Como en anteriores elecciones, la recta final para conocer el próximo inquilino de la Casa Blanca será agónica. La pugna se decantará en estados clave como Pensilvania o Michigan, donde los últimos pronósticos apuntan a un empate técnico entre Kamala Harris y Donald Trump. Un puñado de votos podría hacer decantar la balanza, por lo que cualquier evento doméstico o internacional podría ser decisivo.
Conscientes de ello, los directores de campaña demócratas y republicanos centran su atención en el polvorín de Oriente Medio. Un terremoto imprevisto en la guerra que libra Israel contra Hamás, Hizbulá e Irán podría influir en la decisión final de algunos electores estadounidenses. En Michigan, el electorado de origen árabe y musulmán se debate entre penalizar a Harris por el apoyo inquebrantable de Joe Biden al estado judío, o votarla a regañadientes para evitar la vuelta del Partido Republicano al poder.
Pese a que los dos grandes partidos de EE.UU. han sido históricamente proisraelíes, en las filas demócratas juegan dos cartas simultáneas. Desde la matanza de Hamás del 7 de octubre y el estallido de la guerra en Gaza, jóvenes de todo el país —incluidos movimientos judíos, progresistas—, se movilizaron para exigir un alto al fuego en Gaza o el fin de la ayuda económica y militar a Israel.
Desde el ala izquierdista del partido, voces como Rashida Tlaib (de origen palestino) o Ilhan Omar hacen campaña para romper el apoyo incondicional de los demócratas al estado judío. Desde la otra trinchera, militantes republicanos acusan al Partido Demócrata de acrecentar la crisis en Oriente Medio —por no apoyar más decididamente a Israel—, y de “sumergir al mundo en el caos”.
La administración del presidente saliente Joe Biden está redoblando esfuerzos para intentar apaciguar los ánimos en una región sumergida en el abismo. Ante una guerra en Líbano que sigue subiendo intensidad, la ofensiva en Gaza que no parece terminar (pese a que las FDI lograron matar al líder islamista Yayhia Sinwar), y la represalia israelí de este sábado al ataque con misiles balísticos que lanzó Irán sobre el estado judío, el secretario de Estado Antony Blinken viajó esta semana a Tel Aviv para intentar relanzar las moribundas conversaciones para lograr un alto al fuego.
“Estados Unidos está estudiando nuevos parámetros”, declaró Blinken antes de volver a Washington. Ante la negativa de Hamás de devolver a los rehenes y de Benjamin Netanyahu de frenar la ofensiva en Gaza -que costó ya casi 43.000 víctimas según las autoridades locales-, Washington estaría estudiando una nueva fórmula: un cese de hostilidades durante una semana a cambio de la liberación de parte de los 101 rehenes israelíes, así como la entrada de más ayuda humanitaria al norte de la devastada franja costera.
Sería dar marcha atrás al “plan de liberación por fases” planteado hace meses para terminar el conflicto, pero Blinken pretende así testear la voluntad negociadora de Hamás tras la muerte de Sinwar, a quien consideró “el principal obstáculo” para un acuerdo. Por otro lado, volvió a insinuar que podría cortar la ayuda militar a Israel si no se garantiza la entrada de camiones con ayuda para los civiles de Gaza. Las imágenes de muerte y destrucción en la franja perjudican los intereses de los demócratas. Pero no van más allá de tibias advertencias a Israel. No quieren contrariar al electorado judío estadounidense, tradicionalmente favorable al Partido Demócrata.
En el frente norte, el enviado especial norteamericano Amos Hocshtein aterrizó en Beirut para intentar finiquitar la guerra entre Israel y Hizbulá. Consciente de que volver a los parámetros previos al estallido del conflicto no es viable —la milicia proiraní jamás cumplió la resolución 1701 de la ONU, que obliga a su desarme en el sur de Líbano—, Hocshtein se comprometió a trabajar con los gobiernos de Líbano e Israel para “encontrar una fórmula que termine este conflicto para siempre”. Pero no abordó un problema clave: Hizbulá, que opera como un “estado dentro de un estado” y obedece a su patrón iraní, no está en la mesa negociadora.
El frente que más podría sacudir la política doméstica estadounidense es la esperada venganza israelí sobre Irán. Se da por hecho que el estado judío no dejará sin respuesta el segundo ataque directo del régimen de los ayatolás sobre su territorio, pero Netanyahu es consciente que necesita pleno apoyo de EE.UU. para lanzar un ataque con un potencial explosivo impredecible.
Acorde a oficiales estadounidenses citados por la CNN, Israel planea atacar Irán antes de los comicios del 5 de noviembre. Las mismas fuentes aseguran que los planes israelíes no están vinculados a las elecciones. Según el ‘Jerusalem Post’, “Bibi” estaría calculando el tiempo exacto del ataque para influir sobre el resultado final de los comicios. El premier israelí, gran conocedor de las dinámicas políticas estadounidenses, asume que el retorno de Donald Trump a la presidencia sería positivo para sus intereses. En cualquier caso, Biden urgió a Netanyahu a “medir su respuesta” contra Irán.
El polémico multimillonario Elon Musk, dueño de la red social X —antes Twitter— y ferviente defensor de Trump, también juega sus cartas. En los últimos días, Musk ha promovido dos versiones contradictorias sobre la estrategia de la líder demócrata en X: que Kamala Harris es pro-Israel y anti-Israel. En Michigan, se la pinta como proisraelí para ahuyentar al voto árabe. En cambio, en Pensilvania, se promovió la versión contraria: si Harris ocupa el poder, Israel y los intereses regionales de EE.UU. quedarán debilitados. Tanto Harris como Trump han realizado múltiples mítines en Michigan para intentar decantar la balanza a su favor.
Según las periodistas Katie Rogers y Erica L.Green de ‘The New York Times’, Harris expresó mayor empatía por el dolor en Gaza, pero “no debe confundirse con un deseo de romper con la tradicional política americana hacia Israel de los candidatos presidenciales”. Si bien la candidata demócrata se ilusionó con la muerte de Sinwar, que consideró una “oportunidad” para finiquitar el conflicto y hablar del futuro de Gaza, no se aventuró a presionar a su aliado número uno en Oriente Medio.
Según James Zogby, fundador del Arab American Institute en Washington, sondeos internos demuestran que el electorado árabe está profundamente dividido entre Harris y Trump. Dado que en el estado clave de Michigan parte del voto árabe parece perdido, los asesores de la candidata demócrata redirigen sus esfuerzos a suburbios de Michigan y Wisconsin, donde predominan votantes blancos de clase media. El senador JD Vance, número dos de la campaña de Trump, vende a su líder en este estado clave como “el presidente de la paz”, algo que entienden “la mayoría de los judíos y árabes americanos, que saben que él es la mejor solución para Israel y Palestina”.