En primera persona

Madrid, la pequeña Caracas

Edmundo González Urrutia ha elegido Madrid como exilio, un destino forzado que ya ha sido escogido por decenas de miles de venezolanos

El año pasado lo tuve difícil. En octubre de 2022 había cumplido con un examen médico de rutina y hete aquí que saltó una liebre… Pocos meses después, en los que fui sometida a extenuantes tratamientos, me encontré en una cama de hospital dotada de traqueteantes ruedas a bordo de la cual surqué los largos e intrincados pasillo de la Fundación Jiménez Díaz, en Madrid, rumbo a un quirófano. La cama, si el miedo del momento no nubla mi memoria, era de hierro; y en su trayectoria hendía las muchedumbres que suelen recorrer ese centro de salud.

Mi esposo sobreactuaba la normalidad con comentarios que no venían al caso y yo aprovechaba el instante de heroísmo para demostrar mi frialdad y presencia de ánimo en la ruta al cadalso. En un momento, el camillero (o transportador de camastros) interrumpió el jovial intercambio que había mantenido con los trabajadores de la Fundación con quienes se iba cruzando, para preguntarnos de qué isla éramos.

De la octava -dijimos casi en coro, aliviados de topar con algo real, una auténtica certeza, algo seguro que estaría allí, aún si yo estiraba en la pata en medio de la intervención o me amputaban del cuello para abajo.

El camillero soltó la risa. Había estado alguna vez en Venezuela y se deshizo en elogios. “Qué hermoso país, qué playas, qué gente encantadora…”. Lanzada por la callecita del dramatismo, como ya venía, me reprimí para no decir que todo eso había sido avasallado por la dictadura que oprime al país y ha lanzado casi un tercio de su población al exilio.

“Concentración por la Verdad de Venezuela” en la Puerta del Sol, en Madrid.

“Que todo vaya de pinga”

El camillero hizo varias maniobras para aparcar la cama en la zona previa al quirófano y, cuando juzgó que ya la había dejado en su puesto, se detuvo al pie del armatoste, dio un golpecito en la baranda y me dijo: “Bueno, que todo vaya de pinga”. Esta es una expresión estrictamente venezolana. No circula en el resto de la hispanidad. Y no es, digamos, una frase que soltarías en entornos formales. A ver cómo lo explicamos… En una sociedad, falócrata, la “pinga” es el objeto de adoración (prenda reservada a los varones).

Cerré los ojos con fuerza. Di gracias a Dios, no de estar en manos de la Salud Pública de España, que ya eso era un mantra repetido varias veces al día, sino de estar allí, en ese lugar tan de pinga y no, por ejemplo, en Dinamarca, donde había vivido los dos años anteriores, hermoso país de gente amabilísima, donde a las 4 de la tarde es noche cerrada y nunca, pero nunca, me hubieran dicho una fórmula tan auspiciosa al momento de entrar a una sala donde todo el mundo estaba vestido de verde hasta la cabeza, tapados con mascarillas y distribuidos alrededor de una camita flaca que relumbraba bajo una lámpara con más luces que una nave interestelar.

Acento caribeño, andino, llanero y amazónico

Ha pasado un año de eso. Hace mucho que retomé mis caminatas diarias por las calles de Madrid, en las que voy oyendo los distintos acentos de Venezuela, país a un tiempo caribeño, andino, llanero y amazónico. Venezolanos son los muchachos de la empresas de envío a domicilio, los mesoneros, los dependientes de las tiendas, los taxistas, los peluqueros… como venezolano era el joven médico que me retiró, entre sonrisas y felicitaciones, cierto reservorio subcutáneo al final del tratamiento aquel del que hablé.

Los venezolanos siempre hemos viajado a España por turismo, por estudios, por reuniones familiares. Simón Bolívar (1783 – 1830) vino a Madrid a terminar su formación y aquí se casó con la madrileña María Teresa del Toro. El primer hispanoamericano en ocupar un sillón en la Real Academia Española fue el venezolano Rafael María Baralt (Maracaibo, 1810 – Madrid, 1860). Y son incontables quienes escogieron esta ciudad para guarecerse en sus exilios para luego retornar a Venezuela y completar sus luchas libertarias.

La tiranía más cruel

Cada medio siglo, una generación venezolana debe lidiar con una tiranía. La actual, la de Nicolás Maduro, ha sido la más cruel y la única que ha apuntado, desde su antecesor, Hugo Chávez, a destruir el país, sus instituciones, su economía y, en suma, la república.

Venezuela

Una ciudadana venezolana llora tras conocer los resultados del primer boletín oficial de las elecciones presidenciales, este domingo a las afueras de la Embajada de Venezuela en Ciudad de Panamá

Madrid es una gran ciudad, multicultural, abierta, acostumbrada al migrante, que habla español y tiene sol todo el año. Si a eso agregamos la calidad de sus bibliotecas (que nos perdonan los atrasos en la devolución); el teatro en español; la rumba toda la noche; la absoluta inclusión, en los anaqueles de los supermercados, de los ingredientes de nuestra gastronomía, extendida, por cierto, a la red de restaurantes de la ciudad; los periódicos y las editoriales que publican nuestros textos, escritos en el español de Venezuela… cómo no nos vamos a sentir en casa.

Mucho más ahora, que podemos acudir a manifestar en las inmediaciones del Congreso Nacional sin que nos muelan a palos o nos dispersen con bombas lacrimógenas. Y, por si fuera poco, en Madrid podemos sostener reuniones políticas a cielo abierto, ¡con el presidente electo, el pasado 28 de julio, Edmundo González Urrutia!, quien estará por aquí hasta el próximo 10 de enero, cuando deberá tomar posesión de la primera magistratura de Venezuela.