Los venezolanos marchan en más de cien ciudades contra Maduro

Cada manifestante en las calles será un alegato para que no se eche al olvido la causa venezolana, la lucha de un pueblo volcado, con las manos ya desechas de apretar, a un movimiento de liberación nacional

Venezuela
Una ciudadana venezolana se manifiesta este domingo durante la jornada de votaciones en Venezuela Efe

El olvido juega con ventaja. Sin duda, sobre nuestra memoria consciente. Podemos recordar detalles de poca monta, mientras se nos desdibujan eventos de relevancia. El olvido viene de a mil, en bloque, y la memoria deja brechas que vienen a llenar las manipulaciones, las fábulas y, otra vez, el olvido. Si fuera poco, tendemos a relegar lo doloroso, lo vergonzoso, todo aquello que amenace nuestra estabilidad emocional y mental.

El olvido está garantizado, opera sin esfuerzo, contribuye a la adaptación, permite superar traumas, atenuar traiciones, modular sospechas. La memoria supone trabajo: levantamiento de datos, escritura, documentos, fotografías, mapas… Mientras el olvido es de mármol y, la memoria tiene en el desgaste su naturaleza, por eso es vulnerable al fuego, al agua, al viento, al exceso de luz… El tiempo favorece al olvido y asedia al recuerdo, llega un momento en que no se evoca tan fácilmente la risa del padre, pese al empeño puesto en retenerla.

Los individuos, lo mismo que las sociedades, necesitan jerarquizar sus recuerdos. No todo merece un obelisco y para tirar hacia adelante es preciso soltar cargas. Está bien, admitámoslo, priva una economía de lo recordable, unas imágenes salen y otras entran, lo nuevo desplaza a lo viejo, las modas se suceden… pero esta lógica entra en crisis cuando se advierte que la rueda de la recordación no se mueve por el inocente flujo del agua, sino que una mano de hierro introduce una viga para entorpecer, para desviar la marea su conveniencia.

La memoria y el olvido pueden ser manipulados por quienes controlan los relatos y los vectores por donde estos circulan. En Venezuela lo hemos padecido hasta ese extremo ridículo al que las dictaduras se lanzan con tanto entusiasmo: determinado a hacerse percibir como la reedición de Simón Bolívar, Chávez llegó al colmo de abrir la cripta donde se conservaban los restos de aquel. Una ceremonia que tuvo un tercio de arqueología y otros dos de autocracia y de rito babalao.

Desde su irrupción en la escena pública, con el fallido golpe de Estado de 1992, Chávez se empeñó en imponer la idea de que Venezuela empezaba con él; que todo lo que había antes era una especie de nebulosa, una masa errática en espera de su llegada mesiánica. La sociedad debía dejarse conducir por él como una oveja llevada al futuro, ¡no quedar atrapados en el pasado!

Lo que terminó ocurriendo es que el país se atascó en un eterno presente en el que no importa cómo termine la noche porque lo único cierto es que, al otro día, Maduro estará ahí. Cada vez más ilegítimo, cada vez más aislado de las democracias, cada vez más incómodo para la izquierda, que debe cargar con ese bacalao violador de derechos humanos, cada vez más palmario en su crueldad, su capacidad destructiva y su vocación mafiosa. Pero ahí sigue. No hay pueblo del mundo que comprenda mejor que el venezolano el microrrelato aquel de Juan José Arreola, Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Sin embargo, y porque la noche trae sus linternas, este sábado, los venezolanos van a marchar en más de cien ciudades del mundo. El abrumado, aterido, país de adentro, acosado por las policías (incluidos los tenebrosos Sebin y DGCIM), los círculos bolivarianos y los jefes de calle, nombrados por el partido de gobierno, el PSUV, para controlar a la gente en cada cuadra y dar cuenta de las actividades de los vecinos a las fuerzas represivas; y el país de afuera, porque hay un país venezolano más allá de las fronteras.

Este sábado 17, los dos países despertarán y el tiranosaurus rex estará en Miraflores, conectado por teléfono con las únicas dos cuadrillas de construcción que funcionan en Venezuela, las que refaccionan sendas cárceles para los centenares de recientes presos políticos (1315, según la ONG Foro Penal, en su contabilidad desde la noche del 28 de julio hasta el 12 de agosto a las 8 de la mañana).

Furibundo en su despacho, rodeado de sucesivos círculos de seguridad, sabe que el pasado lo ronda para tragárselo. Al mismo tiempo, la líder de la oposición, María Corina Machado ha llamado a los venezolanos a participar de la marcha mundial del 17 de agosto. “Gritemos juntos para que el mundo reconozca la soberanía popular”, ha dicho, en referencia al reclamo para que se reconozca el triunfo del diplomático Edmundo González Urrutia, en las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio.

Cada paso de los manifestantes equivaldrá a un instante de recuerdo de las víctimas de la dictadura chavista, a quienes se les ha hecho la promesa de no ser olvidados. Cada cuerpo venezolano en las calles será un alegato al mundo para que no eche al olvido la causa venezolana, la lucha de un pueblo volcado, con las manos ya desechas de apretar, a un movimiento de liberación nacional.