Testimonio

Violada y torturada en la cárcel de Asad: “Estoy muerta por dentro”

Sobrevivir al infierno. Al abrir los ojos, Basma estaba en una sala cerrada. Le quitaron la ropa y empezaron a hacerle preguntas mientras apagaban sus cigarros en su piel desnuda. Aún tiene las marcas de las quemaduras

Siria
A la prisión de Sednaya la llamaban el "matadero humano" EFE

Cubierta por un abrigo negro con capucha, esta siria refugiada en España sabe cómo intentar aparentar que no “está muerta por dentro”. Con su sonrisa y su mirada brillante, de primeras puede pasar por una musulmana más en las calles de su país de acogida. Lleva su losa en secreto, se lo ha ocultado a sus padres, a sus hijos y hasta a su propio marido. Pero tras la caída del dictador Bachar al Asad, después de 24 años al frente de Siria, Basma -nombre ficticio- se ve con fuerzas para denunciar lo que le sucedió en Damasco.

A lo largo de la entrevista, en la que Artículo14 promete que no usará su nombre ni dará pistas de su identidad para que su trágica experiencia siga sin llegar hasta su círculo más íntimo, da la sensación de que Basma nunca lo había contado antes. Un secreto guardado durante más de siete años a pesar de que no haya habido un día que no lo haya tenido presente.

La brutalidad de un régimen

Una vez sale a relucir este episodio tan traumático, las palabras brotan de su boca acompañadas de lágrimas lentas que primero inundan sus ojos y después recorren sus mejillas, marcando cada vez un camino distinto. Una cascada de emociones para describir la brutalidad de un régimen, el reflejo de lo que ha supuesto Asad para millones de sirios.

Una pancarta rota que muestra la imagen de Bachar al Asad en un edificio después de que los rebeldes tomaron Damasco el 8 de diciembre de 2024

Tras el inicio de la revolución en Siria en 2011 y posterior represión, Basma asegura que el apellido de su marido y el hecho de ser suníes les cerró muchas puertas. “Me tuve que poner a trabajar porque él no encontraba un empleo en la capital”, lamenta.

Unos guardias nerviosos

Un día, en un “check point” rutinario para entrar en Damasco, dos guardias la pararon. Le pidieron que se identificase, y al ver el equivalente a su DNI, empezaron a preguntarle si era simpatizante del Ejército Libre Sirio o de Jabhat al Nusra (el grupo ligado a Al Qaeda que hoy ha forzado la caída de Asad). Basma les contestaba que no estaba con nadie, que ella estaba “con Dios”. Entonces se acercaron más guardias y blasfemaron delante de ella. Siguieron haciendo más preguntas sobre su DNI, que estaba un poco estropeado, y comenzaron a ponerse nerviosos. La provocaron, la insultaron la llamaron “puta”. Después sacaron un móvil y le mostraron vídeos porno. Ella quitaba la cara. A la tercera, le apuntaron con el arma para forzarla que mirara. Basma se mareó y asegura que perdió el conocimiento.

Sednaya

Varios sirios cavan en el suelo mientras buscan a familiares que creen recluidos en celdas secretas de la prisión de Sednaya

Lo siguiente que recuerda es que la despertaron con un chorro de agua en la cara. Al abrir los ojos estaba en una sala cerrada. Le quitaron la ropa y empezaron a hacerle preguntas mientras apagaban sus cigarros en su piel desnuda. Aún tiene las marcas de las quemaduras.

Las cárceles de Asad

Las imágenes que ha visto estos días de la cárcel de Sednaya, conocida como el “matadero humano”, le han revuelto, pero no es capaz de asegurar al 100% que a ella le enviaran allí o a alguna otra prisión del régimen sirio cerca de la capital.

Tras el “interrogatorio”, vino la peor parte. Uno de los oficiales comenzó a violarla. La ató con los brazos hacia atrás. Y a pesar de revolverse, no pudo hacer nada, no tenía escapatoria. Sus lágrimas, súplicas y gritos eran en vano. Si no se callaba, le pegaba. A veces le ponía la mano en la boca muy fuerte para evitar que sus gritos desesperados rebotaran en las paredes. Otras, en un paso más de la denigración y sumisión, le pedía que gritara que “Asad es nuestro dios”.

No contó el número exacto de veces que fue violada, pero su mente, puede que por protegerse, cree que todas fueron por el mismo hombre.

No estaba sola

Después la pasaron a una sala en la que había cinco mujeres más. Todas estaban esposadas y desnudas. Basma se vuelve a romper al recordar a una de ellas, puede que fuera la más joven del grupo. La estuvieron violando durante horas de la forma más bestial, cree que durante toda la noche, pues a veces se quedaba dormida a pesar de los chillidos y los golpes. Otras se estremecía con los gritos y lloros de lo que ella cree que eran niños en otra celda cercana del centro.

Siria

El calvario de Basma en Siria

Las pegaban con los fusiles, las preguntaban si les gustaba saborear “la libertad”, las obligaban a mirar… A ella también la metieron unas tijeras y la cortaron. “Me mataron por dentro”, repite, mientras se sacude de atrás hacia delante. “Me han matado entera”.

Después las trasladaron a otra celda en la que había hombres detenidos. La chica más joven no pudo siquiera levantarse, la dejaron atrás, inerte. Allí volvieron a violar a una mujer delante de todos. También pasaron un retrato de Asad para que todos lo besaran a punta de pistola. Seguían repartiendo golpes con armas o con el cuerpo. En uno de los golpes recibidos se quedó inconsciente. Lo siguiente que recuerda es agonizar en un camión lleno de cadáveres. Vaciaron el camión. Tiraron a todos en lo que ella describe como un descampado donde ya había animales muertos. Ella tuvo suerte de caer cerca de una vaca hinchada. Después, muy despacio, poco a poco, fue contorneándose entre los muertos. Vio cómo un perro se llevaba el brazo de alguien. Pero más a lo lejos observó una pequeña casa. Fue reptando hasta allí, de los dolores apenas podía tenerse en pie. Por suerte, la casa estaba habitada y dentro una pareja quiso ayudarla.

Siria

Zapatos pertenecientes a presos se apilan en el interior de una celda de la prisión de Sednaya, cerca de Damasco

La vistieron rápido con un saco de pienso y el hombre la montó en su coche y se la llevó de vuelta a su barrio. La soltó en una esquina y se marchó.

Cuatro días en el infierno

Su marido llevaba cuatro días buscándola. Este es el tiempo que pasó desde que salió para ir a su trabajo en Damasco hasta que escapó con vida de las garras del régimen. Ella logró llegar hasta la casa de sus padres. Allí, la lavaron y colmaron de cariño. Basma vuelve a llorar recordando su cuerpo, “mi vergonzoso cuerpo”, que teñía el agua de rojo.

“A mi marido le he contado lo que me hicieron los guardias, pero no la peor parte. Me miraría de otra manera, no lo soportaría”, confiesa. “Me hicieron cosas muy muy malas, no me podría ver”, insiste mientras se cubre el rostro con las manos.

Es más, ella misma no se lo ha perdonado. Permanece en una lucha constante contra su definición de “honra”. A veces no acepta lo que la sucedió, lo que la hicieron, y se da golpes contra la pared, otras se hace daño a sí misma. Desde que está en España -donde ya lleva un lustro a más de 3.500 kilómetros de esa prisión de Damasco- se ha intentado suicidar una vez, incapaz de olvidar el momento en el que pereció.

Recupera su sonrisa y su gesto cambia al recordarle que Asad y su régimen han sido derrocados.