Al desconocer los resultados de las elecciones presidenciales del 28 de julio, Nicolás Maduro, aspirante a la reelección (gobierna desde 2013), quedó desnudo. Y, de paso, dejó al aire las impudicias del chavismo y de la izquierda hispanoamericana, que no encuentra qué malabarismo hacer para arrojarle un trapito que le tape las vergüenzas.
Ya nadie duda de que Maduro fue derrotado con largueza en las urnas electorales. Ni el propio régimen se molesta en reciclar sus mustias pancartas de triunfo. El dilema en la actualidad es qué hará para persistir en el poder y cómo sería la logística para que salga transitando puente de plata.
Cuando Maduro viste el uniforme
Carente de apoyo popular y sin más soporte que las Fuerzas Armadas, cuyos brazos represivos se soltaron por las calles de Venezuela como letales serpientes bíblicas, Maduro se ha visto forzado a sobreactuar su autoridad, para lo que echó mano de una represión desbordada, incluso para sus estándares, ya de suyo suficientes para arrimarlo al banquillo de la CPI (Corte Penal Internacional), por crímenes de lesa humanidad. Pero el festín de sangre y espanto que ha desparramado por el país, lejos de mostrarlo poderoso, lo ha expuesto en su debilidad y dependencia del generalato del que parece ser rehén.
El ardid de Maduro, ante las evidencias del quebranto de su poder, ha sido aparecer en televisión vestido con el uniforme de gala de la Guardia Nacional Bolivariana, lo que en su caso equivale a un disfraz, puesto que Maduro nunca puso los pies en una academia militar. De hecho, sus estudios concluyeron con el bachillerato y, antes de ocupar altos cargos, como el de canciller, no se le conoció más oficio que el de conductor de autobús.
El vestuario del chavismo daría para una jovial enciclopedia. Bien documentados están los excesos del propio Chávez, que peroraba sobre la pobreza vestido con trajes hechos a la medida. No tardó en cundir el ejemplo, que alcanzaría sus más altas cotas con el exdiputado chavista Pedro Carreño, humilde niño formado en escuelas públicas antes de ir para capitán del Ejército, grado con el que pasó a retiro, tras participar en el fallido golpe de Estado encabezado por Chávez en 1992.
Siempre de estreno
Expulsado sin derecho a pensión, Carreño se empleó como ayudante personal de Chávez en la campaña electoral de 1998. Pocos años después se paseaba por el Parlamento con prendas de la parisina avenida Montaigne. En 2007, harta de oírlo echando pestes del capitalismo, una periodista le preguntó si no era contradictorio hablar así mientras llevaba una corbata Louis Vuitton y unos zapatos Gucci… En otra sesión, cuando Carreño lucía tenida de Paul Stuart, de 1.384 dólares, un reportero observó que la chaqueta del revolucionario era de cashmere inglés “una tela tan escasa como el papel higiénico en Venezuela”.
Los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez, poderoso sector del chavismo, no salen de su casa sin echarse varios miles de dólares al cuerpo. Los opositores que coincidían con Jorge Rodríguez en las “negociaciones” de Barbados comentaban que sus looks, siempre de estreno, eran impresionantes. En su novela “Los hermanos siniestros” (2020), la periodista Ibéyise Pacheco hace un mal encubierto retrato de los Rodríguez, a quienes les atribuye “poco recato para mostrar su dinero”.
“Jaime [alter ego de Jorge] hurga en internet, se suscribe a tiendas de marcas internacionales para estar al tanto de lo último en bebidas, habanos, lámparas, perfumes, hasta cepillos de dientes. Le encantan las corbatas y se las manda a hacer en Nueva York. Se viste según las temporadas, como si viviera en un país con cuatro estaciones. […] Disfruta portar mucho dinero en ropa. No escatima tampoco en zapatos, ni en accesorios”.
Maquillaje a ultranza
En estos días, han cobrado especial visibilidad dos funcionarios chavistas cuya caracterización sorprende por lo extravagante. Una es la presidenta de la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, Caryslia Rodríguez, de cuya adscripción política da muestra el hecho de que fue concejal al ser electa en representación del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela), coalición gobernante (chavista).
La operadora de Maduro en el Supremo es abanderada del maquillaje como praxis a ultranza. Dos especialistas en maquillaje (que pidieron mantener sus nombres en reserva) coincidieron al explicar que la magistrada evoca el personaje de la madrastra de Blancanieves en la película de Disney (1937), la Reina Malvada. Fue diseñado por el artista Joe Grant, quien logró un personaje icónico, de presencia imponente y aspecto sofisticado, pero al mismo tiempo aterrador. “Claro… Caryslia Rodríguez solo es aterradora, quizá ese es su propósito».
El otro es el fiscal del régimen, Tarek Saab William, quien ha optado por el
maquillaje permanente en cejas, ojos y labios, lo que le da ese aire de rostro marcado por muchas y mínimas cicatrices. Los tatuajes cosméticos se caracterizan por mantener una expresión extática, de allí que Saab aparezca siempre igual en las fotografías, duro e inconmovible, como para comunicar la idea de que el Estado que representa no se conmueve ante el grito de las víctimas, las lágrimas de la madres ni la indignación de la sociedad.
Está claro, pues, que la autocracia de Venezuela se ha valido de todo para mantener lo que Oscar Wilde aludió como “la ilusión de la verdad por método”. Para nada, porque han quedado en cueros y sin afeites.