Mis amigas me escriben mensajes de WhatsApp en el entendido de que los borrarán en cuanto tengan constancia de que los he recibido. De manera que mis amigas, mis hermosas, valientes, inteligentes amigas, autoras de mensajes memorables, ahora se imponen una dieta de olvido porque sus breves textos podrían acarrearles cárcel y enormes costes para su familia. ¿Exageración? Ojalá.
La represión recrudecida en Venezuela, tras las elecciones del 28 de julio, cuyos resultados han sido desconocidos por el aspirante a la reelección, Nicolás Maduro, se aplica sin compasión mediante la revisión ilegal de teléfonos en operativos policiales en avenidas, calles, plazas y cualquier lugar público, incluidos los puestos de control en las carreteras. La abusiva práctica se orienta a detectar contenidos que evidencien la adscripción opositora del dueño del terminal, lo que puede suponer inmediata detención y, según el volumen rebelde de los mensajes, prisión y allanamiento a su casa, lo que equivale a saqueo de lo que encuentren. Medio en broma medio en serio, usuarios de las redes sociales proponen usar fotos de Chávez como fondo de pantalla.
En un par de días recibí comunicaciones de varias amigas, no relacionadas entre sí, cuyo testimonio era casi idéntico. Están aterradas. A una le anularon el pasaporte, por nada, porque lo pueden hacer; a otra, trabajadora en una ONG, sufre la persecución del chavismo, no solo en estos días, sino por tradición; y la tercera, ingeniera, confiesa experimentar un miedo “raro”, que le cuesta explicarme.
A todas les cuesta, pero es la ingeniera quien se detiene en ese aspecto intransferible del terror venezolano de estos días. “Más allá del miedo que siento en lo personal, de lo que me pueda pasar a mí o los míos, tengo miedo de lo que desconocemos, lo que todavía no sabemos que están haciendo o pensando hacer, pero ellos actúan como lo hacen, sin importarles absolutamente nada”. Este mensaje está copiado de WhatsApp y pegado aquí, la intervención periodística se ha limitado a alguna coma.
Nunca viví nada parecido
El país “de adentro”, el que vive en el territorio venezolano, vivir en el pánico por muchos motivos, pero el más prominente es que el régimen puede hacer exactamente lo que quieran contigo, con tu familia, con tus bienes y con tus males.
—”Nunca había vivido nada parecido”, dice la antropóloga empleada en una ONG.
Mi familia, mis padres y mis tíos estaban comprometidos en la resistencia contra Pérez Jiménez (el dictador de los años 50). Nosotros sabíamos que no debíamos decir nada a los amigos ni en el colegio. Nos decían que tuviéramos cuidado porque las paredes oían. Pero nunca tuve tanto miedo como después de las elecciones del 28-J.
Ni qué decir las colegas periodistas. Gente que lo que ha hecho es andar por la vida con una libreta o haciendo fotos o pintando o escribiendo están atenazados por el miedo. Hasta enero de 2024, el chavismo había cerrado más de 400 medios de comunicación, entre prensa, radio y televisión.
—”Tengo miedo de que el mundo no se atreva a intervenir con firmeza por la amenaza que ellos pueden representar si los enfrentan de una manera más abierta y frontal; que eso nos lleve a vivir bajo su amenaza, por muchos años más. Siento que solo hemos visto una pequeña parte del verdadero monstruo que se adueñó de este país”, dice otra amiga.
Vaciar el chat antes de salir a la calle
Quien intercambie mensajes con venezolanos que están en su país sabe que muchas veces tendrá que volver sobre lo ya dicho, porque la gente en Venezuela borra los mensajes casi sin terminar de leerlos, escucharlos o escribirlos. Esto abre la puerta a malentendidos y tensiones, y a una constante puesta en escena del terror.
En los chats, sobre todo los de periodistas, se insiste continuamente en que todo el mundo vacíe el chat antes de salir a la calle. Los documentos importantes son enviados a los exiliados para que los conserven porque cualquier audio, cualquier carta pública, cualquier conversación, puede ser incriminatoria.
—”He ido a todas las manifestaciones, y lo seguiré haciendo… pero el miedo que siento es mucho más profundo que temerle a una bomba lacrimógena, una bala o la cárcel (Dios me cuide). Y aun así, no quiero dejar mi país, no lo voy a hacer. Y tienes que seguir con tu vida, como puedas, porque nada se detiene. Es como si vivieras en varias realidades paralelas. Yo tengo que trabajar y muchas veces no puedo concentrarme (como ahorita)”, dice una de estas amigas.
Las garras del régimen
Este mensaje alude a la paradoja de que, a mayor miedo, mayor determinación de seguir adelante. Y los de afuera son conscientes de que deben redoblar sus esfuerzos de resistencia, por todo lo que los de adentro no pueden hacer. De resultas que el exilio venezolano es archivo de los textos y, en general, documentos que los de adentro temen que vayan a las llamas si llegan a ser secuestrados por el régimen.
—”Los trabajadores de ONG están suspendiendo viajes al extranjero, porque las detenciones en los aeropuertos se están haciendo de forma arbitraria. No hay manera de saber por qué causa o lógica están abordando a la gente que se llevan detenida. Los asociados a ONGs de derechos humanos estamos en alerta máxima”, dice una amiga en susurros.
El exilio debe gritar porque en las calles de Venezuela hay silencio. Los individuos callan lo que la Nación ha dicho con toda claridad, con sus votos, con su presencia en las calles este sábado 17, cuando la protesta fue replicada en más de 300 localidades en todo el mundo. Se ha producido una división territorial del trabajo, cada quien cumple su parte; y el exilio le toca mantener viva la causa de la anhelada Venezuela libre.