Crisis en Oriente Próximo

Se busca sucesor: la otra guerra de Hizbulá

Como otras organizaciones de semejante naturaleza en Oriente Medio, el partido chií, que busca en estos momentos sucesores a Hasan Nasrala, no cuenta con mujeres en sus estructuras

Hizbulá
Mujeres asisten al funeral de 16 personas que murieron en ataques israelíes el 25 de septiembre, durante su funeral en la aldea de Maaysra, en el distrito de Biblos Efe

En diez días de intensos ataques israelíes en el sur del país, comarcas del este como el valle de la Becá y el bastión capitalino, Dahiyeh, Hizbulá ha quedado descabezada. Ha perdido a los principales miembros de la fuerza Radwan, unidad de élite de la milicia de base chiita, con Ibrahim Aqil a la cabeza; al segundo del Consejo Central Nabil Kaouk, al máximo responsable del comando para el sur del Líbano Ali Karaki o al responsable de la unidad de misiles Ibrahim Qubaisi. Y, sobre todo, al secretario general del partido y milicia y uno de los más respetados e influyentes líderes del chiismo en Oriente Medio, Hasán Nasralá. La nómina tiene una clara cosa en común: son todos hombres. No hay rastro de las mujeres ni en la estructura política ni mucho menos en la militar de la organización ideada por Irán en 1982, durante la guerra civil libanesa, y hoy convertida en una suerte de Estado dentro de un país sin Estado y en una organización armada más fuerte que el propio Ejército libanés.

“La razón de la marginación de las mujeres es la cultura patriarcal de la gente de Hizbulá”, explica a este medio una investigadora libanesa que prefiere no ser identificada. “Las mujeres tienen la función de alimentar y cuidar a los ‘guerreros’, así que su papel está en el hogar. De hecho, Hizbulá no tiene tampoco representantes políticas femeninas y por su veto no existe una cuota femenina obligatoria en el Parlamento o los ayuntamientos libaneses”, abunda la politóloga. Como explica a Artículo14 el ex investigador de Chatham House y profesor de la Universidad de Oxford Nadim Shehadi, las mujeres de los miembros de Hizbulá “son a veces forzadas a usar el chador o a casarse con otros combatientes cuando su marido es asesinado en combate”.

La gente observa al líder de Hizbulá, Hassan Nasrala, pronunciando un discurso televisado en una cafetería en el suburbio sur de Beirut, Líbano, en agosto

Para encontrar mujeres en el entorno de Hizbulá, mucho más que un partido con 13 diputados en el Parlamento libanés o una milicia con 20.000 soldados plenamente operativos, hay que buscarlas en los medios de comunicación, los hospitales, los centros educativos o las instituciones sociales propias y afines al movimiento chiita y proiraní.

Lo cierto es que el machismo imperante en el seno de Hizbulá, para cuyos miembros el espacio de la mujer es fundamentalmente el hogar, es casi calcado al que existe en otras organizaciones de naturaleza semejante como los hutíes de Yemen o las milicias proiraníes de Irak o Siria. En la estructura militar de Hamás, que, además de la destrucción de Israel defiende el islam suní, las mujeres brillan también por su ausencia (La oficina política del movimiento islamista palestino nombró en 2021 a su primer miembro femenino por primera vez en 2021). La excepción a la norma fueron las Unidades Femeninas de Protección, una fuerza militar kurda -grupo étnico mayoritariamente suní- que combatió al Daesh en territorio sirio durante la década pasada.

Las mujeres, las víctimas olvidadas de la guerra

El enfrentamiento armado de baja y media intensidad que desde el 8 de octubre de 2023 venían librando Israel y Hizbulá -a raíz de que la rama militar de la organización libanesa saliera en auxilio de Hamás tras la cadena de ataques perpetrados en suelo israelí el día antes- se ha convertido ya en una guerra abierta. Una guerra con muchas víctimas, la mayoría de ellas civiles que residían o convivían con miembros de la organización en localidades del sur del Líbano, el valle de la Becá o Dahiyeh, un suburbio que acogía a más de 700.000 habitantes adosado a Beirut por el sur.

Hizbulá

Dolientes asisten al funeral de dos personas fallecidas en aparatos de comunicación, durante el cortejo fúnebre en Beirut,

Sin duda, una de las principales víctimas de esta guerra son las mujeres. Las estimaciones -no oficiales, porque las autoridades libanesas no distinguen entre población civil y miembros de la milicia, y Hizbulá solo confirma las identidades de sus mandos- apuntan a que la organización proiraní ha podido perder un millar de miembros desde octubre del año pasado. Por ende, es plausible imaginar que otras tantas libanesas han quedado viudas como consecuencia de una guerra que puede seguir escalando en las próximas fechas. Solo desde el 17 de octubre las autoridades locales creen que han muerto más de un millar de personas como resultado de la ofensiva de las FDI para debilitar a Hizbulá, empujar al grueso de sus miembros hacia la orilla norte del río Litani y permitir el regreso de decenas de miles de israelíes a sus hogares en la Galilea.

Un millón de desplazados internos

Según datos del Gobierno libanés, los ataques israelíes han provocado ya un millón de desplazados internos -el mayor éxodo de la historia del Líbano- desde las zonas más castigadas por los ataques hacia otras áreas juzgadas más seguras, como la capital, el centro o el norte del un país que tiene exactamente 10.452 kilómetros cuadrados, el equivalente a la comunidad de Navarra o de Murcia.

Con datos de finales de junio de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, el 33% de los desplazados internos eran entonces menores de edad, mientras el 34% son mujeres adultas, consecuencia de la voluntad de los mandos de Hizbulá de evitar la huida o deserción de sus bases militares, hombres adultos.

Un informe de Oxfam del pasado mes de marzo subrayaba que “los residentes [del sur del Líbano] no se han librado de la violencia, con las mujeres y las niñas sufriendo los daños de la devastación”. Además de la dureza de la situación de los desplazados, para quienes permanecen en la zona la guerra entre Israel y Hizbulá “ha transformado las que fueran prósperas zonas de cultivo en terrenos desolados”. “La destrucción ha golpeado duramente a las comunidades, particularmente a las mujeres campesinas, sobre las que recae la supervivencia e independencia económica”, aseguraban desde la ONG.

Una realidad que no ha hecho, sino agravarse en los últimos meses -Hizbulá escondía parte de su armamento en zonas agrícolas o próximas a explotaciones de árboles frutales, tabaco y olivos- y que augura un grave problema humanitario para quienes permanezcan en esas zonas. Como está siendo ya un problema hallar recursos para las familias que han dejado atrás su forma de vida y en estas horas tratan de buscar un lugar donde encontrar un techo.

Líbano

Una manifestante sostiene una foto del difunto líder de Hizbulá, Hasan Nasrala, delante de la bandera de Hizbulá

Por otra parte, las familias procedentes de las zonas más castigadas por la ofensiva israelí, mayoritariamente musulmanes chiitas, se enfrentan con otro problema: la desconfianza cuando no el medio de sus conciudadanos de otras comunidades, como los cristianos, los musulmanes sunitas o los drusos, ante el temor que sus nuevas residencias se conviertan en blanco de nuevas acciones militares israelíes.

Globalmente, la situación para las mujeres libanesas no es nada positiva con independencia de qué zona geográfica o comunidad se tome en consideración. El último informe dedicado al Líbano de Naciones Unidas sobre brecha de género situaba al país levantino en un discretísimo puesto 133 sobre 146 países estudiados en el índice creado al efecto. Además, en el índice mujer, paz y seguridad, el Líbano se sitúa en el puesto 128 sobre 177 países, y en el índice relativo al empoderamiento de la población femenina en política, los datos del país de los cedros son aún peores: puesto 142 sobre 146 Estados.

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