Reportaje

Las “luciérnagas” que luchan contra la oscuridad de la guerra en Ucrania

Tatiana, operaria ucraniana en una de las centrales eléctricas que Rusia bombardea a diario, relata la odisea en la que se ha convertido su trabajo para lograr que la vida no se apague en todo el país

Tatiana, trabajadora en Ucrania
Tatiana en las instalaciones de la planta termoeléctrica donde trabaja (María Senovilla) María Senovilla

“Está sonando insistentemente la alarma, bajaremos al refugio”, dice a modo de bienvenida Alexander, el jefe de seguridad de una de las centrales termoeléctricas de Ucrania que se han convertido en el principal objetivo de los misiles del Kremlin. Debo encontrarme allí con Tatiana, una operaria que lleva trabajando veinte años en la planta; pero el personal de seguridad no hace concesiones y pasamos más de una hora bajo tierra hasta que la amenaza termina.

En menos de un mes, los daños causados por los ataques rusos han dejado a varias ciudades ucranianas a un paso de desenergizarse. En los más de dos años de invasión, Rusia ha bombardeado cerca de 200 plantas de energía. Y la infraestructura eléctrica del país aguanta a duras penas, con cortes eléctricos y bajadas de tensión continúas.

Ataques contra la central de Trypilska

Los últimos ataques se han concentrado especialmente en Járkiv –la segunda ciudad más grande del país–, pero también han pulverizado la planta eléctrica de Trypilska, que era la más importante de la región de Kiev, y han causado daños relevantes en la infraestructura de Leópolis y Odesa.

“Es necesario venir cada día, porque sin electricidad nada funcionaría”

“Imagínate, todos los días cuando venimos a trabajar nos preocupamos por si no volvemos a casa”, dice Tatiana cuando por fin logro reunirme con ella. “Pero al mismo tiempo sabemos que es necesario venir cada día, porque sin electricidad nada funcionaría. Estamos ayudando a todas las personas, también a nuestros soldados: ellos hacen su parte en el frente y nosotros la nuestra aquí”, asegura.

Tatiana, central Ucrania

Tatiana trabaja en una planta termoeléctrica de Ucrania (María Senovilla)

Tatiana es técnica de baterías. Trabaja en un edificio de hormigón, austero y gris, donde vigila cientos de estos acumuladores de energía, perfectamente alineados y con marcadores de niveles que no sé interpretar. Ese es su cometido, y para llevarlo a cabo tiene que trabajar con líquidos peligrosos. Pero no parece preocuparle.

“En realidad el trabajo en la industria energética es muy interesante –asegura mientras mide los niveles de una de las baterías–. Yo soy programadora de profesión, y estuve algunos años trabajando en otra empresa, pero me gustaba mucho este sector: lo conocía porque mis padres trabajaban aquí, y cuando tuve la oportunidad de incorporarme no me lo pensé. ¡Somos una dinastía de operarios eléctricos!”.

Menos mujeres por la guerra

Tatiana tiene 54 años, y cuando empezó a trabajar en la planta –a principios de los 2000– había muchas más mujeres que ahora. “La empresa, toda la industria en realidad, se moderniza cada año y por eso el número de especialistas se ha reducido significativamente”, se lamenta.

“Pero hay laboratorios nuevos, como el que se dedica a analizar las emisiones nocivas del carbón, donde todas las trabajadoras son mujeres”, explica cuando salimos de su edificio, y pasamos por delante de otro cercano. “Ellas hacen las mediciones de emisiones y mantienen los filtros para que el quemado del carbón sea más ecológico”, añade.

La compleja conciliación

“Las mujeres que llegan ahora son muy jóvenes, y están estudiando y usando nuevas tecnologías”, subraya. Sin embargo, la guerra a gran escala ha frenado la incorporación de muchas de ellas. “En las familias jóvenes, con niños, las mujeres han tenido que dejar de trabajar para ocuparse de ellos y mantenerlos a salvo. Es muy difícil trabajar cuando eres mujer y sabes que depende mucho de ti: tienes familiares en casa, tienes un niño en casa que también necesita tu protección, y aun así las que podemos, seguimos yendo a trabajar todos los días”, reconoce esta ucraniana.

Ucrania: Tatiana y su nieta

Tatiana muestra en la pantalla de su teléfono móvil una foto con su nieta Evangelina (María Senovilla)

“También influye si en tu empresa te apoyan para que sigas trabajando, eso es muy importante. Aquí, en la central, sí que nos apoyan”, dice con cierto alivio. Tatiana se ocupa de su nieta de 8 años, Evangelina, que desde que empezó la guerra tiene que recibir educación online desde casa. Por eso resalta la importancia de la conciliación.

Bajo tierra

En esta central termoeléctrica un 30 por ciento de los trabajadores son mujeres. Las veo en acción también durante el tiempo que tienen que pasar en el búnker, por la alarma antiaérea, un tiempo que aprovechan para hacer redes de camuflaje para el Ejército de Ucrania. Se han propuesto dificultar el trabajo de los drones rusos tejiendo estas redes, pero lo cierto es que, durante el tiempo que se ven obligadas a protegerse bajo tierra, el trabajo se va acumulando y el estrés también.

La central nunca se detiene

“Tenemos que correr constantemente a los refugios antiaéreos y luego correr de nuevo a nuestros puestos de trabajo. Al final hay que hacer todo lo que no hemos hecho mientras estábamos en el búnker, porque la central no se detiene nunca”, concluye Tatiana, que además tiene que lidiar con la presión añadida de la escasez de material.

“Han destruido mucho material que formaba parte de la infraestructura eléctrica del país, así que ahora sientes la responsabilidad de mantener el equipo que se te ha confiado, y que es cada vez más escaso y valioso, añade. En su caso, esto implica revisar constantemente todos los mecanismos y procesos de trabajo relacionados con la electricidad de las baterías cada vez que hay una parada de emergencia, algo que sucede varias veces al día.

“Nunca he pensado en irme”

Le pregunto si no ha pensado nunca en abandonar un trabajo tan peligroso y estresante en estos momentos, o si ha pensado incluso en abandonar Ucrania y vivir con su nieta en un país donde no haya guerra. “Nunca he pensado en irme, aquí están mis camaradas y mis amigos, mis familiares, mis compañeros de trabajo. ¿Cómo voy a dejar mi tierra natal y a mi familia? ¿Cómo te vas del lugar donde está tu vida? No, nunca me lo he planteado”, zanja.

“¿Cómo voy a dejar mi tierra natal y a mi familia?”

“En los hogares ucranianos también hablan de nosotros, ¿sabes? –continúa después de reflexionar unos segundos–. Nos llaman cariñosamente luciérnagas, porque llevamos la luz a las casas y a las empresas, para que todo siga funcionando a pesar de la guerra. Sin nosotros no funcionaría nada, y nos sentimos responsables”.

Orgullo de ser ucraniana

“En este momento me siento particularmente orgullosa de trabajar en esta planta, me siento necesitada en medio de esta guerra brutal, que comenzó tan repentinamente y para la que nadie estábamos preparados”, continúa. “Estamos siendo destruidos, pero te aseguro que renaceremos de entre las cenizas. No vamos a abandonar a la gente”.

Tatiana, "luciérnaga" de Ucrania

Los ucranianos llaman a estas trabajadoras las “luciérnagas” de Ucrania (María Senovilla)

Tatiana deja por un momento las explicaciones técnicas sobre cómo están consiguiendo el milagro de que aún haya electricidad –la mayor parte del tiempo– a pesar de los bombardeos rusos. Quiere hablar de la preocupación que siente ante la posibilidad de que los países de Occidente dejen de apoyar a Ucrania, y se conviertan en una guerra olvidada.

“Ese tumor canceroso, llamado Rusia”

“Ucrania es un país pequeño, pero está ayudando a proteger al mundo entero; estoy convencida de ello, y ojalá que el mundo también se dé cuenta de que ese tumor canceroso que nos está atacando, llamado Rusia, es una amenaza para todos, no sólo para nosotros. Hay que extirparlo para que no se propague a más países. Es un llamamiento, un ruego, para que nos ayuden porque es mi patria, pero también para que se ayuden a sí mismos”, asevera.

“La gente que no está aquí no se pregunta a diario cómo es la guerra; no sabe el gran dolor que se siente, que siente cada persona. Pero ojalá que leyendo estas palabras alguien nos recuerde y nos ayude a detener todo este dolor. Es un ruego como madre y como mujer, que solo quiere salud y paz para todos”.

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