Las elecciones más reñidas en una generación

El control en Estados Unidos de los tres niveles de poder -Casa Blanca, Cámara de Representantes y Senado- se decide en un puñado contiendas que se luchan al filo de la navaja

La carrera a la Casa Blanca tiene múltiples vías. Son tantas, que los analistas políticos se zambullen desde hace semanas en cientos de simulaciones tratando de determinar las opciones que tienen los candidatos para ganar. Y justo cuando parece que todo está encauzado, sucede algo inesperado que parece cambiarlo todo. Las encuestas siguen mostrando una batalla demasiado reñida en el sprint final entre Kamala Harris y Donald Trump como para hacer predicciones.

Lo que sí está claro es que la principal opción para que Harris pueda lograr ser presidenta pasa por obtener un buen margen de votos en ciudades como Filadelfia, Pittsburgh, Milwaukee, Madison o Detroit y en especial entre las mujeres de sus suburbios. Y eso limitando a la vez los apoyos que obtenga Trump entre electores blancos de clase obrera, negros y latinos que suelen votar demócrata. Es plausible pero no es tan simple al entrar en detalle.

La imagen general está repleta de contrapuntos. Kamala Harris se muestra en los sondeos más competitiva que Joe Biden hace cuatro años en los estados veleta del Cinturón del Sol -Carolina del Norte, Georgia, Arizona y Nevada. Sin embargo, no está claro que pueda ganar en todos, así que la táctica pasa por mantener en pie el viejo Muro Azul. Donald Trump ganó en Pensilvania, Michigan y Wisconsin por 80.000 votos en 2016 y Joe Biden lo hizo con 260.000 en 2020 gracias a los suburbios de los centros urbanos.

Trump, por su parte, es muy fuerte en el mundo rural. Es una vulnerabilidad mayor para Harris. Esta vez, además, el nominado republicano se enfrenta a una mujer de color en lugar de a un hombre blanco católico. La presenta como una extremista radical de izquierdas y eso podría tener un efecto crucial en pequeñas comunidades pobladas mayormente por electores blancos en esos tres estados, con lo que podría mejorar los márgenes y complicar el camino a Harris.

Pero la presidencia no es lo único que está en juego este martes. La otra gran incógnita es cómo quedará el reparto del poder en el Capitolio. Los demócratas temían que si seguía Biden, la derrota fuera de tal calibre que dejara el control de la Casa Blanca, de la Cámara de Representantes y el Senado en manos de los republicanos, que además tienen mayoría en el Tribunal Supremo y la presidencia de la Reserva Federal.

El juego de probabilidades ahí se dispara porque, como en las presidenciales, se juega todo en puñado de condados y no solo en los siete estados decisivos. Nueva York, por ejemplo, es un estado veleta a la hora de entender el reparto de asientos en el Congreso. Y lo mismo pasa en Texas con el Senado. Hasta el punto está todo tan reñido, que podría ser la primera vez en 230 años que se invierta la frágil mayoría actual.

El campo de batalla entre los distritos al Congreso y los estados decisivos a la Casa Blanca se fue estrechando con el tiempo, lo que contribuyó a elevar la intensidad de la contienda electoral en lugares muy concretos y pequeños. Y eso a su vez hizo que se preste más atención a los electores indecisos que esperan al último momento para votar. Por eso el control de los tres niveles de poder en Washington depende de pocas contiendas.

Se ve en la Cámara de Representantes, donde se renuevan sus 435 escaños cada dos años. La gran mayoría están asegurados y no requieren de pelea. Pero la posibilidad de que los republicanos pierdan la corta mayoría que lograron en las legislativas a medio mandato está ahí. Los conservadores son favoritos en 212 contiendas frente a 208 de los demócratas. Solo hay 15 distritos en los que puede pasar cualquier cosa.

En un mundo ideal, los dos partidos tratarían de buscar un consenso en cuestiones prioritarias como la economía o la migración. Pero en un escenario político polarizado en dos bloques muy definidos, es importante para el próximo presidente que su partido controle la Cámara Baja y evitar que el que queda fuera del ejecutivo no pueda bloquear sus políticas.

Los cambios en el equilibrio de poder en el Capitolio se fueron haciendo más comunes en los últimos 30 años, cuando el Partido Demócrata perdió el amplio margen que gozó durante cuatro décadas. Esta vez, no es solo que la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes esté en juego. También la de los republicanos en el Senado y ese cambio en sentidos opuestos en los dos niveles del legislativo es algo excepcional.

Si en la Cámara de Representantes se juega al milímetro, en el Senado es similar. El cambio de manos ahí es más frecuente, porque se lucha por menos asientos competitivos. El martes se renuevan un tercio de los escaños. Los demócratas defienden 20 y los republicanos 12 asientos. Podrían perder tres y pasar el mando a los conservadores, salvo sorpresa en Texas, Florida, Montana o Ohio. Si hay empate, entonces entra en juego el vicepresidente.

Los demócratas esperaban que el “Kamalamentum” hubiera sido suficiente para llevarlos más allá del margen de error. Sin embargo, la realidad es que esta carrera es mucho más reñida de lo esperado. Hasta el punto de que solo hay cuatro estados -Arizona, Michigan, Nevada y Pensilvania- que tienen contiendas competitivas en los tres frentes del poder político a la vez, lo que hace todo aún más impredecible.

Los modelos muestran en este sentido que Harris perdió el liderazgo que estableció tras sustituir a Biden y eso crea confusión entre los demócratas. El contrapunto es que los sondeos son muy estables y el margen es tan estrecho, que puede ir en cualquier dirección. Esta dinámica puede ser muy útil en la recta final, porque es un recordatorio de que no se puede caer en la complacencia, el factor que derrotó a Hillary Clinton.

La mejor opción para Harris en este momento es Michigan, donde tiene el 56% de posibilidades de ganar. En el resto de estados decisivos hay un empate virtual y eso es precisamente lo que pone nerviosos a muchos demócratas. Pensilvania se perfila como el enclave fundamental, hasta el punto de ser el punto de partida de todas las combinaciones. La diferencia entre ganar o perder ya fue de medio punto porcentual en 2020. Esta vez puede ser más estrecho.

Los estrategas demócratas se estrujan las manos con las tendencias del voto anticipado en estados como Nevada mientras los republicanos se las frotan cuando ven que las probabilidades de victoria de su candidato superan el 60%. La cuestión es si todos estos modelos son fiables. En 2016 y 2020 subestimaron el apoyo a Trump entre los electores sin educación superior y los que no responden sinceramente a las encuestas.

Las encuestas durante los últimos años tendieron a sobreestimar el nivel de apoyo a los demócratas. Eso se ha tratado de corregir. Pero lo que es realmente complejo de medir es la habilidad que tiene Donald Trump para movilizar a sus bases, incluso cuando todo parece que se le pone en contra, y eso hace todo más incierto. Es lo que pasa con los jóvenes que votan por primera vez. Tienden a apoyar históricamente a los liberales pero no hay datos para saber qué harán realmente y si son un bloque monolítico.

En el caso de las contiendas al Congreso se da una dificultad adicional para entender las encuestas. No hay sondeos específicos para algunos condados clave. Se produjo, además, un cambio en el mapa de los distritos electorales que en principio debería favorecer a los demócratas en estados azules como Nueva York o California, por eso se ve como una posibilidad real que retomen el control de la Cámara de Representantes.

Al final, y lo que espera la campaña de Harris, es que los electores menos comprometidos con Trump acudan en mayor número de lo que indican las encuestas a votar. Es tan posible como que los encuestadores hayan cometido esta vez el error a la inversa, subestimando la capacidad de movilización de la nominada demócrata y las vulnerabilidad del republicano frente a las críticas por su comportamiento.