“Estamos en la war room. Nunca he escuchado algo como esto”. Esta frase pertenece al último mensaje que Ayelet Levy Shahar recibió de su hija. Ni siquiera le pudo contestar. El móvil se apagó y llegó el silencio.
El silencio que, desde el 7 de octubre de 2023, a punto de cumplirse un año, le ha acompañado día y noche. Silencio por parte de su hija, silencio por parte de los organismos internacionales, silencio por parte del mundo.
Naama Levy tenía 19 años cuando pulsó por última vez la tecla de ‘enviar mensaje’ para comunicarse con su madre, a las 7:50 horas de la mañana -ha cumplido sus 20 en Gaza junto a los terroristas que la mantienen con vida dentro del infierno-. Lo siguiente que supo Ayelet de ella fue un video que corrió como la pólvora, de móvil en móvil, en redes sociales, en medios de comunicación, sin que ella pudiera protegerla ni hacer nada. Los mismos terroristas habían difundido la imagen de su hija, con la parte de atrás del pijama ensangrentada tras ser violada, descendiendo del maletero de un coche agarrada del pelo por un salvaje, las manos atadas atrás. El terrorista levantaba su AK-47 y gritaba eufórico. Mostraba a su público su trofeo de guerra.
“Ha pasado un año desde que mi hija fue secuestrada y no hemos tenido contacto ni con la Cruz Roja ni con la ONU, tampoco con organizaciones de derechos humanos o que defiendan a las mujeres”, denuncia Ayelet en conversación con este medio. “No existen organizaciones que griten por el llanto de estas niñas, mujeres, adolescentes, que han sido secuestradas y siguen en manos de Hamás”.
Se da la paradoja de que Naama Levy trabajaba en una organización a favor de la paz entre israelíes y palestinos. “Es genial cómo israelíes, palestinos y americanos pueden disfrutar estando juntos en la playa. Parece que estamos destinados a ser enemigos pero todos tenemos muchos amigos en común”, fue una de sus últimas declaraciones en un evento organizado por la fundación.
Precisamente, en uno de los vídeos que Hamás grabó, ella, con la cara ensangrentada, reúne el valor para exclamar, como vía para aferrarse a la vida: “¡Tengo amigos en Gaza!”. Este comentario refleja un espíritu que, aún en esas circunstancias, cree en una concordia, en una esperanza. El único comentario que se escucha por parte de los terroristas es el siguiente: “¡Eh, perras, os vamos a aplastar!”.
“Las pesadillas de mi niña son mis pesadillas“, confesó esta madre devastada a Artículo14 en la plaza de las víctimas de Tel Aviv. El encuentro se produjo siete meses después de que se llevaran a su hija, en un viaje organizado por la EIPA al que asistió este medio. Ayelet podía, puede, tener la fe en que algún día volverá a tener a su Naama con ella. Otras chicas que compartían casa con Naama en el kibutz Nahal Oz fueron asesinadas.
“Sabemos que intenta sobrevivir, ella y otros secuestrados, y el mundo es consciente y mira a otro lado. Están en condiciones terribles, en túneles, son seres humanos sufriendo. La falta de humanidad hacia estas víctimas es horrenda“, se desespera. “La última noticia más sólida que tuvimos fue a través de los secuestrados que fueron liberados en el anterior acuerdo”, informa. “Desde entonces sabemos unos pocos matices pero nada más”.
Matices como una foto de ella, junto a otras tres chicas: Karina Ariev, Liri Albag y Daniella Gilboa, que se tomaron al poco tiempo del secuestro. Las chicas están sobre unas colchonetas en el suelo, con el retrato del líder de Hamás abatido en julio por Israel, Imail Haniyeh, enmarcado en la pared. Naama tiene un ojo cerrado, amorotado, con el párpado completamente caído, que sella aquella mirada de “chica dulce y tímida”, que soñaba con viajar y ser diplomática para “construir un mundo mejor”.
Pese a su sentimiento de abandono, Ayelet no se rinde y este sábado ella, familiares de Naama, amigos y desconocidos que quisieron unirse, se vistieron con el pijama que llevaba el día del secuestro y corrieron desde la plaza de los rehenes de Tel Aviv hasta la puerta Begin. A Naama también le gustaba correr. “Espero que su espíritu de atleta le mantenga con vida“, confiaba a este medio aquella noche en la capital de Israel, siete meses después del 7-O. “Pero me pregunto cuánto tiempo puede la mente y el cuerpo aguantar esto día tras día”. Cinco meses más tarde, aún mantiene la fuerza.