En la frontera de Líbano

Sobrevivir mirando al cielo

Orly Felman, israelí residente de una localidad cercana a la frontera con el Líbano, se siente abandonada por su propio gobierno. Ante el temor a una escalada del conflicto da por perdidas las opciones de regresar a su hogar

Proyectiles disparados desde el sistema de defensa aérea israelí Cúpula de Hierro para interceptar misiles lanzados desde el sur del Líbano, sobre la alta Galilea, norte de Israel, la madrugada del 4 de agosto de 2024. (Cúpula de Hierro, Líbano, Hizbulá/Hezbolá) EFE/EPA/ATEF SAFADI

Cuando Orly Felman y su familia hicieron las maletas para huir de los primeros proyectiles disparados desde el Líbano el 8 de octubre de 2023, creían que sería un paréntesis vital de unas semanas. Pero pasados casi diez meses del estallido de la guerra en todos los frentes en Israel, ven el panorama más oscuro que nunca. Tras los asesinatos de altos dirigentes de Hamás y Hezbolá de esta semana, ambas milicias y su patrón iraní prometen venganza, y el temor extendido entre los israelíes es que el peor capítulo del conflicto todavía está por llegar.

Maestra de profesión y residente del kibutz Kfar Szold, esta madre de dos gemelos tiró la toalla. “Somos refugiados dentro de nuestro propio país, lo cual es absurdo. El estado, que debería preocuparse por nosotros, está ausente”, lamenta. Al abandonar su hogar, su familia se hospedó dos semanas en casa de un amigo en la cercana ciudad de Tiberias. El 19 de octubre, se reagrupó con su hermana menor en Sant Cugat (Barcelona), donde también se hospedaron sus padres durante más de un mes.

Saturados por la convivencia familiar en un pequeño apartamento, regresaron a Israel. Pero afrontaron un injusto desagravio. Su localidad, ubicada 500 metros más allá de la franja delimitada por el gobierno para desalojar a los residentes cercanos a la zona de guerra, no recibe ninguna compensación económica. Miles de israelíes no pueden vivir en sus casas y perdieron sus trabajos, y están condenados a tirar de ahorros hasta arruinarse. Un generoso propietario de un apartamento en Tel Aviv les acogió durante tres meses, y sus hijos se matricularon en una escuela en la zona. Pero la guerra continuaba, el alojamiento gratuito expiró, y tuvieron que buscar otro piso. “Desde entonces, pagamos dos alquileres (incluido el de Kfar Szold) sin recibir ninguna ayuda”, prosigue.

Como sus compatriotas que viven en regiones fronterizas, Orly está habituada a tiempos de guerra. Misiles, sirenas, blindados y tanques en carreteras, corridas a los refugios… Pero jamás sufrieron lo de ahora. “Mi vida dio un tumbo el 7 de octubre, sentí que lo que pasó (la masacre en el sur perpetrada por Hamás) nos podría haber ocurrido. Hezbolá está pegado a la frontera. El milagro es que no atacaran el mismo día”, cuenta. Siente una quiebra de confianza profunda en el estamento político y militar de su país: “el ejército no estuvo, nadie nos protegió. El sentimiento de que nadie nos cuida hace temblar todo. Ahora no vemos el final, y siento que no hay ninguna opción de volver a casa”.

Si bien hay un consenso generalizado en Israel sobre la idoneidad de liquidar a los cabecillas de los grupos armados enemigos, hay quienes cuestionan los tempos escogidos. “Las muertes de Fuad Shukr, comandante en jefe de Hezbolá, e Ismail Haniye, líder político de Hamás, no cambiarán la encrucijada estratégica que afronta Israel respecto a cómo terminar la guerra, gobernar Gaza y ocuparse de los civiles. Probablemente, intensificaran el conflicto en lugar de apaciguarlo, lo que dificultará aún más las opciones de una tregua en Gaza”, escribió Steven Earlanger, ex jefe de la delegación de The New York Times en Israel. Y como prometió Hassan Nasrallah, líder de Hezbolá escondido en un búnker libanés, el grupo chiita proiraní seguirá disparando sobre territorio israelí hasta que en Gaza no callen las armas.

Desesperados y sin dinero, algunos vecinos de Orly regresaron a su kibutz. Pero ante los eventos de la última semana, volvieron a marcharse, algunos incluso emigrando definitivamente al extranjero. “Entienden que ya no es un lugar seguro, y el gobierno de Israel no tiene estrategia para restaurar la seguridad. Nuestras vidas son dictadas por Nasrallah, él es quien verdaderamente marca lo que ocurrirá”, considera.

“Es doloroso asumir que ya no volveré a casa. Ni a corto, ni tal vez a largo plazo. Es peligroso criar así a mis niños, no estoy dispuesta a arriesgarme”, prosigue Orly. El trágico evento ocurrido en la cercana localidad de Majdal Shams, dónde 12 niños pertenecientes a la minoría árabe drusa murieron por el impacto de un proyectil de Hezbolá mientras jugaban a fútbol, la dejó consternada. “Como a nosotros, el estado no los desalojó oficialmente. Viven en la zona cero de la guerra, pegados a la frontera. Cuando disparan del Líbano, suena antes el impacto que las sirenas de aviso. Además, no disponen de refugios antibombas”, explica.

Orly cree que en “esta ruleta rusa que jugamos, esto iba a ocurrir tarde o temprano”. La tragedia le impactó doblemente, ya que sus hijos gemelos son fervientes amantes del fútbol. Un día después, otro joven israelí murió por el impacto de metralla en el kibutz vecino de Hagoshrim. “Los misiles llegan de todos lados, nadie está seguro”, apunta.

Ante los complejos retos de seguridad que afronta Israel, esta maestra -en paro forzado- cree que los responsables del fracaso del 7 de octubre deberían asumir responsabilidades. “Los líderes culpables deberían estar ya en la cárcel, y altos mandos del ejército deberían haber dimitido. No tiene sentido que todavía lideren este país”, protesta. Como detractora de Benjamin Netanyahu, considera que “hasta que no haya un cambio político, la situación solo empeorará”.

Pese a que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) son el ejército más poderoso de la región y cuentan con el apoyo incondicional de EE.UU., “nuestros enemigos ya no temen golpearnos”. Según Orly, el ambiente está muy tenso en las calles ante la venganza anunciada por sus enemigos. A pesar de que en Tel Aviv están alejados del intercambio de fuego diario, el pánico también cunde. Hace dos semanas, un dron enviado desde Yemen impactó a 200 metros de su actual apartamento, y mató a un vecino. “Ya no hay lugar seguro en Israel. Intento no traspasar mis pensamientos y mi pánico a los niños, pero oyen noticias, ven que preparamos alimentos en el refugio blindado… Es imposible desconectarles de lo que ocurre”, insiste.

Para Orly, su vida es ahora una “montaña rusa, con subidas y bajadas”. Pese a que intentan descomprimir su tensión bañándose en la costa telaviví, reconoce que “estamos todo el tiempo en modo de supervivencia. Sin apoyo del estado, debo ocuparme que mis hijos tengan techo y educación, y es algo que afecta a la salud, a la pareja, la familia y el trabajo. Son demasiados frentes que lidiar”, concluye.

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