La victoria de Donald Trump supone un golpe bastante duro para la Unión Europea: nuestra dependencia del gigante americano se ha convertido en una debilidad cada vez mayor, que Trump no dudará en explotar, a través de chantajes con la OTAN, los aranceles y el apoyo a Ucrania —elementos que ya ha mencionado. Su triunfo electoral, inesperado, ha sembrado el agobio entre los líderes europeos y puesto en primer plano las profundas divisiones dentro de la UE.
Ya desde el primer momento, los líderes europeos reaccionaron de manera dispar. Francia y Alemania, que son considerados los motores de la integración europea, emitieron un comunicado conjunto en el que resaltaban la necesidad de una Europa “unida y fuerte” frente a los desafíos de la nueva administración de Trump. Pedro Sánchez publicó una felicitación amable pero poco entusiasta, mientras que Ursula von der Leyen y Giorgia Meloni celebraron con más entusiasmo la victoria republicana —ya sea por alianza o por educación. Pero otros líderes, como Viktor Orbán en Hungría, mostraron un fuerte entusiasmo por el resultado electoral, manifestando su esperanza de que la UE adopte una postura más pragmática y menos crítica hacia Estados Unidos y Rusia.
Y dentro de la UE, figuras como Giorgia Meloni sí que buscan una relación más estrecha con Trump. La primera ministra italiana calificó a Estados Unidos e Italia como “naciones hermanas” y sugirió que podrían fortalecer su alianza. Y la reacción de Bruselas ha sido buscar una estrategia común, pero los obstáculos internos y las posiciones divergentes dificultan esta tarea.
El gran problema de Ucrania
La situación que más demuestra esta división en el seno de la UE es la invasión de Rusia a Ucrania. Mientras que la mayoría de los líderes europeos ven en el apoyo a Kiev una muestra de solidaridad y defensa de la democracia, figuras como Orbán se han desmarcado y quieren que Europa reconsidere su postura hacia el conflicto hacia una más favorable a Rusia. Esto ha generado tensiones dentro de la UE, que ahora enfrenta el dilema de cómo seguir apoyando a Ucrania sin el mismo respaldo contundente de Washington, ya que Trump tampoco quiere seguir dedicando tanto dinero al apoyo ucraniano —llegando incluso a afirmar que, bajo su mandato, “la guerra terminará en solo un día”.
Luego está la política de Trump respecto a la OTAN y la defensa europea. Durante su primer mandato, Trump presionó a los países de la OTAN para que aumentaran sus gastos de defensa, y ahora se espera que vuelva a aplicar esta presión. Para países como Alemania y Francia, esto implica una reconfiguración de sus presupuestos y una apuesta por una defensa más independiente, algo que ya ha sido fuente de conflicto en el pasado. Annalena Baerbock, ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, ya ha declarado que Europa debe “pensar en grande” y “realizar grandes inversiones en su seguridad”, algo que otros miembros de la UE ven con recelo por los costes que podría implicar…
¿Guerra comercial?
Otro campo polémico es el de la política comercial. Trump ha advertido que impondrá aranceles del 10 % a las importaciones de todo el mundo y hasta un 60 % a China, lo que podría desestabilizar la economía europea, especialmente en sectores clave como el del automóvil en Alemania. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, enfatizó la importancia de evitar una guerra comercial, ya que “millones de empleos y miles de millones en comercio están en juego”, pero países como Italia y Hungría, bajo líderes nacionalistas, podrían buscar acuerdos individuales con Estados Unidos, debilitando así todavía más la postura común de la UE en las negociaciones.
Más divisiones. Mientras que algunas de las economías más grandes, como Francia y Alemania, sí que están dispuestas a asumir medidas protectoras y barajar aranceles adicionales para contrarrestar los efectos de las políticas de Trump, otros estados miembros (como España) temen que esto solo agrave sus problemas económicos internos. Los países del norte y el sur de Europa, que enfrentan desafíos económicos distintos y pueden no compartir la misma disposición a enfrentarse a Washington.
El problema de la ultraderecha
Asimismo, la división entre los líderes europeos surgirá en torno a las alianzas internacionales y la postura hacia Rusia. Macron y Scholz se comprometieron a una Europa “más fuerte y unida”, pero la cercanía de líderes como Orbán y Meloni con Trump y su retórica nacionalista podría socavar estos esfuerzos. La falta de consenso en cuanto a las relaciones con Rusia y Estados Unidos va a ser un obstáculo gordo para una política exterior común, dejando a Europa en una posición de vulnerabilidad y de falta de dirección conjunta.
Y es que la creciente influencia de los partidos de derecha en Europa, que celebraron un gran triunfo en las últimas elecciones de la UE y que ven en Trump un aliado ideológico, añade una capa adicional de tensión. Tanto el presidente de Polonia, Andrzej Duda, como Orbán, en Hungría, han manifestado su respaldo a Trump y promueven políticas más alineadas con su visión, lo que les distancia de los líderes que abogan por una Europa más progresista y unida. Esto también evidencia la fractura ideológica dentro de la UE, donde cada vez más países miran hacia el nacionalismo y el pragmatismo en lugar de la integración europea.
Otra situación que empeora la división es la del conflicto en Oriente Medio e Israel, que apoya fervientemente a Trump y ha reforzado lazos con aliados de Europa del Este, especialmente con Orbán, para llevar la contraria a los enfoques diplomáticos tradicionales de la UE. Esto contrasta con la postura de países como Francia, que abogan por una diplomacia mucho más moderada.
En cuanto al cambio climático, algunos líderes europeos ven en la victoria de Trump un revés para los compromisos ambientales globales. La política de “América Primero” y la tendencia de Trump a desestimar el cambio climático preocupan a líderes como Claudia Sheinbaum, quien expresó en nombre de México que se necesita “prosperidad” en el sur para frenar la crisis climática. Sin embargo, en Europa, los enfoques varían y algunos líderes están dispuestos a crear alianzas más individuales con Washington, en lugar de seguir la onda de la UE.