Al salir de su apartamento, situado en Dahiyeh, el suburbio de más de setecientas mil almas situado al sur de Beirut tristemente célebre por haber sido objetivo reiterado del Ejército de Israel, Dalia Al Mokdad se hizo un selfi mostrando como fondo varias mochilas y maletas juntas sobre el suelo sin saber cuánto tiempo duraría la situación.
A mediodía de este miércoles, horas después del anuncio del acuerdo entre el Gobierno de Netanyahu e Hizbulá, la joven libanesa ha regresado a su piso, y las protagonistas de una nueva foto tomada en el mismo lugar han sido las llaves de su casa. Llaves con las que esperaba, y así ha sido, poder abrir la puerta de su piso. Como esta profesional del sector humanitario de 34 años espera también que se abra una nueva etapa para el Líbano “si aprendemos de los errores del pasado y trabajamos juntos para el futuro”. “Estoy contenta, claro, pero me encuentro aún asimilándolo”, admite por teléfono desde casa, en Beirut, a Artículo14.
La libanesa Dalia al Mokdad, al abandonar su casa en Dahiyeh
Tras una víspera -y días- pegada al teléfono móvil y a la televisión esperando la confirmación definitiva de lo que todos los libaneses venían esperando desde hace tiempo, Mokdad se puso al volante de su coche rumbo a su piso en el citado suburbio beirutí junto a miles de personas procedentes de otras partes de la capital -y mucho más allá- donde encontraron refugio en los dos últimos meses largos.
“En el camino había de todo, gente haciendo sonar los cláxones, algunos incluso disparando al aire, como se hace aquí en las celebraciones, coches con maletas y colchones atados sobre las bacas, y, sobre todo, mucho tráfico. No pude llegar hasta mediodía”, relata a este medio la joven beirutí.
“Lo que más me llamó la atención fue ver gente sonreír después de mucho tiempo; celebran algo tan sencillo como tener libertad para desplazarse”, confiesa. Las mismas escenas que las vividas por Mokdad y sus vecinos en las avenidas y calles del área metropolitana de Beirut se han venido repitiendo en las últimas horas en las carreteras que conducen a las comarcas del sur del país y el valle de la Becá, en el este, donde la ofensiva israelí contra la milicia chií vació decenas de localidades y destruyó miles de viviendas.
Una celebración incompleta
La alegría de Mokdad fue grande al comprobar que, aunque hay problemas en el suministro eléctrico y de agua, su edificio no presentaba daños estructurales aparentes y que su apartamento, su habitación, estaban bien. Sus tíos y primos han pisado hoy también las castigadas calles del barrio, pero la celebración no será completa para la joven, nos confiesa, hasta que sus padres, desplazados hace dos meses al pueblo del que procede toda la familia -situado en una zona montañosa de la provincia de Monte Líbano-, no puedan regresar. La necesidad de tener que acudir cada día a su puesto de trabajo, en el centro de Beirut, la obligó a separarse de sus progenitores.
“Esperamos volver todos, mis padres, mis hermanos, en los próximos días al barrio”, afirma la joven libanesa. Desde el 20 de septiembre que se produjo el primer bombardeo, Tel Aviv se ha cebado de manera especial con la extensa conurbación donde Hizbulá tenía su cuartel general y almacenaba, según la Inteligencia israelí, parte de su armamento. Allí fue asesinado el secretario general Hasan Nasrala el 27 de septiembre y la mayor parte de sus mandos. Allí han perdido la vida muchas decenas de personas, pero los bombardeos de las fuerzas israelíes acabaron extendiéndose a otras zonas de Beirut en las últimas semanas. “Después de que atacaran un edificio situado a unos 200 metros de casa pensé: ya no estoy segura aquí, no sabemos cuál puede ser el próximo objetivo. Es el momento de marcharse”, relata a Artículo14.
“Sentimientos encontrados”
Los “sentimientos encontrados” que admite la joven trabajadora del sector humanitario son a esta hora los de la mayoría de libaneses, más que acostumbrados a la guerra y a la paz, y a tener que rehacerse con la seguridad de que el dolor volverá a tocar sus puertas antes o después. Tras la borrachera de alertas de noticias y mensajes en Whatsapp y Telegram, y de la indudable alegría de ayer, en las próximas horas llegará la resaca de la asimilación de lo sucedido. “Tengo una sensación de alegría, ya no habrá más bombardeos ni drones sobrevolando día y noche Beirut, como tampoco bombas sónicas. Tampoco tengo que preocuparme por mi familia y allegados, pero necesitamos, necesitaremos tiempo para asimilar todo lo ocurrido, sobre todo desde finales de septiembre. Ha sido una pesadilla”, admite. “Además, soy una afortunada porque no he tenido víctimas cercanas”, asegura la joven residente en Beirut.
La mayor preocupación ahora de Mokdad es ayudar a los suyos, algo que viene haciendo desde que comenzara la escalada más allá de sus obligaciones profesionales. “He aprovechado el potencial de las redes sociales para ayudar a los desplazados y más vulnerables. Y he conseguido reunir una importante cantidad de donaciones. Porque, a pesar de las necesidades que hay en el país, los libaneses han dado una lección de solidaridad aportando cada uno en la medida de sus posibilidades”, explica con emoción a este medio.
Consciente de la capacidad limitada de un Gobierno interino y superado por una sucesión de crisis políticas y económicas -el punto de inflexión se sitúa en 2019-, la joven libanesa cree que la labor de las ONG será fundamental. “Lejos de Beirut, en zonas rurales, de las que nadie se acuerda, hay mucho trabajo por hacer”, subraya. Además, la libanesa insiste en que, “aunque se ha conseguido el alto el fuego, las necesidades van a ser enormes para la población afectada”. “Más de 100.000 familias se han quedado sin casa, así que el problema es el mismo hoy que lo era ayer antes del acuerdo”, concluye.
El tabú de la salud mental y la salud reproductiva
De entre todos los daños y carencias sufridas por los libaneses, el de la salud mental es uno de los más difíciles de abordar públicamente aún en el país de los cedros. “Hasta ahora la salud mental había sido una cuestión reservada a quienes podían permitírselo, pero es un grave problema que va a agravarse en el futuro”, asevera a Artículo4. “El Gobierno empieza a ser consciente del problema, pero hace falta mucho, por ejemplo que el Estado asuma el coste de los tratamientos, que muchísima gente no puede permitirse”, asegura Mokdad.
“Imagina el trauma de los miles de niños que han tenido, de la noche a la mañana, que irse a vivir con sus padres a un parque o en medio de la calle, como los que he observado en la corniche de Beirut cada día, o los que han visto a gente muerta”, reflexiona. “Más allá de los niños, el trauma es colectivo. Se habla siempre de nuestra resiliencia, pero los niveles de ansiedad que soportamos han hecho del Líbano un país traumatizado”, zanja.
Otros de los problemas aún rodeados del tabú en el Líbano tienen que ver con la salud reproductiva y la maternidad entre las mujeres desplazadas. “Hay muchas jóvenes que no se atreven a pedir productos como los kits de productos de higiene menstrual, pero es una importante necesidad, y no solo vale que se impliquen las ONG, que no pueden reemplazar el trabajo del Gobierno”, asegura la joven.
Sobre la posibilidad de que el acuerdo alcanzado este miércoles entre Israel y Hizbulá -que en un principio se limita a 60 días y al cumplimiento de lo que estableció en agosto de 2006 la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas- cuaje en una paz duradera, Mokdad quiere ser optimista pero la cautela obliga. “La incertidumbre es la palabra que lo resume todo, pero quiero creer que el futuro del Líbano empieza hoy; tenemos que aprender del pasado y no repetir errores, reconstruirnos no ya físicamente sino como sociedad para las nuevas generaciones”, concluye.