Benjamin Netanyahu, que maneja como nadie los acontecimientos para maximizar el rédito político, quedó noqueado el 7 de octubre. Tras la matanza de Hamás en el sur de Israel, que supuso el peor golpe contra civiles en toda la historia -1.200 muertos, miles de heridos y 250 secuestrados-, el mito de “Mr. Seguridad” se desmoronó. Apenas comparecía en público, y cuando lo hacía, lucía pálido y nervioso. Evitó acudir a funerales, y tampoco se dignó a llamar a los familiares de los rehenes cautivos en Gaza. En enero, solamente el 15% de los israelíes le veían apto para seguir siendo primer ministro. Parecía abocado al abismo.
Pero las tornas están cambiando. Consciente de que alargar la guerra le mantiene en el poder, torpedeó en múltiples ocasiones -junto a Hamás- los esfuerzos para alcanzar un alto al fuego en Gaza que permita el retorno de los rehenes. Mientras siga como premier, difícilmente se investigarán y depurarán responsabilidades por los fallos que permitieron la invasión islamista. Y gracias a la “reforma judicial” iniciada antes del conflicto, que sigue erosionando la separación de poderes en Israel, podría evitar la pena de cárcel ante los casos de corrupción que afronta.
“Durante años, Netanyahu infló el concepto de aplicar la fuerza a cualquier precio, pero le retornó como un bumerán”, tituló Eyal Chowers, profesor de ciencias políticas, en un análisis en Ha’aretz. Cuando retomó el poder en 2009, “Bibi” prometió desde la sureña ciudad de Sderot, blanco habitual de los misiles Katyusha, terminar definitivamente con la amenaza de Hamás.
Pero desde que asumió el liderazgo de Israel, aplicó la política de “divide y vencerás”: debilitó a una Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Ramala que ya estaba en decadencia; y fortaleció a Hamás en Gaza. Su último encuentro con el presidente palestino Mahmoud Abbas fue en 2014. La tesis de la derecha israelí es que el conflicto es irresoluble, por lo que solamente se puede “manejar”.
Pese al bloqueo de la Franja de Gaza, los dólares qataríes fluían y las armas entraban por los túneles bajo la frontera con Egipto. Para la extrema derecha, Hamás era un “milagro” que le permitía descartar cualquier proceso diplomático para crear un estado palestino. Además, se asumió que los islamistas se “moderaron” y aceptaron el status quo vigente, que se alteraba casi anualmente con “escaladas bélicas” controlables.
Por un exceso de soberbia, se desoyeron múltiples avisos sobre los planes de Hamás. Por decisión política, se retiraron batallones militares de la frontera, y se confió que las barreras y la tecnología garantizarían la seguridad de los kibutz fronterizos. Miles de civiles inocentes pagaron el precio de la negligencia.
A principios de septiembre se vivieron las últimas marchas masivas contra Netanyahu, tras el hallazgo de los seis jóvenes rehenes tiroteados por Hamás en Rafah. Pero los recientes asesinatos de Hasan Nasrala e Ismail Haniye, líderes de Hizbulá y Hamás, así como los éxitos militares en el Líbano, reforzaron al Likud, que en las últimas encuestas ya figura como el partido con más intención de voto.
Como en los días posteriores al 7 de octubre, Israel vuelve a estar sumido en una crisis de seguridad existencial, por lo que a los detractores de “Bibi” les cuesta exigir comicios. Casi cada familia tiene a algún soldado combatiendo en Gaza o Líbano, y la agonía por un conflicto convertido en el más largo de la historia lastran la voluntad de incendiar las calles.
“Como no tiene nada que vender, prosigue con la incitación y la polarización. Es brillante: sabe como manipular las divisiones internas para reforzar a sus bases”, apuntó el ex primer ministro derechista Ehud Olmert. Netanyahu logró convertir cada causa que le afecta -casos judiciales, la reforma judicial o la liberación de los rehenes- en un plebiscito entre sus seguidores y detractores.
Pese a sobrevivir a un año de encuestas desfavorables, Netanyahu cuenta con dos ventajas. Lidera la coalición más sólida desde que regenta el cargo. Sus aliados de extrema derecha se oponen a cualquier pacto en Gaza, ya que sueñan con arrasar todo, expulsar a los palestinos, y reconstruir las colonias judías desmanteladas en 2005. Su lealtad permite a Netanyahu sortear las presiones de la Casa Blanca.
Por otro lado, no existe ninguna figura política opositora que ofrezca una visión radicalmente alternativa a la de “Bibi”, y que sea capaz de aunar las distintas sensibilidades del bando “anti-Netanyahu”. Se requiere a las fuerzas políticas árabes de Israel para desbancar al Likud y sus socios extremistas.
“Netanyahu se beneficia de que Israel esté en pleno conflicto, aunque él sea culpado por su génesis. Se da por sentado que no es posible reemplazar a un primer ministro durante la guerra”, considera el investigador Yossi Mekelberg. Pero mientras ostenta el cargo, Israel y su gobierno caminan a pasos agigantados hacia el aislamiento internacional. En la reciente asamblea general de la ONU, la mayoría de los diplomáticos abandonaron el hemiciclo cuando dio su discurso. El secretario general, António Guterres, fue declarado persona non grata en Israel. En la Corte Penal Internacional se abrió un caso contra el estado judío por cometer un presunto genocidio en Gaza. Académicos, artistas o israelíes residentes en el exterior pagan las consecuencias de los llamados al boicot y el odio antiisraelí desatado en Occidente.
Si bien la mayoría de israelíes apoya golpear militarmente a Hamás y Hizbulá para recuperar la calma en las fronteras, Chowers se pregunta en qué contribuye “destruir casas, universidades, mezquitas, hospitales y escuelas, carreteras, reservas de agua o cañerías, y vetar ayuda humanitaria. En lugar de una alternativa de gobierno (en Gaza), Israel promueve el caos”.
Netanyahu sigue enfrentándose a la Casa Blanca por su reticencia a ofrecer un plan viable para el día después de la guerra en Gaza, que podría pasar por entregar el poder a una ANP renovada, junto a la participación de fuerzas regionales árabes moderadas. Con más de la mitad edificios arrasados, el 80% de la población desplazada y más de 40.000 muertos, es también un interés israelí asegurar la reconstrucción y gobernabilidad del territorio costero.
En noviembre de 2019, “Mr. Seguridad” presumía de que “jamás en la historia Israel fue tan fuerte económica y militarmente. Lo logré gracias a mi política de fortaleza”. Tras el trauma colectivo del 7 de octubre, cuyas heridas no empezaron a cicatrizar, los israelíes sienten que lo peor está por venir. En guerras pretéritas, se solía combinar la acción militar con una visión estratégica de futuro. Ahora, cientos de miles de reservistas son movilizados por enésima vez, Irán demostró su capacidad de sumir todo el país bajo fuego, y a la angustia se suman los desorbitados costes de la guerra, que han generado un seísmo económico que está estrangulando a las familias.
“El líder que logró convencer a los suyos sobre su fortaleza, es quien reveló al mundo la debilidad israelí como ningún líder hizo en el pasado”, consideró Chowers. El profesor Moshe Cymerman lo resumió tras la masacre del 7 de octubre: “el estado judío se fundó para prevenir los desastres que sufrimos en la diáspora. Cuando se produce un pogromo así contra los judíos, se demuestra que el país fracasó”.
A expensas del resultado final de la guerra regional abierta en todos los frentes -Gaza, Líbano, Cisjordania, Irán, milicias de Yemen e Irak-, Israel ya sufre cambios tectónicos a marchas forzadas. Para Chowers, la continua degradación del sistema democrático y las instituciones públicas, colmadas ahora de lealistas a “Bibi” y sus socios, contribuyen a la “quiebra interna sin precedentes”. Pero mientras las heridas internas y externas sigan supurando, Netanyahu sobrevivirá en el poder.