Reino Unido

La primera ministra de Finanzas cierra 2024 como la mujer más odiada de Reino Unido

Cuestionada por la dura medicina fiscal y acusada de deshonestidad, los ataques han descendido a una vertiente personal inusual en sus predecesores varones

Rachel Reeves
La primera ministra de Finanzas cierra 2024 como la mujer más odiada de Reino Unido Shutterstock

La primera mujer al frente del Ministerio de Finanzas británico en más de ocho siglos de historia atesora otro hito, menos deseado y sin ratificación oficial, pero con potencial de marcar su carrera: Rachel Reeves cierra 2024, año del retorno del Laborismo al poder, como la política más detestada de Reino Unido. Tras seis meses en el puesto, la responsable de la cartera más importante en el organigrama institucional, tan solo por detrás del primer ministro, acapara las críticas a un Gobierno en caída libre de popularidad, convertida en blanco humano del vilipendio general y líder de las apuestas de quién será la próxima baja en el gabinete de Keir Starmer.

Si Reeves necesitaba un refrendo de su transformación de esperanza inicial de la economía a villana, los empresarios han despejado cualquier resquicio de duda, tras alertar en este final de diciembre de que Reino Unido se dirige “al peor de los dos mundos” y señalar la estrategia de Reeves como responsable principal de la deriva. Si bien la tarea nunca iba a ser fácil para Reeves, la condena alcanza un inquietante consenso, especialmente, tras anunciar la mayor subida de impuestos en tiempos de paz.

Diana de los ataques

La resaca del esperadísimo primer presupuesto laborista, primero en 15 años, ha dejado a la ministra como diana de ataque de prácticamente todo el espectro productivo, desde empresarios a agricultores, pensionistas e, inevitablemente, la prensa conservadora, que demanda su cabeza y da por hecho que no concluirá la Legislatura. Aunque la presión es un requerimiento obligatorio del puesto, el grado de oprobio es significativo en un país que, en tan solo dos años, acumula cinco ministros de Finanzas (chancellor of the Exchequer, en inglés).

Maletín

La ministra de Hacienda británica, Rachel Reeves, sostiene su maletín presupuestario frente al número 11 de Downing Street en Londres

Se trata de uno de los honores más codiciados para cualquier político en el Reino Unido, pero la mayoría no tarda en descubrir que supone un cáliz envenado, un destino que convierte al titular en pararrayos, culpable de todos los males económicos e, irremediablemente, en la persona más despreciada del Ejecutivo, incluso para sus colegas. Son muy pocos quienes han salido del Número 11 de Downing Street, la residencia oficial que brinda el puesto, con la reputación intacta y menos aún los que logran mejorarla gracias a su gestión.

“La peor de la historia”

El problema de Reeves no es, por tanto, las críticas, sino el alcance del reproche y, crucialmente, que el asedio no se limita a la vertiente ministerial, sino que afecta a la faceta personal, una tendencia raramente detectada con sus predecesores masculinos. Los tabloides, la mayoría conservadores, la han declarado objetivo número uno y cabeceras de referencia en la cobertura de negocios, como el Daily Telegraph, también más próxima a los tories, mantienen una campaña de derribo contra la que califican como la “peor ministra de Finanzas de la historia”.

El mantra habitual de Reeves, que justifica la inevitabilidad de “decisiones difíciles”, dada la herencia de 14 años de Gobierno conservador, resulta fútil frente a acusaciones como la de mentir, incluso sobre su capacitación. Si hace un año había tenido que disculparse después de que el Financial Times revelase que su por entonces nuevo libro contenía extractos directamente tomados de páginas como Wikipedia, el nuevo ataque va contra su currículum profesional: cambios entre experiencias publicadas anteriormente y las de la actualidad han llevado a plantear si ha vulnerado el código ministerial, adornando su trayectoria laboral para hacerla más atractiva.

Promesas incumplidas

Ciertamente, algunas decisiones de Reeves, independientemente de su eficacia, suponen un flanco fácil, casi un tanto en propia puerta. La medida más destacada, prácticamente la única, durante los primeros meses de gestión fue la retirada de las ayudas universales para la calefacción de los pensionistas y la promesa electoral, reiterada ad nauseam, de no elevar impuestos para los trabajadores ha quedado en entredicho, tras anunciar que subiría el importe que las empresas abonan por el equivalente a las contribuciones a la Seguridad Social.

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La Ministra de Hacienda Rachel Reeves posa para una foto mientras sostiene su caja presupuestaria frente al número 11 de Downing Street en Londres

Desde analistas económicos, a patronal y sindicatos, la conclusión general es que, en la práctica, la decisión afectará negativamente a los empleados. Lo más dañino, con todo, es que pone a la ministra en la incómoda tesitura de matizar que durante la campaña se refería solo a los asalariados. La aclaración no ha hecho más que acuciar un aprieto que es más político que económico y que refleja, una vez más, el cisma entre la lógica financiera y la realidad práctica de gobernar.

En el umbral de la recesión

Además de la condena de los empresarios, Reeves ha visto también cómo pesos pesados de la industria comercial han denunciado las desastrosas consecuencias de sus planes para una economía que depende crucialmente de los servicios; este otoño, agricultores y ganaderos han tomado las calles de Westminster para denunciar la imposición del impuesto de Sociedades, del que estaban exentos, para granjas de más de un millón de libras; y para complicar más el panorama, las estadísticas a cierre de año revelan que la economía no creció, lo que pone a Reino Unido en el umbral de la recesión.

Rachel Reeves

La ministra Rachel Reeves

La ministra había advertido reiteradamente de que su medicina sería dura, pero con la aplastante mayoría absoluta del Laborismo en el Parlamento, Reeves posee un valioso capital para dispensarla. Su expectativa es que el dolor actual permita reequilibrar las hojas de balance y, cuando dentro de cinco años los británicos voten, la receta haya dado resultado. El problema es que, con la narrativa en su contra, Reeves está obligada a reconciliar cuanto antes el cálculo económico con el político para garantizar que la primera mujer al frente del departamento de Finanzas deje de ser también las más odiada del país.