España sigue en vilo a la espera de saber si Pedro Sánchez seguirá al frente del Gobierno o decidirá dimitir tras las acusaciones contra su mujer, Begoña Gómez. Ante la proximidad de la campaña electoral, el presidente del Gobierno expresa su preocupación por la polarización política.
La posible dimisión de Sánchez tras la apertura de un proceso judicial contra su esposa, Begoña Gómez, por presunto tráfico de influencias ha sumido a España en la incertidumbre. En un hecho sin precedentes en medio siglo de democracia, el jefe del Gobierno socialista anunció que se planteaba dimitir. Dolido porque su pareja ha sido señalada en un caso de tráfico de influencias, ha dejado a todo un país en el limbo.
Además, después de que el presidente del Gobierno aparcara su agenda, su partido, el PSOE, decidió retrasar la publicación de las listas para las elecciones europeas.
Un “antisanchismo” desbordado
“Sánchez sí o Sánchez no”, el actual presidente del Gobierno es una de las figuras más controvertidas de la política española, con tantos detractores como admiradores. No en vano, la oposición ha centrado sus críticas a la acción del Gobierno en la figura del propio presidente, acuñando el término “antisanchismo”.
Si decidiera dimitir, el jefe del Gobierno dejaría a sus adversarios sin uno de sus principales argumentos electorales: él mismo. Pero sin una alternativa clara para sustituirle al frente del Gobierno, ni en la derecha ni en la izquierda, ni siquiera dentro de su propio partido, Pedro Sánchez plantea también su posible dimisión como un plebiscito sobre su continuidad política.
Ante el cliché de la telenovela
En Europa y en la escena internacional, la postura de Sánchez preocupa, en el mejor de los casos, a los jefes de Estado y de Gobierno socialdemócratas. Algunos medios extranjeros lo ven como un episodio de telenovela en el que las sorpresas están mal orquestadas y el desenlace se conoce de antemano. Para muchos fuera del país, podría tratarse de una nueva maniobra política de Pedro Sánchez, aunque esta vez la maniobra le salga mal y le obligue a abandonar la escena política nacional.
La cuestión es si este retroceso político de unos días dañará la reputación de España en el extranjero. A nivel personal, a Sánchez le va muy bien en los círculos internacionales. Es muy respetado en Europa, pero también en Estados Unidos y América Latina. No podemos descartar que, a corto o medio plazo, se vaya a otras regiones donde sea más respetado, donde tenga más autoridad y donde la oposición sea menos dura, claro, es decir, en el ámbito internacional. Podría ser Europa, pero también Estados Unidos o América Latina.
¿En el espejo de Costa?
Visto desde el exterior, como jefe de Gobierno, a través de su meditación seguida de la convocatoria masiva de sus partidarios en las calles de Madrid, Sánchez pretende sin duda seguir a su modelo portugués, el ex primer ministro Antonio Costa, que dimitió tras las acusaciones de corrupción.
El problema es que, además de querer defender a su mujer, Pedro Sánchez permite que su partido y sus partidarios organicen este fin de semana un referéndum masivo que, a fin de cuentas, pone en entredicho la legitimidad de la acción de la justicia y de la oposición política (conservadora o neoconservadora). Algunos se cuidan de compararlo con el apoyo “espontáneo” a Donald Trump a los pies del Capitolio cuando cuestionaba la legitimidad de la elección de Joe Biden. Quizá la comparación sea exagerada… o no.
Daño a la reputación de la clase política española
Mientras tanto, este enésimo episodio no favorece en nada la imagen internacional de España. Tampoco la perjudica, ya que la reputación de la clase política española dista mucho de ser la mejor en el extranjero. En otras palabras, lo que hace la marca “España” es mucho más que “Pedro y compañía”.
Son las empresas, la tecnología, el estilo de vida, la cultura, el deporte, etc. que hacen de España un país relevante con el que cuenta la comunidad internacional.
Pedro Sánchez está “acostumbrado a estar en el filo de la navaja”, y su última “jugarreta” deja a su país “en vilo” durante unos días, pero no la marca de España.