Manar al Sharif pagó un elevado precio por ser valiente en Gaza. Esta joven periodista y activista, oriunda de Damasco (1997), nació en el seno de una familia de refugiados palestinos, comprometida con la liberación de su tierra ancestral y adscrita a la ideología de Hamás. Pero tras un periplo vital que la llevó a instalarse en la Franja de Gaza, acabó siendo encarcelada, golpeada y finalmente expulsada del territorio controlado por el grupo islamista. El motivo: intentar romper el bloqueo y establecer vínculos virtuales con israelíes.
Al Sharif, actualmente instalada en Dubái y presa de un limbo burocrático -su pasaporte de refugiada palestina le impide moverse libremente-, escapó de Siria junto a su familia en 2013 por los horrores de la guerra civil. Tras terminar la educación secundaria en El Cairo, su familia la empujó a estudiar en una universidad segregada por sexo, y acabó matriculándose en la Universidad Islámica de Gaza para estudiar periodismo (2017).
En poco tiempo, sintió en sus carnes el radicalismo islámico impuesto por Hamás. “Tomaron el poder por la fuerza en 2007 (asesinando a cientos de opositores de Fatah), impusieron el hiyab a las mujeres, forzaron a los hombres a vestir de modo conservador, y cerraron cines, salas de música o cualquier evento cultural. Alegaban que no era la vía correcta para liberar a Palestina”, cuenta a Artículo14 por videoconferencia.
Una mínima protesta
Fruto del bloqueo impuesto por Israel y Egipto tras la toma de poder Hamás, la sociedad gazatí quedó aislada del mundo, y la interacción con foráneos es muy limitada. En 2019, Manar siguió de cerca el movimiento social espontáneo “Queremos Vivir”, cuando cientos de jóvenes protestaron contra el grupo islamista reclamando mejores condiciones de vida. Decenas fueron arrestados y brutalmente apaleados, e incluso algunos asesinados, según cuenta.
Golpeada y detenida
Poco después, ella fue detenida y golpeada por policías islamistas. El delito: organizar una cena en la que participaron hombres y mujeres en su apartamento, violando la ley que prohíbe organizar actos sin segregación por sexo. Manar se unió después al “Gaza Youth Commitee”, una agrupación independiente que forjaba puentes con activistas extranjeros, incluidos israelíes.
Organizaban marchas pacíficas cerca de la frontera, campañas para limpiar el espacio público, o clases de inglés. Pero tras un evento por Zoom con 200 participantes, Manar y sus compañeros fueron detenidos, bajo acusación de cooperar con el enemigo israelí. Pasó tres meses encerrada en una cárcel militar -con extensos periodos de soledad-, y fue liberada bajo condición de ser deportada del enclave costero.
“Gaza solo sale en los medios cuando es atacada por Israel, pero no se conoce el contexto sobre lo que representa Hamás y cómo afectó a la sociedad”, considera. En su opinión, el grupo islamista supo sacar rédito de los traumáticos eventos sufridos por el pueblo palestino, y mediante su propaganda logró convencer a la gente de que “ellos eran la mejor garantía para retomar la tierra a los judíos”. Pusieron especial énfasis en educar a las nuevas generaciones, vendiéndose como “los verdaderos defensores de Jerusalén”.
Andar sin velo
Pese a las restricciones sociales, Al Sharif se empeñaba en intentar caminar sin velo por el espacio público gazatí. Durante sus cuatro años en el territorio, sintió como crecía la frustración en su entorno. “Muchos se dieron cuenta de la farsa. Tras cada guerra, Hamás prometía dinero para la reconstrucción, pero no llegaba. Su agenda no incluye cuidar a los civiles”, apunta. Así lo demuestra la extensa red de túneles y la infraestructura militar desarrollada en los últimos años, creada a expensas de las necesidades vitales de los gazatíes.
“Un verdadero líder es quien protege la sangre de su gente”
“Eliminar a Hamás de Gaza es complicado, porque la población está desarmada y ellos tienen el poder. Será difícil relevarlos”, cree Manar. En sus recientes charlas con amigos, siente una creciente indignación contra el grupo islamista, e incluso crece el run-run sobre un posible enfrentamiento civil cuando termine la guerra. Cargan contra Yahya Sinwar y el resto de los cabecillas, escondidos en túneles o viviendo lujosamente en el extranjero, mientras los civiles mueren bajo las bombas o agonizan para intentar lograr un plato de comida.
“Un verdadero líder es quien protege la sangre de su gente, no quien la sacrifica en nombre de agendas extranjeras”, le escribió un colega refiriéndose a los vínculos de Hamás con Irán.
Por supuesto, también condenan a Israel por sus bombardeos que ya habrían matado a más de 33.000 gazatíes, pero hay quienes le reconocen que aceptarían una reocupación permanente israelí.
El precio de huir
“Antes del 7 de octubre, 18.000 personas entraban diariamente a Israel para trabajar”, recuerda. Una mensualidad con tarifas israelíes suponía la salvación para toda una familia. “Ahora, la situación es muy complicada. La gente intenta huir, pero el precio por persona para cruzar a Egipto oscila entre 3.000 y 5.000 dólares. Los egipcios se aprovechan”, protesta.
Respecto al rol de la mujer en la sociedad palestina, Manar remarca que en Cisjordania o dentro de Israel si hay algunas mujeres empoderadas, pero en Gaza su rol está muy limitado.
“Se limitan a educarse hasta cierta edad, casarse pronto, y tener hijos. Su vida es tener una familia y cuidarla. Hay quienes luchamos por su derecho a trabajar y participar en la sociedad civil, pero requerirá tiempo, educación y cambios profundos”, matiza. Para ello, es necesario “contar con perspectivas femeninas y visión de futuro, abandonar el victimismo y crear vínculos con el otro lado”.
Como periodista, su labor en Gaza era “arriesgada y complicada, porque Hamás exige permisos para todo. Desde el Youth Committee nos centrábamos en informar de iniciativas civiles, y reportamos en ocasiones sin su visto bueno”. Manar lamenta la ausencia de oenegés que fiscalicen a las autoridades locales y garanticen la libertad de prensa. “Nosotros no atacábamos a nadie. Ni a Hamás, ni a Israel. Nos centrábamos en las vidas de la gente”, puntualiza. Cuando encarcelan a mujeres -como en su caso-, nadie sigue su caso en las cortes, ni nadie levanta la voz por ellas en los medios.
Evitar estereotipos
Pese a la represión y el exilio forzoso, no se arrepiente de sus acciones. “Necesitamos a más gente que hable claro, poner sobre la mesa los asuntos espinosos para buscar soluciones. El conflicto no se resolverá desde fuera. No tendría esta visión sin haber vivido mi propia experiencia”, considera. Y añade: “Sin ser partidista, respetando todas las visiones y evitando los estereotipos, puedo ser más efectiva”.
Manar carga también contra el “problema mundial” de la simplificación, ya que muchos toman partido basándose en vídeos virales o informaciones tendenciosas. “La polarización global nos acaba afectando a todos en Israel y Palestina”, concluye.