En el corazón de la Franja de Gaza las mujeres palestinas continúan viviendo a diario sus peores pesadillas. Entre los escombros de las casas del barrio de Shujaiya, encontramos a Leila al-Kilani (52 años), que lucha con valentía contra las duras condiciones para asegurar el sustento de su familia preparando y vendiendo pan. Su historia es una entre cientos que relatan el sufrimiento de las mujeres en Gaza, enfrentándose a desafíos económicos y sociales debido al bloqueo israelí y la guerra que dura ya más de diez meses.
Leila vive con su marido, que está postrado en cama y al que le amputaron las piernas tras un ataque aéreo israelí a su casa. Se vio obligada a desplazarse con su esposo herido y sus cinco hijos a una escuela de la UNRWA, como miles de vecinos. Leila es una de las muchas mujeres palestinas en Gaza que trabajan en diversas ocupaciones para mantener a sus familias frente a las deterioradas condiciones económicas, agravadas por la guerra, que cumplirá un año en octubre.
Asumiendo su responsabilidad familiar y comunitaria, las contribuciones de las mujeres en Gaza son variadas, innovadoras y todas admirables. Algunas, utilizando medios rudimentarios debido a la falta de electricidad y materiales, venden productos alimenticios, fabrican pan, pasteles y dulces tradicionales. Otras, como Leila, han montado puestos para vender sus productos, aportando un toque de esperanza y vitalidad en los mercados locales.
En busca de recursos
Leila cuenta a Artículo14 que se vio obligada a trabajar haciendo pan debido a la escasez de recursos y la falta de empleo de su esposo. “Me vi obligada a buscar una manera de ayudar a mi familia en estas difíciles circunstancias, ya que el costo de vida es aterrador”, explica.
“Después de que las fuerzas de ocupación bombardearan nuestra casa y mi esposo resultara herido y le amputaran las piernas, nos encontramos en la calle sin nada. Nos desplazamos a una escuela de la UNRWA buscando un techo que nos protegiera y un lugar donde refugiarnos, pero nos encontramos sin ingresos ni dinero. Entonces pensé en qué podía hacer, y lo único que se me ocurrió fue hacer pan, ya que ahora mucha gente no puede encontrarlo ni hacerlo en sus casas porque la mayoría han sido destruidas”.
La gazatí reconoce que “este trabajo no es fácil para mí, ya que vivía una vida acomodada antes de octubre, pero la guerra nos obliga a hacer muchas cosas. Lo importante es que mis hijos están bien y mi esposo sigue con nosotros a pesar de sus graves heridas”.
Víctimas de la guerra
Las mujeres en Gaza siguen pagando el mayor precio de la guerra a través de la falta de seguridad, la grave escasez de alimentos, de suministros médicos y de productos de higiene. Desde el inicio de la guerra, las fuerzas israelíes han matado a más de 10.000 mujeres y han condenado a unas 60.000 mujeres embarazadas a la malnutrición.
En una declaración en días pasados, ONU Mujeres (entidad de Naciones Unidas que se dedica a promover la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres) aseguró que al menos 557.000 mujeres en Gaza están sufriendo grave inseguridad alimentaria y que la situación es particularmente preocupante para las madres y mujeres adultas, que a menudo priorizan alimentar a otros y se enfrentan a más dificultades que los hombres para obtener alimentos. También señaló que esta situación obliga a muchas a saltarse comidas o reducir lo que comen para asegurar la alimentación de sus hijos. Las cargas que soportan las mujeres durante los conflictos aumentan, su acceso a servicios se ve restringido y su salud y seguridad alimentaria se ponen en riesgo, incrementando las posibilidades de sufrir violencia de género.
“Nunca imaginé vivir lo que estoy viviendo ahora, ni en mis peores pesadillas. Llevamos diez meses viviendo días oscuros. Después de tener mi casa tranquila y hermosa, que supervisé durante un año construyéndola piedra a piedra, Israel la destruyó en segundos. Elegí los mejores muebles y cuadros, mi casa era mi refugio”, expresa a Artículo14, Ala Abdullah, arquitecta de 27 años.
Con el velo las 24 horas al día
“Ahora estoy desplazada yendo de un lugar a otro. Desde hace meses llevo el velo puesto las 24 horas del día, siete días a la semana, porque compartimos alojamiento con extraños, desplazándonos de un lugar a otro buscando seguridad. Sé que estoy en mejor situación que otros porque no he perdido a mi esposo ni a mi hijo, pero he perdido mi casa y mi paz”.
La joven añora la paz. “Quiero volver a mi vida antes de la guerra, a mi intimidad y mi hogar. Todas esas pequeñas cosas que amaba, como tomar un café en la terraza de mi casa o disfrutar de música tranquila después de un día de trabajo duro, ahora parecen un sueño ante los horrores, la sangre y los cuerpos que vemos”.
“No creo que nunca vuelva a ser la misma, una parte de mi humanidad se ha distorsionado”, sentencia.
Desde el 7 de octubre, 1,9 millones de personas se han visto obligadas a desplazarse, entre ellas alrededor de un millón de mujeres y niñas. Los centros como las escuelas y las instituciones de la UNRWA, sufren de una grave sobrepoblación debido a la acogida de personas del norte y sur de Gaza, lo que impide a las mujeres usar los baños o dormir solas en habitaciones con un mínimo de intimidad.