Melania Trump será una de las pocas mujeres en la historia de Estados Unidos que volverá a la Casa Blanca después de haberla abandonado. Y en esta segunda etapa parece resuelta a marcar sus condiciones.
La exmodelo ya fue una primera dama heterodoxa en la primera presidencia de su marido y todas las señales que envía ahora que está a punto de comenzar su segundo periodo indican que no se sentirá atada ni por la costumbre ni por las obligaciones tradicionalmente asociadas al cargo.
Melania no acompañó a su marido a su reunión esta semana con el todavía presidente Joe Biden en la Casa Blanca para preparar el traspaso de poderes, algo a lo que él no se prestó en 2020, cuando fue derrotado en las urnas. Es tradición que la primera dama invite a su sucesora a tomar el té en la residencia presidencial mientras ellos hablan del relevo en el gobierno y Jill Biden cursó la pertinente invitación, pero la señora Trump la declinó.
Su oficina alegó que estaba ocupada con la promoción de su recién publicado libro de memorias, pero los medios estadounidenses especulan que la verdadera causa es el resentimiento de Melania con los Biden por el registro por parte de agentes del FBI de su casa de Mar-a-Lago en busca de los documentos clasificados que supuestamente se llevó Trump cuando dejó la presidencia.
En cualquier caso, Melania ya conoce la Casa Blanca y su interés por ella parece ser relativo. De hecho, medios tan diferentes como el New York Post y la CNN citan fuentes de su entorno para asegurar que no se mudará permanentemente al complejo presidencial, sino que compaginará estancias en Washington con largas temporadas en Nueva York, donde su hijo Barron cursa estudios universitarios, y Palm Beach, donde tiene una red de amistades que visitan habitualmente la residencia de Mar-a-Lago y con los que se siente más cómoda que con el personal, pompa y rigideces del entorno presidencial.
La siempre enigmática Melania ha evitado dar detalles de su plan para su nueva responsabilidad como cónyuge del presidente, si es que tiene uno, aunque sí ha dejado claro que “esta vez será diferente” porque, según afirma, “ahora tengo mucha más experiencia y conocimiento”.
Su comportamiento en la campaña electoral y tras las elecciones indica que se dosificará y será ella quien elija en qué eventos participa. En la campaña apareció en contadas ocasiones junto a su marido y, aunque estuvo en la Convención Republicana de Milwaukee, no participó en los mítines. Sí se la vio exultante, en cambio, junto a él en Mar-a-Lago en la noche del 5 de noviembre, cuando se confirmó su victoria y su regreso a la Casa Blanca.
Su ausencia de muchos actos de campaña y su desplante a Jill Biden hacen pensar que Melania solo participará en los actos que sean de su agrado o interés y desarrollará su propia agenda. Anita McBride, jefa de gabinete de Laura Bush cuando esta fue la primera dama, le dijo a The New York Times que Melania “ha dejado claro durante años que hará las cosas a su manera y no le pesarán las expectativas que otros puedan tener de ella”.
Y para Melania nada que tenga que ver con los Biden parece agradable. Al resquemor por el registro de Mar-a-Lago se suman los comentarios con los que acogió los mensajes de solidaridad que le envió Jill Biden después de que su marido sobreviviera a un intento de asesinato en un mitin en Pensilvania en julio. La señora Trump le dijo a Paris Match: “Me pregunto si la preocupación de Jill era auténtica, ya que solo unos días antes se había referido a mi marido como malvado y mentiroso”.
Tampoco le gustaron algunas de las labores de las que tradicionalmente se ocupa la primera dama, como dirigir y supervisar la decoración navideña de la Casa Blanca. Una antigua colaboradora la grabó quejándose por tener que ocuparse de eso. Esta vez, parece, se ocupará solo de lo que quiera ocuparse.