Dos semanas después, Estados Unidos sigue polarizado por el debate en torno a las protestas universitarias contra la intervención israelí en Gaza. Lo que empezó como manifestaciones aisladas y poco numerosas, se ha extendido a numerosos centros académicos a lo largo y ancho del país. En algunos de ellos, los manifestantes propalestinos se han enfrentado a las Fuerzas de Seguridad o se han producido choques con estudiantes judíos o simpatizantes de Israel, como sucedió este jueves en la UCLA, en Los Ángeles.
La reciente intervención de la fuerza policial en muchos de ellos, a requerimiento de las autoridades universitarias, no ha bastado para sofocar un movimiento.
Han pasado quince días desde que se produjeran las primeras detenciones de manifestantes en el campus de la Universidad de Columbia y el número de detenidos supera ya los 2.000, unas cifras de arrestos en los campus que solo tiene precedentes en las protestas contra la segregación de los negros de la década de 1960.
De acuerdo con los datos del Crowd Counting Consortium, han sido más de 150 los campus en los que se han producido protestas propalestinas. En ellos, los estudiantes han reclamado el fin de la intervención israelí en Gaza y del apoyo estadounidense, pero sobre todo la ruptura de los lazos entre las universidades estadounidenses y toda entidad con vínculos con Israel y sus fuerzas armadas. En realidad, es la estrategia del boicot económico a Israel que los activistas propalestinos llevan años promoviendo para cambiar la política israelí hacia los palestinos con escaso éxito, pero adaptada a las universidades estadounidenses, donde el dinero judío fluye en grandes cantidades.
Una protesta nacional
El mapa de los estados afectados muestra que el movimiento tiene una dimensión nacional. Las universidades de Berkeley y la UCLA, en California; la de Yale y Columbia, en Nueva York; la de Michigan; el Instituto de Tecnología de Massachusetts y un largo etcétera de instituciones académicas, algunas entre las más prestigiosas del mundo, que han visto su normalidad alterada por la protesta estudiantil y el revuelo que se ha originado en torno a ellas. Solo los estados más aislados y rurales como Nebraska, Alabama o Wyoming se han librado hasta ahora de un fenómeno que ya impregna todos los niveles del debate político y se ha convertido en una amenaza para la reelección del presidente Joe Biden.
Aunque el desalojo del salón Hamilton de la Universidad de Columbia, en el que se iniciaron las protestas contra la guerra de Vietnam en 1968, que había sido ocupado por los manifestantes, y la intervención en el recinto de la UCLA fueron las actuaciones policiales más destacadas, son más de 80 los recintos académicos del país que han recibido la visita de la Policía, requerida en la mayoría de los casos por unos responsables universitarios que buscaban el difícil equilibrio entre el respeto al derecho a la protesta de los estudiantes y la necesidad de mantener el orden público y la normalidad de la vida académica.
El propio Biden resumió el espíritu con el que también él ha tenido que afrontar la revuelta propalestina. “Existe el derecho a la protesta, pero no a sembrar el caos”, dijo el presidente, cuestionado por la respuesta de las autoridades a las protestas.
El apogeo de las protestas se vivió a comienzos de la semana pasada, cuando la afluencia a los campamentos y reuniones aumentó, y la atención de los medios se volvió hacia unas concentraciones que hasta entonces habían sido minoritarias.
Un tercio de los detenidos no son alumnos
El mayor número de detenidos se ha producido hasta ahora en la Universidad de Columbia, donde hubo 220. Le siguen la UCLA de Los Ángeles, con 200 y el City College de Nueva York con 173. Pero las cifras están en constante aumento. Los responsables de la Universidad de Columbia informaron de que al menos un tercio de las personas arrestadas en sus instalaciones eran personas ajenas a la universidad, lo que da argumentos a quienes denuncian que este es en realidad un movimiento principalmente político, aunque se haya envuelto en un manto estudiantil.
Las protestas habían sido hasta esta semana mayoritariamente pacíficas, con reuniones, campamentos de protesta y poco más que despliegue de pancartas, pese a que han ido apareciendo las denuncias de estudiantes judíos que decían haber sido intimidados.
Pero en los últimos días se ha dado un paso más y se han ocupado numerosos espacios universitarios, lo que ha obligado a suspender las clases en muchos lugares y ha llevado a las escenas esporádicas de violencia que han llenado los informativos y en las que muchos encuentran un eco de las protestas antirracistas de la década de 1960.
Colectivos estudiantiles han denunciado que los agentes provocaron fracturas a algunos de los desalojados a la fuerza, mientras que los departamentos de Policía implicados han reportado lesiones entre sus agentes. En la Universidad de Wisconsin, en Madison, un joven golpeó con su patinete en la cabeza a uno de los policías.
Punto débil para Biden
En el campo de batalla político, la contestación universitaria se ha convertido en un potencial punto débil para Biden y su candidatura. Los republicanos, con Donald Trump a la cabeza, se han lanzado a degüello a acusarlo de pasividad y de permitir que el antisemitismo campe a sus anchas por las facultades, mientras que muchos de los situados más a la izquierda de las bases demócratas podrían retirarle su apoyo en las elecciones de noviembre porque le exigen que retire el apoyo militar y diplomático de Estados Unidos a Israel.
Las críticas de su Gobierno al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, por la falta de protección a los civiles gazatíes y los impedimentos a la llegada de ayuda humanitaria para los habitantes de la Franja no son suficientes para muchos votantes jóvenes a los que Biden necesita en su apretado pulso electoral con Trump.