El paso por la tierra de Hasán Nasralá concluyó de manera abrupta -no podía ser de otra manera para quien se pasó más de media vida huyendo de sus postreros verdugos- este viernes después de que las fuerzas israelíes tumbaran el edificio de viviendas del suburbio beirutí de Dahiyeh -golpeado incesantemente desde el pasado día 20- donde se escondía.
La fecha del 27 de septiembre pasará a la historia como la de la desaparición de una de las figuras más importantes -un líder espiritual para los chiitas del Líbano y otros países de Oriente Medio- de la región en las últimas décadas. Su asesinato -la jefatura del Gobierno israelí inmortalizó el momento en que el primer ministro Benjamin Netanyahu da la orden de atacar Dahiyeh momentos después de bajarse del atril de la Asamblea General de Naciones Unidas- culmina una cadena de operaciones de la Inteligencia israelí que merecerán a buen seguro también un espacio en la historia contemporánea de Oriente Medio.
Entre el 17 y el 27 de septiembre Israel eliminó a los líderes de la fuerza Radwan, la unidad de élite de Hizbulá, además de al menos cinco altos mandos militares de la milicia chiita diseñada entre 1982 y 1985 y financiada y entrenada desde entonces por Irán. Además, en una cadena de explosiones simultáneas durante dos días consecutivos en buscas y walkie-talkies que servían para la comunicación interna de los miembros de Hizbulá, la Inteligencia israelí acabó con la vida de casi cuatro decenas de integrantes de la organización y dejó tuertos o mutilados a decenas más. Y, como guinda al pastel, Tel Aviv terminó con la vida del hombre que desde 1992 ha liderado Hizbulá para convertirla en la milicia más temible de cuantas integran el ‘eje de la resistencia’, mucho más poderosa que el Ejército libanés.
Los suyos lo lloraron ayer en los asediados enclaves del sur y del este del país, también en el feudo de Dahiyeh, 700.000 habitantes -muchos de ellos en otros puntos de la capital y del país- en un espacio urbano en gran parte reducido a escombros. Los elogios a su figura llegaron, cómo no, desde Irán, patrocinador de la más aventajada de las milicias de base chiita en la región. No se quedó atrás la clase política libanesa. El presidente del Parlamento -un chiita como Nasralá -, Nabih Berri, afirmó: “Te escribo en tu elevación celestial, con un nudo en la garganta, yo que tanto anhelo verte y a quien el fuego de la tristeza me ha impedido encontrar”, según recogían los medios oficiales de Hizbulá. Desde el Gobierno
Un emocionado recuerdo a Nasralá tuvo también el expresidente libanés Michel Aoun, el general -un cristiano maronita-, aliado de Hizbulá y ejemplo de que la política de este país hace los más extraños compañeros de cama (con perdón). “Con el martirio de su Eminencia el secretario general de Hizbulá, sayyed Hassan Nasralá, el Líbano pierde un distinguido y honesto líder que dirigió la resistencia nacional hacia los caminos de la victoria y la liberación. Mantuvo la fe en su promesa y fue leal a su gente, que le replicó su amor, confianza y compromiso”, aseguró en la red X el nonagenario expresidente y antiguo líder del Movimiento Patriótico Libre.
Pero la vida sigue, y si hay quienes lloran la pérdida de Nasralá hay quienes no compartiendo ni la ideología ni la praxis de Hizbulá le reconocen su carisma -“ya no habrá más discursos televisados de Nasralá, un clásico”- y a quienes les da igual porque la guerra no va con ellos, como a un grupo de chavales de un afluente barrio de mayoría cristiana a las afueras de Beirut, Rabieh, que al caer la tarde del sábado pasa por la caja un par de packs de cerveza en un supermercado. No sabemos si para celebrar la noticia, para ahogar la pena en alcohol o porque no se han enterado de que ha muerto el secretario general de Hizbulá y una de las mayores referencias espirituales de los chiitas que en el mundo son.
Y al undécimo no decansó… tras la eliminación de Nasralá, Israel prosiguió, un día más, su ofensiva total contra Hizbulá este fin de semana. Pasada la medianoche del sábado, los portavoces militares israelíes pidieron a la población de Dahiyeh que “de manera inmediata” desalojara las calles del suburbio porque venían más bombardeos. Y vaya, si vinieron: las FDI se pasaron toda la noche atacando supuestos depósitos de armas de la milicia proiraní que arrojaron un panorama apocalíptico retransmitido en directo por las cadenas de televisión del mundo. Los once días de bombardeos intensivos sobre Beirut, el sur del Líbano y el valle de la Becá han costado la vida a más de mil personas y dejado heridas a varios miles más.
Y el sábado, el día que supimos de boca de los miembros de la milicia chiita que Nasralá estaba de verdad muerto, concluyó sin disturbios en las calles de Beirut ni masivas manifestaciones espontáneas de duelo ni la presumible venganza de la milicia contra el “enemigo sionista” a la altura del magnicidio. Y en la espera de muchas de las cosas que previsiblemente tendrán que ocurrir en este país y en la región en los próximos días y semanas, el día acaba sin que los nuevos responsables de Hizbulá hayan sido capaces de adelantar la fecha de un funeral con el que la otrora temible organización tratará de recuperar algo del crédito perdido estos días.