Le pregunto a uno de mis mejores amigos, un milanés que ha votado durante toda su vida al Partito Democratico –el trasunto italiano del PSOE–, sobre cómo anda el gallinero político por la tierra del Dante, Battiato y Sabrina Salerno, y éste me cuenta que, después de Draghi, el Gobierno de su país ha sido un sindiós de vaivenes y que, pese a sus ramalazos capilloides, “las cosas están más tranquilas” desde que Giorgia Meloni preside el Consejo de Ministros de Italia –primera mujer, por cierto, que ocupa este cargo–. A finales de junio, el expresidente Felipe González, crucifijo de plata y diente de ajo para los moradores de Ferraz, 70, le decía en una entrevista a Carlos Alsina: “Curiosamente, está dándole a Italia una estabilidad argumental que yo no recuerdo de Italia, salvo como funcionaba Andreotti. (…) Ha matizado muchas de sus posiciones y reserva algunas”.
Supe de la existencia de Meloni hace un lustro. Como a Hannibal Lecter, las actitudes y comportamientos groseros me revuelven las tripas, y disfruté como Savonarola en su falò delle vanità contemplando a la líder de Fratelli d’Italia poniendo firme en un programa de la televisión italiana a Aída Nízar, aquella bizarra criatura televisiva gestada en no sé cuál edición del Gran Hermano nuestro. La española, en pleno colocón de histrionismo contraaugusto, porque le salió del toto, se había bañado en la Fontana de Trevi y en la Fuente de los Cuatro Ríos, y la romana propuso, “para esta ignorante”, una pena de “un año de trabajos en beneficio de la comunidad limpiando las calles” de la capital del Lacio. En plató, después de machacarla, la política conservadora sentenció el debate declarando: “No he venido aquí para hacer el payaso”.
La niña Meloni sufrió el abandono de su padre cuando ésta era un bebé y, si bien nació en Roma Nord, pasó su infancia en Garbatella, un barrio de comunistas, después de que, accidentalmente, ella y su hermana quemaran la casa en la que vivían. Sacó la mejor nota en la Selectividad, pero no pisó la universidad. Habla varios idiomas y también se dice que es una buena lectora. Empezó a militar, a los quince años, en la organización juvenil del Movimiento Social Italiano, de inspiración neofascista. En 1996, en la televisión francesa, llegó a calificar a Mussolini como “buen político”. Fue líder nacional de los cachorros de la Alleanza Nazionale (AN), otro partido de un palo parecido, y llegó a ser diputada en 2006. Dos años después, Berlusconi, viejo zorro, atento a su crecimiento, la nombró ministra de la Juventud, siendo la más joven de la historia del país. Se convirtió en un animal televisivo, fundó Fratelli d’Italia en 2012, cebó su popularidad ciscándose en la inmigración ilegal y en el aborto, aumentó su musculatura electoral –unos 666.000 votos en 2013; 1,429 millones, en 2018–, sus memorias fueron uno de los libros de no ficción más vendidos del momento y, finalmente, ganó las elecciones generales de ese año cosechando más de 7,3 millones de votos.
Niega que sea fascista, ha rociado con sifón su ideología originaria y ha pasado de coquetear políticamente con Putin y Orbán a hacerlo con Ursula von der Leyen. En julio, después de que el medio Fanpage publicara una investigación sobre actitudes y palabras neofascistas en una parte del movimiento juvenil de Fratelli, Meloni envió una carta a los dirigentes de su partido subrayando que en FdI “no hay sitio para posiciones racistas o antisemitas, como no lo hay para nostálgicos del totalitarismo del siglo XX, ni para ninguna manifestación de folclore estúpido”. Ganó las últimas europeas y sacó más votos que Macron, a quien no traga. Los seis eurodiputados de Vox dejaron el grupo que abandera, los Conservadores y Reformistas (ECR), por Patriotas por Europa, creado recientemente por el primer ministro húngaro. Siendo anfitriona de la cumbre del G7 en Bari, mostró una ternura rabiosa y delicadísima auxiliando a un Joe Biden absolutamente desorientado después de que los líderes de las potencias participantes presenciaran un espectáculo de paracaidismo. Los analistas destacan que no tiene la mejor formación académica ni es la más inteligente a la vez que reconocen que ha entendido al pueblo italiano como ningún otro líder político. Algo parecido se escribió sobre Lola Flores en una crítica supuestamente publicada en The New York Times.