa.

Gisèle Pélicot, la víctima de la violación masiva en Francia, durante el juicio / EFE

En Francia, como en otros países, la cultura de la violación permite que las agresiones sexuales se mantengan invisibles o, peor aún, sean justificadas o trivializadas — como cuando el medio Charlie Hebdo publicó una portada que trivializaba e incluso ridiculizaba el suplicio de Gisèle. Este fenómeno se manifiesta en la falta de conciencia colectiva y movilización, lo que ha permitido que el caso no reciba el nivel de cobertura y debate público que merece. A menudo, se considera que estos crímenes son hechos aislados, lo que impide ver su carácter sistémico y la necesidad urgente de cambios estructurales en la manera en que la sociedad y las instituciones responden a la violencia sexual.

¿Edadismo?

Además, la falta de atención mediática al caso de Gisèle Pelicot refleja la fuerte jerarquía de víctimas en la percepción pública francesa. Las mujeres mayores, como Gisèle, suelen ser ignoradas en las narrativas sobre violencia sexual, en comparación con víctimas más jóvenes. Esto se debe a estereotipos de género y edad que consideran que las mujeres mayores no son “deseables” y, por lo tanto, su victimización es menos relevante o impactante. Esta discriminación agrava aún más la invisibilización de su sufrimiento.

Poca intervención política

La respuesta política también ha sido tibia. Aunque algunas figuras, como el diputado Raphaël Arnault, han mostrado apoyo, la mayoría de los políticos se han mantenido en silencio. Y es que la política francesa también ha estado salpicada por varios casos de agresiones sexuales y abusos de poder. Por eso, existe un ambiente de complicidad o, al menos, de pasividad frente a estos temas. El miedo a verse expuestos o criticados hace que muchos prefieran evitar abordar la cuestión de manera frontal.

Los violadores de Gisele Pelicot

La fila de acusados en el caso Mazan

Por otro lado, la cultura de la violación en Francia también se manifiesta en la defensa de los agresores. En el juicio, los abogados de los acusados han intentado minimizar los hechos, utilizando argumentos que perpetúan la idea de que no todos los violadores son igualmente responsables, o que hay “diferentes tipos de violación”. Estos discursos refuerzan la noción de que ciertos actos de violencia sexual pueden ser justificados o vistos como menos graves, lo que afecta la percepción pública y la reacción social frente a estos crímenes. Y se traducen en una incapacidad de la sociedad para reconocer la magnitud del problema. El hecho de que se necesiten pruebas “incontestables” para que un caso como el de Gisèle llegue a los tribunales muestra cómo la cultura patriarcal sigue exigiendo a las mujeres un nivel desproporcionado de evidencia para ser creídas. Esta barrera adicional disuade a muchas víctimas de denunciar, lo que perpetúa el ciclo de violencia y silencio.

Misoginia estructural

Otra razón de la falta de manifestaciones masivas es el impacto de la pornografía y el voyeurismo en la normalización de la violencia sexual. En este caso, los crímenes fueron grabados y compartidos — dejando clara la influencia de la cultura pornográfica en la cosificación de las mujeres y la normalización del abuso. La violencia sexual, en lugar de ser rechazada de plano, se consume y distribuye como entretenimiento, lo que desensibiliza a la sociedad y dificulta la empatía con las víctimas. De hecho, la conexión entre el caso de Gisèle Pelicot y la misoginia estructural en Francia también se puede observar en las tasas alarmantemente altas de archivado de denuncias de violación. 94% denuncias no llegan ni a juicio.

Luego está el dato más triste: la poca movilización de los grupos feministas también puede atribuirse al agotamiento que enfrentan estos colectivos. A lo largo de los años, las organizaciones feministas han luchado incansablemente contra la violencia de género, pero la respuesta de la sociedad y las instituciones ha sido lenta y, en muchos casos, insuficiente. El caso de Gisèle, aunque impactante, se suma a una larga lista de casos que, a menudo, no reciben la atención adecuada, lo que genera una sensación de impotencia muy fuerte entre los activistas.