Kamala Harris aceptó la nominación con un mensaje repleto de notas de optimismo y ensalzando la excepcionalidad americana. La naciente candidata demócrata lo hizo con un tono sobrio, lejos de la imagen de guerrera sonriente que mostró en público al apartarse Joe Biden de la carrera presidencial. Era un discurso con una cadencia medida, firme en los gestos, con pocas florituras retóricas, pulido y con un propósito bien definido: llegar al centro tanto ideológico como físico de un electorado fragmentado.
Vistió con traje de chaqueta oscuro, como Michelle Obama dos noches antes. Era una puesta en escena y un lenguaje político muy calculado, para presentarse como la candidata del cambio frente a un Donald Trump obsoleto. Y quizás lo más interesante es que básicamente se apoyó en las mismas ideas de Joe Biden sobre por dónde debe avanzar el país -ser la unificadora, luchar por la clase media y proteger la democracia. Pero con un envoltorio diferente.
“Estas batallas no son fáciles”, admitió al tiempo que se presentó ante la audiencia como una política realista, práctica y con sentido común. El pragmatismo, de hecho, ha sido una constante desde el inicio de su carrera como fiscal de San Francisco. “Siempre luché por el pueblo desde los tribunales hasta la Casa Blanca”, reiteró sabiendo que ahora su mensaje debe trascender las bases y calar entre los votantes indecisos. Ahí es donde se juegan las elecciones el 5 de noviembre.
“En nombre de todos los estadounidenses, independientemente de su partido, raza, género o el idioma que hable su abuela, en nombre de mi madre y de todos los que alguna vez emprendieron su propio e improbable viaje. En nombre de los estadounidenses, como la gente con la que crecí, gente que trabaja duro, persigue sus sueños y se cuidan unos a otros. En nombre de todos aquellos cuya historia solo podría escribirse en la Nación más grande de la Tierra, acepto vuestra nominación para ser presidenta de los Estados Unidos”.
La vicepresidenta centró su discurso en los valores tradicionales sobre los que se sustenta el país, el patriotismo y su visión, evitando entrar a detallar su plan como presidenta. Buscaba así que los estadounidenses indecisos se vean reflejados en ella, invitándoles a que participen en la construcción del nuevo movimiento que quiere lanzar, consciente de que su carrera e identidad ya representan un cambio.
No es solo que los votantes que no la conocen puedan sentirse incómodos con una mujer de color de líder. Es también la manera de reconocer que muchos desconocen su estilo de gobierno y sus creencias. Kamala Harris, pese a su carrera, parte con la desventaja de que solo tiene mes y medio para acercar su historia a un electorado dividido. “Podéis confiar en que antepondré el país, al partido y a mí misma, que defenderé los principios de EE. UU.”.
El principal propósito de Trump en su campaña es describir a Harris como la versión más extrema del progresismo, una socialista radical. La nominada demócrata construye, sin embargo, su candidatura sobre el eslogan de campaña de hace cuatro años, “Kamala Harris for the People”. Una idea que repitió varias veces al tiempo que marcaba distancia entre su origen —los flats de Oakland— y el de su rival —heredero de una fortuna de su padre en Nueva York.
“Nadie tiene que fracasar para que el resto podamos tener éxito”, recalcó mientras recordaba las palabras de su madre para resaltar cómo influyó tanto en su vida personal como en la profesional. “Nunca permitas que te digan quién eres. Tú se lo enseñas”. Falleció en 2009 y suele ser la piedra angular de sus discursos. No tuvo la oportunidad de verla ascender a fiscal general ni como senadora o vicepresidenta.
Quince años después, es nominada a ser la primera mujer de color que presida EE. UU. Lo consigue ocho años después de que el Partido Demócrata nominara a la primera mujer, Hillary Clinton, y dieciséis del primer hombre de color, Barack Obama. La convención estuvo centrada así de forma generalizada en humanizar a la vicepresidenta, desconocida para muchos más allá de los círculos elitistas y de poder en San Francisco, Nueva York o Washington.
El cambio cultural y social en EE. UU. fue enorme desde que Obama dejó la presidencia. El matrimonio entre personas del mismo sexo es legal desde hace más de una década, las familias multirraciales como la de Kamala Harris son el grupo demográfico que más crece en el país y gracias al MeToo, las mujeres ocupan más puesto de poder en el ámbito público y privado. Esta diversidad juega a su favor.
Los demócratas presentaron además una imagen muy diferente de la masculinidad. La convención de Milwaukee hizo todo un despliegue de machismo, con Hulk Hogan desgarrándose la camiseta mientras hablaba de lo duro que era Donald Trump y Dana White, presidenta del campeonato de lucha libre, diciendo que es el verdadero badass —rudo. “Cuando golpeamos lo hacemos con fuerza”, advirtió JD Vance, su segundo.
La redefinición de la masculinidad en la convención de Chicago se escenificó con Doug Emhoff, marido de Kamala Harris, y el gobernador Tim Walz, su acompañante en la papeleta electoral. Los dos mostraron que son tan buenos padres como buenos maridos. También Donald Trump y JD Vance fueron presentados como buenos padres, cariñosos. Pero tiene un concepto muy diferente de la familia y de la mujer.
Y en este punto es donde Harris trata de llegar a las electoras moderadas que tradicionalmente votan republicano, pero que no se ven representadas por Trump ni Vance en cuestiones como la salud reproductiva, en concreto el aborto y los tratamientos de fertilidad. “Nos llevó años, pero lo logramos”, recordaba Walz al contar las dificultades que tuvieron para tener hijos, “cuando nació, la llamamos Esperanza”.
“¿Me gustaría saber exactamente por qué desconfían de las mujeres?”, se preguntaba Harris mientras cargaba abiertamente contra los republicanos por las leyes tan restrictivas imponen, “se les ha ido la cabeza”. Nunca antes en una convención el aborto ocupó un lugar tan central en los discursos. “No vamos a ir hacia atrás”, apostilló al clausurar la convención en un discurso en el que nunca mencionó su raza ni su género.