Tania, y su madre María, Irina, Nastia, Tatiana, Mikola o Valentina con su perro Max. Son sólo algunos de los nombres de los miles de civiles ucranianos que han tenido que huir de sus casas del noreste de Járkiv, durante los últimos días, porque las fuerzas del Kremlin las están bombardeando indiscriminadamente desde la frontera rusa.
Llegan exhaustos al Centro de Tránsito para evacuados –que las autoridades ucranianas han tenido que habilitar de urgencia–, después de pasar por una auténtica odisea para salir de sus pueblos. Los continuos golpes de la artillería rusa contra las calles de Vovchansk, Liptsi, Petropavlivka y una treintena más de localidades están provocando un éxodo que recuerda a los primeros meses de la guerra a gran escala.
Salen casi con lo puesto, abrazando a sus mascotas para no dejarlas atrás, a merced de los bombardeos. En muchas ocasiones, la última imagen que se llevan en la retina es la de sus casas envueltas en llamas, tras el impacto de un proyectil. Y a pesar de haberlo perdido todo en un momento, son afortunados por seguir con vida en medio de la ofensiva rusa más violenta que se ha producido en Ucrania desde hace mucho tiempo.
Cientos de voluntarios
Cuando el autobús se detiene frente a la valla y empiezan a bajar los evacuados, se encoge el corazón. La mayoría son ancianos, y hay muchas mujeres solas. "Babushkas", que es como se llama cariñosamente a las abuelas en ruso –la lengua materna que los ucranianos compartían con el país agresor, que ahora les ha sacado de sus casas a golpe de artillería–.
Algunas de esas babushkas –con su pañuelo tradicional protegiéndolas la cabeza de un inusual frío de mayo– no pueden caminar, y los voluntarios se apresuran a ayudarlas. En este Centro de Tránsito, hay más de cien voluntarios de 30 organizaciones diferentes: desde UNICEF al World Central Kitchen del chef José Andrés, y otras muchas locales. Pero no dan abasto.
Registran sus nombres en una base de datos, les ofrecen comida caliente, agua y ropa si la necesitan. Y después los derivan a un albergue temporal. Cuesta imaginar la mezcla de tristeza, dolor e incertidumbre que deben sentir por dentro, sin saber dónde ni cómo van a empezar su vida desde cero. La mayoría a sus setenta u ochenta años.
La carretera de la muerte
Pero antes de llegar a los albergues –antes incluso de llegar al punto de tránsito en Járkiv capital–, todas estas personas han enfrentado un viaje agónico de muchas horas. Las evacuaciones se realizan en varias fases, en las que participa la Policía, equipos médicos y voluntarios civiles –que se juegan la vida, para ayudar a salvar la de personas que ni siquiera conocen–.
Son los equipos de Policía, pertrechados con chalecos antibalas y cascos, los que se adentran en los pueblos que están siendo bombardeados para buscar –calle por calle– a las personas que necesitan ayuda. Y los sacan a toda velocidad, conduciendo por carreteras que están siendo bombardeadas a cada rato, esquivando los proyectiles como pueden.
Reúnen a todos los que logan sacar en un punto seguro, a unos veinte kilómetros de la zona de combate, y fuera del alcance de la artillería. Y desde allí los embarcan en los autobuses que finalmente llegan a Járkiv. Algunos emprenden su huida por la mañana, y no llegan a un lugar seguro hasta la noche.
No fotografiar la valla
De nuevo en el Centro de Tránsito, los voluntarios explican que reciben de media a más 500 personas por día, pero que otros muchos se han auto evacuado, y hay más puntos de recepción. En total, más de 8.000 civiles se han visto obligados a dejar su hogar en los últimos seis días.
Muchos de estos voluntarios jarcovitas –la mayoría muy jóvenes– llevan ayudando desde que empezó la guerra a gran escala. Por eso cuando los rusos cruzaron nuevamente la frontera, y comenzó esta ofensiva, se organizaron en tiempo récord. Además, los lugares de los que están huyendo ahora todas estas personas ya estuvieron ocupados por las tropas rusas en 2022, así que sus residentes también sabían cómo se organizan las evacuaciones.
“Muchos nos llaman directamente para pedir la evacuación, y la Policía intenta avisar a todo el mundo en las ciudades fronterizas”, cuenta Victoria, al pie de uno de los autobuses. Pide que no fotografiemos la valla de la fachada, para que los rusos no puedan identificar el edificio y lanzar un ataque sobre ellos.
Pero incluso sin la dirección exacta del lugar, y mientras Victoria y el resto de voluntarios atienden a los evacuados, el Kremlin bombardea Járkiv capital un día más. Los ataques en la ciudad –donde no llega la artillería rusa– se producen con misiles S-300 y drones suicidas. Mucho más destructivos.
Y algunas de las escenas que dejan son dantescas: mientras los rescatistas y los bomberos trabajan en un edificio de gran altura –ayudando a sus residentes a salir y recogiendo los escombros que dejan aprisionados varios coches–, el sonido de más explosiones los obliga a parar y refugiarse en el parking subterráneo del bloque de viviendas.
Una calle más arriba, los cristales de una estación de metro saltan en mil pedazos y los viandantes no saben si refugiarse dentro o correr en dirección contraria. Y casi a la vez, en el castigado barrio de Saltivka –al norte de la capital– también se producen explosiones.
Apoyo a Járkiv
Pero pesar de los bombardeos, y de lo peligrosa que es la situación en estos momentos, muchas autoridades políticas y militares han acudido a Járkiv durante las últimas horas para mostrar su apoyo y ese espíritu de resistencia que ha caracterizado a los ucranianos desde que empezó la invasión.
Desde el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, el general Syrsky, hasta la viceprimera ministra Irina Vereshchuck, el desfile de figuras públicas no ha cesado durante estos días –desafiando los bombardeos del Kremlin, a pesar de su dureza–.
También ha hecho acto de presencia la coordinadora de la ONU, Denise Brown, y es muy probable que llegue pronto el presidente Volodimir Zelenski –que ha cancelado su viaje a España por el deterioro de la situación en los últimos días–.