Lady Vic, la primera dama de rojo

Discreta, abogada de formación y volcada en su trabajo en un hospital. Así es Victoria Starmer

La triunfal entrada de Keir Starmer en Downing Street apenas 13 horas después del cierre de los colegios electorales tras las generales del 4 de julio ha supuesto un descubrimiento para millones de británicos que, además de escuchar las palabras de estreno de su flamante nuevo primer ministro, vieron por primera vez a su esposa. Victoria, o Lady Vic, como es conocida entre el personal del Partido Laborista, había hecho, hasta ahora, todo lo posible por mantenerse alejada del foco público, pero consciente de que pronto será una pata fundamental de la familia más conocida del Reino Unido, esta antigua abogada, que actualmente trabaja en la sanidad pública, ha tirado de pragmatismo británico y aceptado con resignación su papel como primera dama de facto de la sexta economía del planeta.

Vestida de rojo corporativo, laborista y prácticamente sin soltar la mano de su esposo hasta que este pronunció su primer discurso público como premier, Victoria Starmer hizo gala de una destacable compostura para quien siempre había intentado mantener un perfil bajo. Apenas vista durante las seis semanas de campaña electoral, salvo en algún acto puntual y, junto al líder laborista, en el concierto de Taylor Swift en el estadio londinense de Wembley, fue precisamente en el día de los comicios cuando la mujer del nuevo mandatario británico se decidió a abandonar la extrema discreción con que había operado hasta entonces.

De nuevo ataviada de rojo y con zapatillas deportivas, acudió con su marido a votar en el colegio electoral próximo a la vivienda de cuatro habitaciones en la que, hasta este mes, habían vivido con sus dos hijos, de 15 y 12 años, en el barrio de Kentish Town, al norte de Londres. Posteriormente, en plena madrugada, cuando el todavía diputado raso Starmer fue declarado vencedor del escaño por la circunscripción de Holborn and Kings Cross, en la capital británica, Victoria Starmer también fue testigo de la euforia con la que cientos de simpatizantes recibían el discurso de su esposo, quien ya sabía que en unas horas estaría en Downing Street.

Con todo, junto al entusiasmo por la primera victoria del Laborismo en 14 años, la pareja afronta desafíos ante los que ella aplica la máxima de “día a día”. Cada mudanza en el Número 10 supone una mini revolución personal para dos familias: la que tiene que irse, y la que entra. Comparada con la titánica tarea de dirigir un país de 68 millones de personas, la misión de mantener una cierta normalidad en un clan que pasa al ojo público parece una tarea menor, pero Keir Starmer ha confesado que es de lo que más le preocupa de su nueva vida.

Hasta ahora, el matrimonio había logrado preservar la identidad de su prole, de la que no solo no hay fotos públicas, sino que ni siquiera se saben los nombres. Desde el ascenso de Keir Starmer al liderazgo laborista en abril de 2020, la aproximación había sido similar por parte de la propia Victoria, a quien solo se la había visto en los congresos anuales del partido, o algún banquete de estado en el Palacio de Buckingham. Nunca quiso dar entrevistas y los mandarines del partido dejaban claro a los medios de comunicación que no incentivaban perfiles sobre ella.

Sin embargo, de los dos miembros de la pareja, el virus de la política le había picado a ella primero. Durante sus años de estudiante de Derecho y Sociología en la Universidad de Cardiff, fue presidenta del sindicato de estudiantes y en 1997, año de regreso del Laborismo al poder tras 18 años de Gobierno conservador, actuó como voluntaria en la campaña de Tony Blair. Nacida en Londres, de origen judío (la familia de su padre había emigrado de Polonia antes de la II Guerra Mundial), ha querido transmitir la fe familiar a sus hijos, con quienes observa algunas de las tradiciones judías, pese a ella no ser especialmente religiosa.

Fue durante el tiempo que ejerció como abogada cuando tuvo la oportunidad de conocer, a principios del siglo XXI, al hoy primer ministro, con quien coincidió en un caso en el que ambos trabajaban. Los inicios, no obstante, no fueron prometedores: cuando él la llamó por teléfono para corroborar la precisión de los documentos que le había pasado, pudo escuchar cómo ella, antes de colgar, decía: “¿Quién –exabrupto– se cree que es?”. No obstante, tras coincidir en una cena del gremio, Victoria aceptó una cita, que tuvo lugar en un pub del norte de Londres, y apenas meses después, en unas vacaciones en Grecia, Starmer le pidió improvisadamente matrimonio, tanto, que ella le dijo: “¿No necesitaremos un anillo, Keir?”.

Se casaron en mayo de 2007 y, tras tener hijos, ella abandonó la industria legal, se formó en terapia ocupacional y lleva años trabajando en un hospital del Servicio Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés) en el barrio londinense de Camden, no lejos de la residencia familiar. El propio Keir Starmer admite que el empleo de ella le permite saber, desde dentro, cómo está realmente la sanidad pública y, según él, pese a vivir en la residencia más conocida de Reino Unido, su esposa desea continuar con un empleo que “ama”.

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