Ha sido la jornada más letal desde que comenzó la guerra -mejor dicho, la actual fase de la guerra existencial que libran desde hace más de cuatro décadas- entre Israel y Hizbulá, la cual se inicia el pasado 8 de octubre. La poderosa milicia apoyada por Irán -que constituye un Estado dentro del Estado libanés- comenzó a lanzar proyectiles desde su feudo del sur del país contra suelo israelí en apoyo de Hamás horas después de la cadena de asesinatos llevada a cabo por las brigadas Al Qassem en suelo israelí. Desde entonces ambas partes han intercambiado fuego de manera intermitente, y la milicia chiita se ha llevado la peor parte, con medio millar de miembros muertos, al margen de los miles de desplazados internos a un lado y otro de la línea azul.
Después de meses de advertencias a Hizbulá, el Ejército israelí dio por comenzada la semana pasada una nueva fase en su ofensiva contra la milicia chiita que al cierre de esta edición deja ya casi cinco centenares de muertos y decenas de miles de heridos en el sur y el este del Líbano. Tel Aviv asegura haber golpeado más de 1.100 objetivos de Hizbulá en 24 horas y asesinado a “un gran número” de miembros de la estructura militar, pero los bombardeos, especialmente duros el lunes, han provocado cuantiosas bajas civiles. Con pueblos completamente destruidos en el sur del país y el valle de la Becá, las dos zonas donde se concentra un mayor número de poblaciones chiitas, decenas de miles de personas avanzan a esta hora en dirección a Beirut y la región de Monte Líbano, en el centro de un país de apenas 10.400 km2, en busca de un lugar donde ponerse a cubierto.
Es el caso de la familia de Samir, un joven matemático, estudiante de doctorado de 24 años natural de Taraiyya, una pequeña localidad de mayoría chiita situada en el valle de la Becá, y donde presumiblemente Hizbulá alberga armas tanto en los campos que rodean el pueblo como en túneles o viviendas. Junto a toda su familia, padre, hermanos y primos, hasta 12 personas, tratarán de descansar en el interior de tres vehículos.
“El pueblo está destruido. Hemos salido sin saber a dónde y sin saber cuándo podremos volver”, explica el joven a Artículo14. La familia, que no ha encontrado un techo aún, intentó pasar la noche al raso en un parque de la localidad de Hrajel, en la ruta hacia Beirut, pero las autoridades locales les acabaron por obligar a salir del espacio pasadas las ocho de la tarde. Han decidido no seguir conduciendo por temor a bombardeos israelíes en las carreteras; el recuerdo de 2006, cuando Tel Aviv llevó a cabo importantes daños en infraestructuras -como rutas y puentes, también en el propio aeropuerto de Beirut- está muy vivo aún entre la población libanesa.
Y del este, al sur del Líbano, la zona, de largo, más castigada por los ataques israelíes de los últimos días. Un espacio geográficamente reducido donde predominan las poblaciones de mayoría chiita, la comunidad que alimenta las filas de Hizbulá y próximo a la frontera con Israel. Junto a pequeños municipios chiitas, por las laderas de estos montes blanquecinos cubiertos de pinos o de huertas donde crecen frutales y tabaco, hay otros predominantemente cristianos o drusos limítrofes que, hostiles a Hizbulá, se han librado de los bombardeos de las FDI.
Ello explica que familias como la de Maria, residente en Beirut y natural de Tanbourit, una pequeña localidad de mayoría cristiana próxima a Sidón, en el sur del país, permanezcan en sus casas a pesar de los riesgos evidentes. “Han bombardeado cerca del pueblo, pero no aquí. No tenemos armas escondidas en nuestro pueblo, así que por ahora no nos vamos a ir a Beirut”, explica esta residente de 58 años -que prefiere mantener el anonimato- en la localidad sureña distante una decena de kilómetros de la frontera con Israel.
También hay municipios mixtos en los que las poblaciones cristianas y drusas temen por sus vidas al desconocer si sus vecinos chiitas puedan estar escondiendo o viviendo próximos a los proyectiles o lanzamisiles de Hizbulá. La noche del lunes cae con decenas de miles de libaneses enfrentándose al dilema de quedarse en sus casas o arriesgarse a tomar alguna de las rutas de montaña del sur o la Becá rumbo a otras zonas del país ante la posibilidad de que el martes arranque de la misma manera que la semana.
Si bien el poder de Hizbulá sobre el conjunto de la vida política y social del Líbano de los últimos años no ha provocado tensiones entre los distintos grupos confesionales que conforman el complejo mosaico libanés dignas de poner en peligro el tenso pero estable escenario civil, lo cierto es que la llegada de poblaciones desde localidades chiitas en gran número a la capital -que sigue dividida en áreas de mayoría cristiana, sunita y chiita- en las próximas horas y días amenaza con poder elevar las susceptibilidades.
Desde la semana pasada, cuando los servicios de inteligencia israelíes provocaron dos cadenas de explosiones en dispositivos de comunicación empleados por miembros de Hizbulá y bombardearon el edificio de viviendas donde se reunía la cúpula de la fuerza Radwan, centenares de personas del feudo de Hizbulá en el sur de Beirut, Dahiyeh, comenzaron a buscar refugio fuera de él ante el peligro de nuevos bombardeos israelíes, como ha sido el caso también este lunes (Hizbulá asegura que su comandante Ali Karaki ha salido ileso del ataque israelí de ayer en la capital libanesa).
Algunas de estas familias buscan techo, encontrando la resistencia de la población local, en zonas de mayoría cristiana como Baabda o Hadeth, en las últimas horas. Este medio ha podido saber que situaciones similares se han dado este lunes en Ayn El Remmaneh, un distrito situado al sureste de Beirut -de mayoría cristiana maronita- que fue escenario de alguno de los incidentes luctuosos que desencadenaron en la primavera de 1975 la guerra civil libanesa. También ocurren ya en las localidades cristianas situadas cerca de las de mayoría chiita en los golpeados sur y este del país.