Esta historia tiene en el centro también la disputa por un monasterio y la rebeldía de dos monjas clarisas que arriesgaron todo hasta el final. Estamos en Ravello, en la paradisiaca costa amalfitana, considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Cielo y mar azul turquesa y casas blanquecinas en las laderas de las montañas que rodean el Mediterráneo. Uno de los lugares más visitados y deseados del verano italiano. Entre tanta belleza se encuentra la Iglesia y el Monasterio de Santa Chiara, una estructura de 1297, que tras siete siglos interrumpió por primera vez su actividad espiritual solo el año pasado. Desde aquel enclave divino donde se llega a ver el mar, dejó de darse misa y las monjas de clausura que hasta el momento habitaban el lugar se fueron para no volver.
Se llamaban sor Massimiliana Panza y sor Angela Maria Punnack y su historia bajo el título de “las monjas rebeldes” comenzó a llenar los periódicos italianos justo hace tres años. La Congregación para los Religiosos, que gestiona los institutos de vida consagrada, había decidido cerrar el Monasterio de Ravello, que, junto al convento, contenía en su conjunto otros bienes inmobiliarios que en total estaban valorados en 50 o 60 millones de euros. A las monjas que vivían allí, Panza y Punnack junto a una hermana muy anciana, les explicaron que debían marcharse y serían reubicadas en otro centro religioso. Las dos monjas al cargo de la historia encontraron un truco para salirse con la suya. Dijeron que solo se irían de aquel lugar si el benefactor de toda esa fortuna inmobiliaria era el mismísimo Papa Francisco.
Quisieron dejarle todo al Papa
A diferencia del famoso caso de las clarisas “herejes” de Belorado, que no consideran a Francisco el Pontífice, estas monjas italianas tenían en gran estima al Papa argentino. De ahí la decisión de dejarle todo a él antes de perder el poder de los inmuebles del paradisiaco lugar espiritual de Ravello. Pero para sor Massimiliana y sor Angela Maria no fue tan fácil conseguir su objetivo de dejar todo a Bergoglio. Cuando la Congregación para los Religiosos, según relató el diario “Il Messaggero” que siguió de cerca y tuvo la exclusiva de la noticia, se enteró de lo que querían hacer, decidió impedirles a las dos monjas de gestionar su propio patrimonio y abrir una cruzada contra ellas cortándoles también el acceso a, por ejemplo, una tarjeta con 500 euros, según explicó en su momento la prensa italiana. Se quedaron con nada.
Sin embargo, quien la sigue la consigue. Ambas se dirigieron directamente al Papa que, finalmente, en junio de 2022, acepta personalmente la donación y pone final a la administración extraordinaria bajo la que vivían las monjas. Por su parte el Dicasterio para los Religiosos decreta, al margen de la decisión cercana de Bergoglio, que Masismiliana y Angela Maria tiene que trasladarse de forma definitiva a otro lugar. Finalmente ellas aceptan a cambio de que la concesión al Papa Francisco se haga, a nivel legal, efectiva y dejaron la estructura en febrero de 2023. Poco después una tercera, la monja anciana de 97 años y enferma, abandonó también el convento.
Patrimonio cultural
Desde el pasado otoño la situación del monasterio y la gestión, que queda en manos de la Santa Sede, sigue siendo para muchos una incógnita. La comunidad de Ravello, concretamente el movimiento ciudadano “Ravello tu”, había expresado grandes perplejidades sobre el destino de ese lugar que custodia obras de arte y es considerado un patrimonio cultural muy importante. “Un monumento tan rico en historia y obras de arte quedará abandonado con todos los riesgos posibles para el patrimonio. Mientras tanto no hay más noticias, ni se ha publicado nunca el documento que la administración municipal tenía que difundir sobre el destino del Monasterio”, se quejaban algunos vecinos.
El castigo a las monjas
La rebeldía de las monjas se pagó, en este caso muy cara. Paradójicamente el Dicasterio quería cerrar este convento por falta de vocaciones religiosas y canceló definitivamente las dos últimas que aún tenía. Las monjas fueron castigadas por su desobediencia no solo con dejar el monasterio, sino también con la expulsión de la vida religiosa con una obligada dimisión de la Orden de Hermanas Clarisas Urbanistas de Italia, a la que pertenecían. Sobre su destino no se supo mucho más, parte de la prensa italiana, como la Agencia AGI, publicaron que ambas monjas rebeldes se dirigieron a la casa familiar de una de ellas.
El destino de las monjas rebeldes que querían desafiar el poder del Vaticano se quedó en eso, en una epopeya en la que, con el alto precio de perder incluso sus votos, consiguieron su objetivo principal: que aquel lugar fuese para el Papa Francisco, con el deseo de que ese lugar tan especial cerca del Golfo de Nápoles terminase, antes o después, en manos, gracias al Pontífice, de quien más lo necesitase.