“Los bombardeos en el Dahiyeh (la denominación de una zona adosada a Beirut por el sur donde Hizbulá tiene su bastión] se han convertido ya en lo normal. Durante el día estamos en casa porque desde la ventana vemos las columnas de humo mientras intentamos distraernos haciendo cosas y por la noche nos vamos todos, mis padres y mis tíos y primos, a casa de mis abuelos, porque queda un par de kilómetros más lejos y ya no nos enteramos de las bombas ni corremos el riesgo de que se nos rompan los cristales de las ventanas mientras dormimos”. El testimonio es de María Ayoub, una joven beirutí empleada de una ONG libanesa.
Son palabras de este mismo viernes, pero podrían haber sido pronunciadas de manera idéntica ayer, anteayer o haber salido iguales de su boca mañana. María, como su familia -cristianos maronitas-, es una privilegiada porque puede ver y contar el horror desde la ventana del salón de su casa en Baabda, también un distrito del sur de Beirut de mayoría cristiana y drusa, con la (relativa) tranquilidad de que la aviación israelí no les bombardeará porque en su zona no hay miembros destacados ni armamento de la milicia proiraní. Que ellos sepan.
El bastión de Hizbulá en Beirut
Después de dos semanas de bombardeos en el Dahiyeh, Israel ha seguido golpeando un distrito de 700.000 habitantes -antes del 16 de septiembre pasado- con el objetivo de acabar con la vida de todos los líderes de Hizbulá que en él encuentran refugio y también con armas e infraestructura de Inteligencia. La última vez, y según los reportes de los medios locales, la más fuerte de todas ellas, se ha producido en la madrugada de este viernes.
Después de haber asesinado al secretario general Hasan Nasrala y al resto de mandos de la unidad de élite de la milicia chií en los últimos días, Tel Aviv no se conforma y quiere ahora la cabeza del posible sucesor (y primo de Nasrala) en la cabeza de la organización, Hachem Safieddine. Hoy viernes los militares israelíes han vuelto a pedir el desalojo de 35 municipios más del sur, esta vez localidades cercanas a Tiro. Aunque tocada, Hizbulá sigue respondiendo con cohetes a Israel que el sistema antimisiles del Estado judío neutraliza en su gran mayoría. “No pararán, aunque queden muy mal. Ya no pueden dar marcha atrás. Si Hamás ha seguido aguantando desde hace un año, Hizbulá no puede sacar la bandera blanca ahora”, nos asegura Wael.
Las nuevas prioridades
Todo es en Líbano provisional desde hace tiempo, y la guerra entre Israel e Hizbulá, como todas las guerras, ha acentuado esta sensación. “Ahora no nos importan ni los empleos ni dejar de trabajar ni nada. Lo importante son tres cosas: poder estar seguros en casa, las farmacias y los supermercados, que por ahora están bien abastecidos”, explica Ayoub a Artículo14.
Con apenas 10.452 kilómetros cuadrados de superficie, equivalentes a la de Navarra o Asturias, Líbano es ya estos días una auténtica ratonera para quienes tratan de huir de la campaña de las Fuerzas de Defensa de Israel en cada vez más puntos del país, aunque sobre todo en el sur y el este. Las autoridades libanesas estiman que más de un millón de personas ha abandonado sus hogares desde que comenzó la guerra.
19 en una casa de dos habitaciones
Decenas de miles de familias han puesto rumbo a la capital y el norte del país desde los pueblos del sur y el valle de la Becá en busca de un techo. Katie y Wael, dos profesores de centros internacionales del centro de Beirut, tienen alojadas en su casa en Rabieh, un acomodado distrito del norte de Beirut, a 17 miembros de su familia llegados desde un pequeño municipio del sur en un apartamento de dos dormitorios. “La logística no es fácil, pero estamos bien. De nada sirve quejarnos”, explica la joven profesora de filosofía en Hamra a Artículo14. Las escenas se reproducen en todo el país. Además, después de atacar en los últimos días varios puntos fronterizos, los israelíes han bombardeado la carretera hacia el paso de Masnaa hacia Siria, adonde ya varias decenas de miles de libaneses han huido y donde Israel está también atacando a fuerzas vinculadas a Hizbulá e Irán.
Mientras la situación se deteriora en el centro y el norte del país con el paso de las horas, el sur es también escenario desde hace al menos tres días de duros combates entre las tropas israelíes -que volvieron oficialmente a invadir el sur de Líbano esta semana y dieciocho años después- y los soldados del ‘Partido de Dios’, que saben que es sobre el terreno montañoso y sinuosas rutas del sur donde tendrán más posibilidades de infligir daño a los israelíes.
Una ofensiva durante semanas o meses
A pesar de los esfuerzos de la diplomacia occidental por detener la guerra de los últimos días, los libaneses saben que la campaña de Israel e Hizbulá durará semanas o meses. Están acostumbrados y no tienen fe en ninguna de las dos partes. “Estamos atrapados entre dos potencias, Irán e Israel”, explica María a este medio.
“Irán ha convertido a Hizbulá en una fuerza más poderosa que nuestro Ejército, al que queremos pero que no es más que una policía, y quiere hacer de Líbano un protectorado. E Israel está matando a mucha gente de todos los sectores y grupos religiosos del país y haciendo un daño en nuestra economía e infraestructuras del que no sé si nos podremos recuperar”, reflexiona. “Y en Occidente perdimos la fe al terminar la guerra civil. Europa y Estados Unidos nos apoyan de palabra, con muchas bellas palabras y comunicados, pero no ayudan. En cambio, Irán sí ayuda de verdad a los suyos aquí, Hizbulá, enviándoles dinero y armas”, concluye la joven.
Aguantar o salir
Como otras veces en la historia, Líbano es un diminuto escenario de batalla de una lucha, una más, por el poder y la hegemonía de las grandes potencias mundiales y regionales aprovechado la debilidad del Estado y la división de la sociedad. La geopolítica mundial cambia, algunos actores desaparecen para que otros tomen en relevo, pero Líbano sigue sufriendo la misma condena desde hace medio siglo. “No queda otra que aguantarse o irse de aquí. Nosotros no podemos hacer nada por cambiar las cosas en este país”, confiesan casi todos.