En su recién aparecido ensayo Islam y feminismo. Religión y geopolítica en el siglo XXI (Sekotia) “una crítica filosófica a los fundamentos del islam”, la investigadora asociada de la Escuela de Filosofía de Oviedo y profesional de las artes plásticas Paloma Hernández no deja títere sin cabeza: izquierda woke, progresistas, feministas islámicas, decoloniales y antirracistas y mitos como el de las mujeres como colectivo planetario, las señas de identidad o el propio Al-Ándalus. La escritora y ‘youtuber’ -dirige el canal de filosofía Fortunata y Jacinta- está convencida de que la “corrección política” tratará de cancelar su libro “bien por ‘islamófobo’, bien por ‘fascista’, bien por ‘misógino y machista’”.
-Empiezo fuerte: ¿Son compatibles islam y feminismo?
-La respuesta rápida es decir que no, que no son compatibles. El islam es absolutamente insoluble en el laicismo, en el feminismo, en el individualismo subjetivista de la felicidad canalla, en la ideología de los derechos humanos o en la idea de una libertad subjetiva que aseguraría las presuntas libertades sexuales por las que claman los “progresistas”.
-¿E islam y democracia?
-Tampoco. Lo primero que tenemos que decir es que no hablamos de “democracia” en abstracto, sino de una especie muy determinada de democracia, la resultante del establecimiento de Estados liberales de vocación socialdemócrata y laica o, al menos, aconfesional. Pues bien, este tipo de regímenes no se implantan por puro voluntarismo político, sino que se van construyendo a partir de las condiciones políticas, sociales, económicas, artísticas, religiosas, técnicas, tecnológicas y científicas que están ya dadas en una sociedad política. Esta es la razón por la que la implantación de un Estado laico y “feminista” en los Estados musulmanes resulta prácticamente imposible a día de hoy, porque esos Estados no han tenido ese desarrollo histórico, no cuentan con las condiciones materiales que hacen posible la existencia de las democracias de mercado pletórico.
-¿Por qué cree que “los progresistas aman”, como dice en el libro, el islam?
-Bueno, ese amor, simpatía y admiración que los autotitulados progresistas ‘sienten ’por la cultura islámica tiene muchas fuentes, pero una de ellas es el desprecio por el cristianismo —especialmente por el catolicismo— y por la acción histórica de ‘Occidente’, al que entienden como un bloque homogéneo. En parte se nutren del mito de al-Ándalus, la idea de que al-Ándalus fue una época de prosperidad cultural inagotable frente al oscurantismo cristiano europeo. Desde ahí hablan de la impagable ‘deuda’ que tendría ‘Occidente’ con los musulmanes. Pero también toman partido por el islam por cuestiones geopolíticas y, en ocasiones, por simple ignorancia.
-¿Cuándo, a su juicio, empezó un cierto feminismo occidental de izquierdas a acercarse con indulgencia al islam?
-Claro, lo primero que tenemos que aclarar es que no existe un feminismo puro, sino distintos feminismos, a menudo enfrentados a muerte entre sí. En el libro analizo críticamente —esto es, desde fuera del feminismo— cómo han afrontado la cuestión del islam algunas de estas corrientes feministas. Las llamadas feministas ilustradas —Celia Amorós o Amelia Valcárcel, por ejemplo— son muy críticas respecto del islam. También lo es Lidia Falcón, que trabaja desde coordenadas marxistas. Pero estas feministas, que estuvieron muy arropadas por la socialdemocracia de Felipe González, son completamente despreciadas por los llamados feminismos antirracistas, anticapitalistas y decoloniales y por el llamado feminismo islámico, que son los que tienen ahora mismo la hegemonía a nivel académico y político, no sólo en España, sino en universidades del ámbito anglosajón y francófono. ¿Cuándo empiezan a coger fuerza estos feminismos maurófilos? Pues recordemos que, en 2006, Judith Butler —una de las teóricas fundacionales de la llamada doctrina queer— dijo lo siguiente: “Comprender que Hamás y Hizbulá, en tanto que movimientos sociales, son progresistas, son de izquierdas y son parte de la izquierda global es extremadamente importante”.
-¿Qué repercusiones negativas tiene de manera directa en las mujeres occidentales la aceptación de los principios del feminismo islámico por parte de ciertos sectores ‘progresistas’?
-Mucha gente ha fabricado en sus cabezas un islam de fantasía que nada tiene que ver con el islam realmente existente. Desde 1970, y por razones de reestructuración geopolítica, el mundo musulmán ha reasumido el papel rector de la religión dentro de la sociedad, lo que trae aparejado un mayor control social sobre las mujeres. En mi libro trato de explicar con muchos ejemplos que la mayor parte de la jurisprudencia del islam gira en torno a la mujer, legislando sobre su cuerpo, su conducta y su presencia en espacios públicos y que la islamización de la sociedad depende en gran medida del trato que se da a la mujer. Y eso es lo que se está implantando de forma creciente en ciertas zonas de Europa.
-Es el problema de los guetos, tan visibles en muchas ciudades europeas…
-En efecto, la ‘guetización’ permite que en ciertas áreas europeas prosperen fratrías mafiosas que operan en connivencia con los jefes religiosos, imponiendo medidas de castigo para las mujeres que no se acomodan a la definición de feminidad defendida por el grupo. Estas fratrías musulmanas funcionan como referentes identitarios y como interlocutores de muchos de nuestros poderes públicos, que encuentran en estas comunidades jugosos nichos electorales. El peligro surge, como ya estamos viendo en Reino Unido o Bélgica, cuando las mayorías poblacionales musulmanas alcanzan una masa crítica suficientemente amplia. En ese momento, se presiona para que la ley islámica suplante nuestras normativas éticas, morales y jurídicas con el objetivo de implantar un modelo político y antropológico de perfil islamista.
-¿Cree que la prohibición del velo en algunos países occidentales es una medida en la buena dirección?
-A comienzos del siglo XX, el filósofo y poeta iraquí Al-Zahawi proclamaba: “Descubre la cara, hija de los árabes; el velo es para la sociedad una enfermedad penosa. El descubrirse es una mañana lúcida y el hiyab una noche tenebrosa”. Yo estoy de acuerdo con él: cada mujer en Europa que se pone un hiyab es una conquista en el espacio social y político del islam. Mucha gente no entiende que el hiyab está inserto en un entramado social mucho más amplio en donde el marido puede repudiar a su esposa legalmente sólo con declararlo en voz alta frente a testigos y sin dar ninguna explicación. Los defensores ‘occidentales’ del hiyab, tan extraordinariamente generosos con el islam pero tan críticos con el cristianismo, no están dispuestos a asumir que detrás del niqab hay un contexto social donde el marido puede llevar una segunda, tercera o cuarta esposa al domicilio familiar y donde niñas de nueve años son obligadas a casarse con hombres de avanzada edad.
-¿Por qué tiene tan mala fama el cristianismo entre los sectores llamados progresistas de nuestras sociedades, como la española?
-En el libro trato esa cuestión con mucho detenimiento porque es fundamental. Brevemente puedo decir que la gente que manifiesta ese desprecio hacia el cristianismo, una de tres: o están fuera de la realidad o son unos ignorantes o son unos imbecillis, esto es, que operan sin bastón, sin un buen apoyo que guíe sus juicios.
-¿Hemos perdido libertad en nuestras democracias occidentales para hablar de los temas que han centrado esta entrevista?
-Por supuesto, la corrección política imperante seguramente intentará cancelar mi libro bien por ‘islamófobo’, bien por ‘fascista’, bien por ‘misógino y machista’. Y yo en la introducción aclaro que aquí nadie niega que existan corrientes que, desde el odio, el resentimiento y la ignorancia, caricaturizan de forma siniestra a grupos sociales enteros. Existe la islamofobia, por supuesto, igual que existe la hispanofobia, la yankifobia, la rusofobia, la judeofobia, la sinofobia, la cristianofobia, la anglofobia, la francofobia o la occidentalofobia. Pero realizar una crítica filosófica a los fundamentos del islam no es islamofobia, de igual manera que no es misoginia someter a crítica los argumentos y razones sobre los que se sustenta el feminismo, tarea que acometo en el libro sin contemplaciones de ningún tipo.
-¿Cómo ve el futuro al respecto? ¿Vamos a peor? ¿Considera la victoria de Trump un revulsivo en este sentido?
-Es evidente que si se mantiene la inercia actual nuestras sociedades serán, tarde o temprano, islamizadas. Pero el futuro no está escrito y no sabemos qué puede pasar. Pueden surgir elementos inesperados, pueden pasar muchas cosas. La victoria de Donald Trump puede reconducir el tablero geopolítico hacia un horizonte menos woke, por supuesto, y eso puede significar desinflar a ciertas corrientes ideológicas proislámicas. Pero eso no será suficiente para reconducir la situación europea en general y la española en particular. Tenemos que estar atentos, seguir trabajando, para poder hacer frente a cualquier coyuntura política y geopolítica que se nos presente. No hay recetas mágicas.