Invasión rusa

“Me encanta trabajar bajo tierra”, las mujeres acceden también a las minas ucranianas

La cruenta invasión rusa lo cambió todo. La Ley Marcial y el hecho de que decenas de miles de hombres se alistaran en el Ejército de forma masiva obligó a que se modificaran las leyes que las prohibían bajar a la mina

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Daria, la biológa de la mina de carbón de Pavlogrado, descendiendo hacia uno de los túneles donde se hacen las prospecciones María Senovilla

La guerra en Ucrania ha propiciado que las mujeres bajen a las minas en las que ahora está interesado Donald Trump. Ahora que Estados Unidos ha puesto los ojos en los minerales ucranianos, es buen momento para explicar la situación del sector minero en este país y los avances en igualdad que se están produciendo bajo tierra.

Bajar a las profundidades de una mina de carbón te obliga a desconectar del mundo. No hay cobertura y los teléfonos móviles se convierten en simples pisapapeles que no merece la pena sacar del bolsillo. El tiempo se detiene, el aire que respiras es diferente, también los sonidos que te rodean, incluso los rostros de la gente parecen distintos. El mundo se para cuando tomas el primer ascensor que se traga la tierra, y se vuelve a poner en marcha cuando regresas a la superficie –después de un turno de 6 horas– cubierto de una fina capa de polvo negro.

Un trabajo exclusivo para hombres

Para que el engranaje funcione durante las 24 horas del día, y el negro carbón brote hasta la superficie, se necesitan miles de personas trabajando al unísono. Sólo en esta mina –la más grande de la región de Dnipro– trabajan 4.000 personas cada día en tres turnos. Pero antes de la guerra, en Ucrania, sólo los hombres podían bajar hasta las entrañas de la tierra y realizar los trabajos subterráneos.

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Trabajadoras de la mina de carbón de Pavlogrado esperan a punto de empezar su turno (María Senovilla)

La cruenta invasión rusa lo cambió todo. La Ley Marcial y el hecho de que decenas de miles de hombres se alistaran en el Ejército de forma masiva obligó a que se cambiaran las leyes que prohibían a las mujeres bajar a la mina. Y cientos de ellas se armaron de valor, se pusieron el mono y las botas de goma, se colocaron la bombona de oxigeno en la espalda y se ciñeron a la cabeza el pañuelo blanco que les protege del polvo para tomar ese ascensor hacia las profundidades de la tierra.

Bajo los bombardeos rusos

Estos mineros, hombres y mujeres, tienen además un hándicap añadido: la mina en la que se adentran cada día está en la ciudad de Pavlogrado, bombardeada a diario por Rusia y cada vez más cerca del frente de combate de Donetsk –que se ha vuelto aún más descarnado durante los últimos meses–.

“Cuando estamos abajo no podemos ver el móvil, ni las noticias, y no sabemos lo que está sucediendo; nosotros en realidad estamos seguros en los pozos, pero no sabemos qué está pasando con nuestras familias en la superficie y eso es lo más duro”, confiesa uno de los trabajadores, en el teleférico que baja a los túneles.

El artículo 9

De los 4.000 empleados de la mina, 600 son mujeres y 130 de esas mujeres trabajan hoy bajo tierra. “Antes desempeñaban sólo trabajos administrativos, pero cada vez son más las que deciden bajar porque no tienen miedo, y animadas también porque el sueldo es mejor”, indica Oksana, la responsable de comunicación de la empresa.

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Una operaria de la mina de Pavlogrado revisa los sistemas de la maquinaria pesada bajo tierra (María Senovilla)

Más de 1.000 trabajadores de esta mina están movilizados, la mayoría se fue al Ejército de manera voluntaria nada más empezar la invasión”, continúa Oksana. “La mina funciona 24 horas al día, y cuando empezó a faltar gente vimos que así no se podría mantener el ritmo de producción”, explica.

Ante la escasez de personal

La minería no fue el único sector donde sucedió esto, casi todas las empresas ucranianas se vieron afectadas. Finalmente, en marzo de 2023 el Gobierno de Ucrania modificó la ley de trabajo para atraer rápidamente nuevos empleados y paliar el problema de escasez de personal y mano de obra que propició la guerra.

Fue en el artículo 9 de la “Ley sobre la organización de las relaciones laborales bajo la Ley Marcial” donde se recogió la modificación que permitía a las mujeres acceder a determinadas categorías de trabajo:

  1. Durante el período de la Ley Marcial, el empleo de mujeres (excepto las embarazadas y las mujeres con un niño menor de un año) está permitido con su consentimiento en trabajos pesados y trabajos con condiciones de trabajo nocivas o peligrosas, así como en trabajos subterráneos.

Este párrafo lo cambió todo: tras décadas de restricciones que impedían que las mujeres se incorporaran a los trabajos considerados como “de hombres”, se daba un paso hacia la igualdad. Pero lo triste es que este paso se dio en mitad de una guerra que expulsó de sus hogares –y de su país– a millones de mujeres que huyeron en calidad de refugiadas para poner a salvo a sus hijos.

Animadas por los maridos

Cuando la Rada de Ucrania modificó la ley del trabajo, y los responsables de las minas se lo dijeron a sus empleados, muchos de ellos animaron a sus propias mujeres a ocupar las vacantes que se ofertaban bajo tierra.

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Un trabajadora de la mina de carbón de Pavlogrado durante su turno, bajo tierra, en uno de los pozos (María Senovilla)

Este fue el caso de Anastasia. Ella, su marido y su hija se vieron obligados a abandonar su casa de Lugansk en 2022, porque las tropas rusas llegaron a tan sólo 10 kilómetros de ahí. Se le llenan los ojos de lágrimas relatando cómo fue la huida, el miedo, saber que lo estaban perdiendo todo… Pero tenían una niña de 10 años y debían sobreponerse deprisa por ella.

En su ciudad natal la familia también trabajaba en las minas –el marido bajo tierra y Anastasia en las oficinas–, así que decidieron establecerse en Pavlogrado para buscar empleo en su sector. “Fue muy duro abandonar nuestro hogar, pero aquí la empresa nos ayudó y nos dio muchas facilidades para instalarnos, a nosotros y a todos los que huíamos de la ocupación”, recuerda Anastasia.

“Me encanta trabajar bajo tierra”

Cuando llevaban casi un año trabajando en la mina de Pavlogrado, el marido de Anastasia subió un día de los pozos y le dijo: “Hay puestos libres bajo tierra, si es tu ilusión, ve a trabajar ahí”.

Ella no lo pensó demasiado: el salario era mejor y la gustaba. También está el hecho de que la madre de Anastasia trabajaba en las minas, era doctora; y su padre, y su abuelo antes que él. Lleva la mina en la sangre, y se le nota al ver cómo trabaja en la cabina desde la que opera el teleférico que nos manda hasta los pozos más profundos.

“Me encanta trabajar bajo tierra, soy la tercera generación de mineros de mi familia… y mi hija está orgullosa de mí”, dice. “Y tal vez postule a un puesto más alto en el futuro, todo el mundo quiere prosperar”.

Médicas y biólogas

Si bien antes de la guerra algunas mujeres ya trabajaban bajo tierra, ellas no podían permanecer ahí durante las 6 horas que dura un turno completo. Eran accesos puntuales que llevaban a cabo las médicas, algunas ingenieras que sólo bajaban para realizar mediciones o las biólogas que extraían muestras. Y en uno de los pozos más profundos de Pavlogrado encuentro a una de estas biólogas, llamada Daria.

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Anastasia, en su puesto de trabajo en las profundidades de la mina de carbón de Pavlogrado (María Senovilla)

Daria trabaja en la mina desde 2015 y lo primero que se apresura a decir –antes de que le pregunte– es que le apasiona este trabajo. “Es interesante y difícil a la vez, pero cuando estoy bajo tierra y descubro un mineral nuevo, o encuentro una huella de una especie extinta, la emoción es inexplicable”, relata.

La nueva normalidad

Resulta emocionante escucharla hablar con esa pasión de su trabajo, y verla como se desenvuelve por los túneles. Camina junto al resto de mineros –todos hombres– que ven con absoluta normalidad su presencia. Son muchos años allí, pero los principios no son tan fáciles.

Con la reincorporación de más de un centenar de mujeres –de golpe– a los trabajos subterráneos de esta misma mina no fue tan sencillo. “En un primer momento hubo muchas opiniones: algunos dijeron que no estaba bien, otros que ya era hora de bajaran… pero ahora ha cambiado la percepción de las mujeres”, añade Oksana.

La especialización

Los ucranianos también han cambiado su forma de ver las cosas desde que empezó la guerra, y desde que empezaron a ver a las mujeres asumir ciertos trabajos cuando faltaban hombres. “Algunos ya no se consideran tan duros”, bromea Oksana, que añade rápidamente que ella está “especialmente orgullosa de todas estas mujeres que han dado un paso al frente”.

“Las mujeres de la mina siguen siendo mujeres, siguen siendo igual de femeninas, pero de 8 a 14 se ponen un mono y un casco y bajan a los pozos”, reivindica la responsable de comunicación de la mina, que también recorre habitualmente estos túneles.

El techo de cristal en la mina

Aunque el avance ha sido notable, aún quedan pasos por dar: ellas aún no pueden trabajar en los niveles más duros de extracción de la mina –los pozos más profundos alcanzan los 360 metros bajo tierra–, porque para acceder a ciertos puestos técnicos se requiere una especialización añadida.

Pero lo importante es que ahora la ley lo permite, y tal vez lleve años, pero las ucranianas podrían trabajar a más profundidad si completan la formación necesaria. “Se necesitan dos o tres años para poder desempeñar algunos trabajos como ingeniero o como operador de maquinaria específica, pero es posible”, vaticina Oksana.