La renuncia de Joe Biden a la reelección es un evento extraordinario por raro, dramático y trascendente. Bastó sólo tres semanas para que perdiera la confianza de todo el aparato demócrata, ante la amenaza de que se desatara una revuelta que sirviera la victoria en bandeja a Donald Trump. En el inicio de su despedida, explicó que llegó el momento de pasar la antorcha a alguien más joven, capaz y con experiencia: Kamala Harris.
Hacía más de medio siglo que la mayor democracia del planeta no se enfrentaba a una situación similar. El reto para la vicepresidenta era enorme. En pleno terremoto, Harris debía convencer lo antes posible al partido de que era la persona adecuada para el ascenso y batir a Trump. Lo consiguió en solo dos días, apoyándose en un grupo muy estrecho de asesores.
Biden informó en la mañana del domingo a Harris que se retiraba. El tiempo primaba para reconstruir la unidad y maximizar el momento. Convocó de inmediato a su equipo para empezar a trabajar en la transferencia del poder desde el minuto uno, nada más se hiciera la decisión oficial (13:46). A la media hora se anunció el respaldo (14:13) y tres horas después (16:48) se formalizó la candidatura a la comisión electoral.
Pizzas y llamadas: “48 horas perfectas”
Todo estaba perfectamente orquestado. En diez horas, mientras corrían pizzas con anchoas y ensaladas de la cadena Andy´s, se realizaron más de cien llamadas a líderes demócratas en el Congreso, donantes, potenciales rivales y grupos con influencia en el proceso de nominación. Todo funcionó con una eficacia que sorprendió a estrategas como Rooby Mook. “Fueron 48 horas perfectas”, proclamaba en las redes el gestor de campaña de Hillary Clinton 2016.
Uno de los hechos que sorprenden del rápido ascenso de Harris en política es cómo fue mutando su grupo de colaboradores. A diferencia de Biden, son pocos los que llevan con ella desde su etapa como fiscal o senadora. Al llegar a la vicepresidencia, se distanció del cortejo que tenía en la campaña a las presidenciales en 2020, que abandonó antes de poder disputar las primarias, con el equipo fracturado en dos facciones.
La importancia de la familia
Como en el caso de Joe Biden o de Donald Trump, se apoya en su familia. El operativo de aquella desastrosa campaña lo presidía su hermana, Maya Harris, quien previamente fue asesora política de Hillary Clinton. El marido de ésta, Tony West, es una voz influyente en Silicon Valley por el cargo que tiene en Uber de abogado general y estuvo en el Departamento de Justicia durante la Administración de Barack Obama.
También abogada es su sobrina Meena Harris, con la que tiene una estrecha relación. A los tres es fácil verlos en los actos de campaña, eventos de recaudación de fondos y fiestas privadas, como la reciente inauguración de la heladería de la modelo Tyra Banks en Washington. Aunque el mayor respaldo es el de su marido, Doug Emhoff, abogado en el sector del entretenimiento.
Los colaboradores más estrechos
Fuera del núcleo familiar, en el corazón de los colaboradores más estrechos de Kamala Harris destacan Rohini Kosoglu o Julie Chávez Rodríguez, con una relación que se remonta a cuando era senadora. Esta última dirigía hasta el lunes la campaña de Joe Biden junto a Jen O’Malley Dillon y trabajó en las presidenciales de 2020. El grupo lo completa Lorraine Voles, actual jefa de gabinete de la vicepresidenta, y Kristine Lucius, asesora senior en la Casa Blanca.
Harris es relativamente nueva en los círculos de poder en Washington. Empezó a construir su entorno de confianza cuando llegó al Senado hace menos de una década. Son figuras del mundo corporativo, activistas en el ámbito de los derechos civiles, sindicatos y consultores políticos. La más relevante es Minyon Moore, presidenta de la Convención Nacional Demócrata, junto a la senadora californiana Laphonza Butler.
De California a Delaware
Ese cortejo se expande. La aspirante a ser la primera mujer y de color que presida EE UU está en paralelo negociando con Bearstar Strategies. Es una consultora política desconocida en la capital de EE UU pero con gran influencia en la escena política en California. La dirigen Ace Smith y Sean Clegg, que perfilaron sus campañas estatales y las presidenciales de 2020. Asesoran entre otros al gobernador Gavin Newsom.
Harris hereda además el enorme aparato de campaña en Wilmington, que mantienen Dillon y Chávez al frente del operativo. El dinero que quedó aparcado por las dudas sobre Biden vuelve a fluir y los estrategas lo ponen a funcionar organizando eventos. El plan es apuntalar el operativo reclutando a David Plouffe y Jim Messina, del antiguo equipo de campaña de Barack Obama.
A la izquierda de Biden
El centro de gravedad en la cima del partido demócrata cambió, así, de golpe. Está por ver, sin embargo, cómo Harris va a diferenciarse de Biden. El chico de Scranton prosperó en su carrera como una figura moderada, que aplacó desde el centro a los elementos extremos. Evitó así ser visto como un socialista radical. La de Harris, sin embargo, arrancó como fiscal de distrito en San Francisco, una de las ciudades más liberales del país y en las primarias de 2020 se puso a la izquierda de Biden.
Pero en su corazón, todo el entramado que asesora a la eventual nominada demócrata tiene una forma de hacer muy de la Costa Oeste, lejos del progresismo extremista que dibuja Trump. Los asesores y donantes de Harris se destacan, de hecho, por un estilo más bien moderado de hacer política. La eventual incorporación de Plouffe reforzaría esa tendencia para atraer a los indecisos o moderados republicanos sin espantar a los demócratas más a la izquierda.