La espiral que desde hace tres semanas atrapa a los demócratas se acelera con más fuerza tras una breve pausa. La crisis generada por la condición física y mental de Joe Biden llega al extremo de que influyentes donantes como John Morgan mandan mensajes advirtiendo de que se llegó al punto de no retorno y augura una avalancha. “El final se acerca”, asegura rotundo. El pánico es total a tres meses y medio de las elecciones. Pero solo hay dos maneras de acabar con la carrera a la reelección del presidente: voluntariamente o por la fuerza.
Biden parece que ya se muestra abierto a escuchar a los dirigentes del partido e incluso habría empezado a aceptar que llegó el momento de apartarse. La filtración de los comentarios de Barack Obama o Charles Schumer preocupados por su capacidad para derrotar a Donald Trump es algo más que un accidente. Nancy Pelosi ya le pedía la semana pasada que tomara una decisión pronto que beneficie al país. Los tres tratan en realidad de evitar perder el control de las dos cámaras del Congreso. La situación, por tanto, es grave. Pero no se trata solo de convencerle para que abandone. Hay una discusión entre bastidores para hacerlo de una manera digna y democrática.
Tumbarlo en un voto virtual antes de la convención demócrata en agosto no era una opción teniendo en cuenta estos dos principios. Biden se impuso en las primarias en todos los estados y la mayoría de los delegados está obligado a respaldar al presidente de acuerdo con las reglas internas del partido y por una cuestión de lealtad. Por tanto la discusión interna también debía ofrecerles una alternativa aceptable que facilite al candidato a dar el paso y convocar una nuevas primarias aceleradas.
Descartada esta posibilidad, Biden puede apartarse de la carrera de dos maneras. La primera, es apoyando al sucesor. Lo lógico en este caso sería que cediera el relevo a Kamala Harris, su vicepresidenta. Por dos cuestiones obvias. Primero, porque aunque tiene sus propias debilidades, cuenta con un importante apoyo de las bases. Segundo, para poder tener acceso a las donaciones a la campaña. Si ella desaparece, también el dinero. En el caso de los fondos canalizados a través de grupos de acción política, no es tan evidente y dependería de los gestores.
Joe Biden podría elegir a un gobernador demócrata como Gavin Newson o Gretchen Whitmer para liderar el ticket y que Kamala Harris siguiera de acompañante. Pero para eso el partido debería respaldar su elección y todos los delegados estar a bordo, además de que habría que explicarlo muy bien a los partidarios de la vicepresidenta. El riesgo es que esta decisión carecería de legitimidad democrática y los delegados podrían elevar el relevo a la convención creando una situación de caos innecesaria.
La otra opción es que Biden decida retirarse pero dejando al partido que resuelva la situación. Es la vía de la convención abierta. El momento más evidente para hacerlo sería la cita en Chicago. Antiguamente era lo normal. Se elegía al nominado en los pasillos con acuerdos secretos entre los delegados. Pero con el paso del tiempo estos eventos se viven más bien como una coronación del candidato y su acompañante, como acaba de suceder en la republicana con Trump, con todo el partido unido en torno al nominado.
Pero la decisión de Biden de apartarse sin respaldar a su relevo dejaría libertad total a los miles de delegados para votar según su conciencia, en lugar de dejar el proceso en manos de los que tienen el poder en el partido. Mediáticamente es un festival y el proceso sería mucho más público, porque los contendientes a la nominación tendrían que defender sus argumentos para recibir los votos. Los delegados, en cualquier caso, no representan a los electores y eso les quita legitimidad democrática.
El problema de base es que es demasiado tarde para rehacer todo el proceso de primarias a nivel nacional. Y como en la opción en la que Biden respalda al sucesor, el riesgo es que la convención se convierta en un caos y en lugar de contraprogramar la campaña a Trump, fracture aún más a los demócratas. Por eso, todas las miradas estarán puestas en Joe Biden, para ver qué camino tomará.
El anuncio del presidente podría producirse antes de la próxima semana. No se espera, según varias fuentes, que renuncie a la presidencia ni respalde a otro candidato que no sea Kamala Harris. La Convención Nacional Demócrata de agosto se perfila así como la primera negociada desde 1952, con posiblemente decenas de aspirantes compitiendo por acompañarla en el ‘ticket’. Los demócratas estudian varios nombres. Newsom y Whitmer lo descartaron días atrás. Entre los nombre que se barajan están Mark Kelly (Arizona), Andy Beshear (gobernador de Kentucky) y Roy Cooper (gobernador de Carolina del Norte).
El que lo tiene claro es su rival. No lo citó ni una sola vez en el discurso aceptando la nominación al cierre de la convención en Milwaukee. Biden fue, de hecho, el gran ausente los cuatro días. La carga se dirigió hacia Harris, también porque es objetivo fácil en todo lo que tiene que ver con la inmigración ilegal. Trump cree que es una víctima injusta del aparato. La campaña, entre tanto, se niega a cerrar fecha para el debate entre los vicepresidentes hasta tener claro quién aparecerá en la papeleta. E incluso si los demócratas logran superar la crisis, el nominado tiene claro que perderán.