El timbre de la bicicleta me sobresalta. Me aparto y dejo de fotografiar las casitas de ladrillo con tejados empinados que parecen salidas de un libro de cuentos. Respiro hondo para participar de la tranquilidad que transmiten las callejuelas de este coqueto barrio de Malinas, en Bélgica, donde hace ocho siglos comenzaron a habitarlo las Beguinas.
En el medievo, las mujeres suelen llevar la coletilla de “hijas de”, “madres de”, o “esposas de” algún varón con párrafo en los libros de texto. Las pocas que conocemos. Eran tiempos duros para todos: señores feudales guerreando, siervos malviviendo de tierras cada vez mas estériles y mujeres abocadas a traer hijos al mundo, lavar y cocinar. Forman parte de una sociedad estancada en la que la inmensa mayoría realizaba su ciclo vital en un radio de diez kilómetros.
La discriminación por la pobreza
Para escapar, las mujeres podían entrar en un convento, haciendo votos de obediencia, castidad y pobreza. Para toda la vida. Las mujeres o se casaban con un hombre o con Dios. Y las más pobres, ni eso. Pues sin dote no se les aceptaba en los conventos.
Las cosas empezaron a cambiar en la Baja Edad Media con el desarrollo de las ciudades. Diversos artesanos, merchantes y comerciantes se sacudieron el yugo feudal. Constituyendo gremios para protegerse y propiciando una pequeña burguesía en las ciudades ribereñas.
Tras los pasos de Marie d’Oignes
A finales del siglo XII, en Países Bajos, escaseaban los hombres, pues además de las guerras, muchos se alistaron en las Cruzadas y no volvieron. Y algunas mujeres plantearon otra alternativa. Siguieron a Marie d’Oignes, mujer de clase alta que renunció a su matrimonio, donó sus posesiones y trabajó en una colonia de leprosos. Otras le siguieron. A diferencia de los conventos que surgieron en zonas rurales, los beaterios se integraron en las urbes.
Mujeres de distintas edades, procedencias y niveles sociales se agruparon en pequeñas viviendas o edificios en torno a un patio o una iglesia en el extrarradio de las ciudades pujantes como Malinas, cuyo beaterio se fundó en 1207. Al igual que en los conventos, oraban e hicieron votos de castidad. Pero sin supervisión eclesiástica. Algunas trabajaban en las fábricas de textiles, o haciendo encajes o bordados, con lo que obtenían ingresos para sí o la comunidad. Pero estas mulieres religiosae podian salirse del beaterio para casarse, o volver con sus familias. La organización variaba de unas pocas itinerantes a otras que seguían un régimen de clausura. En los beaterios cuidaban de enfermos y marginados sin recibir nada a cambio. Las que trabajaban fuera volvían al anochecer. Las beguinas se auto-gestionaban para que toda la comunidad tuviera tiempo de rezar, leer y atender a las necesidades de otros. La comunidad elegía a la mas capacitada por su autoridad, espiritualidad o conocimientos teológicos como su Magistra, o superiora.
Los beaterios se expanden
Vestían túnicas blancas o grises para que al moverse solas libremente por las ciudades no se les confundiese con prostitutas. Trabajaban en hospitales, cuidaban de leprosos, actuaban como comadronas, crearon orfanatos y escuelas para educar a estos niños marginados. Y aunque les movía una fuerte religiosidad, el atender a los necesitados les liberaba de los rezos.
Rápidamente se extendieron por Francia, Alemania e Italia. Algunas incluso en España. Sabemos por una carta del Papa Juan XXII que en Alemania en 1321 había 200.000 beguinas. Medio siglo después, las 1.300 mulieres sanctae de Bruselas suponían el 4% de su población.
Si esta libertad para organizarse nos sorprende hoy, a finales del medievo debió levantar ampollas, tanto en la sociedad civil como la eclesiástica. Y así fue.
Frente a la misoginia
Esta independencia femenina desconocida hasta entonces, cuando crece su número, generó desconfianza y oprobio, tanto del clero como de una sociedad profundamente misógina.
Pues estas mujeres no solo dejaban en evidencia a la jerarquía religiosa. Tradujeron textos sagrados originales y los transcribieron a la lengua vulgata— y no al latín. Y profundizaron la corriente mística de la unión del alma con Dios, a través del amor y sin mediación. La beguina Margarite Porete osó plasmar ideas como que el alma no precisaba intermediarios para entenderse con Dios. Ardió con su libro en la hoguera, acusada de hereje recalcitrante en 1315. Hubo constante presión eclesiástica y de la Inquisición para acabar con los beaterios cuya corriente filosófica inspiró a los místicos como Teresa de Ávila. En el siglo XVI, frente a la Reforma protestante en Holanda, las beguinas de Flandes revivieron y recibieron apoyo de la Iglesia romana. Y, a pesar de tanta guerra religiosa, el beaterio de Ámsterdam sobrevivió como islote católico frente a los calvinistas y puritanos hasta entrado el siglo XX.
La última beguina
La última beguina belga murió en 2013. Había nacido en el Congo en 1920 e ingresó a los 20 años.
Estas mujeres también inspiraron los Beghards masculinos, pero ni fueron tan numerosos, ni tuvieron tanta influencia, ni duraron mas allá de la Edad Media.
Aprovecho que se abre paso el sol entre las nubes y hago un contraluz que resalta el brillo del agua sobre los adoquines desgastados. Mando las fotos por el móvil y me asombro del concepto del beguinaje: mujeres que deciden unirse para llevar vidas de oración, trabajo, estudio y servicio a los demás sin estructura religiosa. Unas sororidades adelantadas a su tiempo que pervivieron durante ocho siglos.
Para saber más:
- Visitar: Cualquiera de los 14 beaterios de Flandes declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. (Gante, Lovaina, Amberes, Kortrijk, etc.)
- Leer: Beguinas. Memoria herida de María Cristina Inogés Sanz: “Un recorrido fascinante que atrapa e invita a seguir, situándonos como punto de partida en la sociedad de la
Baja Edad Media, época muy movida y colorista, y que nos lleva a la Iglesia y a los monasterios, llenos de vida, con diversas actividades: orar, estudiar, trabajar; la disciplina monástica da lugar a una vasta cultura donde las luces y las sombras también se mezclan”. - Ver: Beguinas. Serie de Atresmedia televisión. Reparto liderado por Yon González, Laura Galán, Amaia Aberasturi y Javier Beltrán. Guión de Silvia Arribas, Virginia Llera, Esther Morales e Irene Rodríguez.