La candidatura de Kamala Harris ha llenado de ilusión a los demócratas americanos, a la izquierda europea y a los pijoprogres del orbe occidental. La fealdad ética y estética de Donald Trump, al que todos daban por ganador hace apenas unas semanas, espanta a cualquier creyente en la democracia, en la buena educación y en la corrección de las formas. Las encuestas, siempre veleidosas, están poniendo el viento de cola a favor del ticket Harris-Waltz. Pero queda toda la tela por cortar.
El pasado viernes el circo electoral demócrata se trasladó a Raleigh, la capital de Carolina del Norte, histórico estado bisagra, para asistir a la presentación de lo que se suponía pomposamente el programa económico de Kamala. Y aquellos que esperaban un plan económico digno del tal nombre no tuvieron más remedio que pensar que aquel party no era el suyo. Nada de política fiscal, nada de comercio internacional, nada de política industrial, nada de política monetaria, nada de relaciones laborales, nada de cambio climático. Nada de nada. Y mucho de ocurrencias e ideas sueltas, dignas del mejor populismo de izquierdas, que cuestan muchos millones a la tesorería del Estado. No digo nombres que me vienen a la cabeza para que nadie se enoje.
El discurso de Kamala estuvo precedido de buenos datos para la economía estadounidense. La venta minorista y el consumo interno están tirando. Las ventas de Walmart, termómetro por excelencia del bolsillo americano, crecieron un 5% y su valor en Bolsa se disparó un 8%. También mejoraron los datos de empleo al descender las solicitudes de desempleo a 227.000 personas, una de las mejores del año.
Vayamos con las propuestas de Kamala.
• Control de precios de los medicamentos. El día anterior, el Gobierno federal había alcanzado un acuerdo con las farmacéuticas para reducir los precios de los diez medicamentos más caros de Medicare.
• Prohibición federal de la especulación con los precios de los alimentos. Aunque los parecen estabilizados, crecieron un 25% desde la pandemia. En el último año han aumentado un 1,1% y no terminan de caer. Castigo para empresas que incumplan estos criterios.
• Construcción de 3 millones de viviendas y apartamentos de alquiler. Se estima que la escasez de vivienda se mueve entre los 3 y los 7 millones de unidades. La Administración proporcionará un cheque de 25.000 dólares a los compradores de primera vivienda, incentivos fiscales a los constructores y reducción de burocracia.
• Subvención fiscal de 6.000 dólares por bebé para las familias de bajos ingresos.
• Reducción el coste de los servicios médicos. En Estados Unidos, como es sabido, no hay cobertura universal y se precisa la contratación de seguros privados. Límite de 35 dólares para los copagos de insulina.
• Las propinas no se sumarán a los impuestos.
¿Cómo se financiará todo esto?, se preguntaría cualquiera. “Pidiendo a los americanos acomodados y a los gigantes empresariales que paguen una proporción justa”, contesta la candidata. El Comité para un Presupuesto Federal Responsable, que persigue una reducción del déficit, estimó el mismo viernes que este paquete de medidas lo incrementaría hasta 1.7 billones de dólares en la próxima década. Ahí es nada.
Este fue el esqueleto de las ideas o ocurrencias de Kamala y su equipo. ¿Se esperaba más? Se esperaba. Pero con estos mimbres nos podemos hacer un cesto del pensamiento económico de la líder demócrata. Su política es una combinación entre intervención del gobierno federal en la economía y estado asistencial para ayudar a los sectores más desfavorecidos. Y detrás de eso siempre se esconde la subida de impuestos a particulares y sociedades y la distribución de paguitas a troche y moche.
Kamala se postula como la presidenta de la sufrida clase medida americana a la que quiere devolver las oportunidades que explican la historia de éxito y de ascenso social del gigante americano. Ya en su larga trayectoria en el Senado se distinguió por esa posición tan propia del liberalismo gauche americano. Se mostró partidaria de una especie de renta universal mediante créditos fiscales, de la reducción de la brecha salarial, de la persecución a los combustibles fósiles, de la prohibición del fracking y del apoyo a la formación de los estudiantes afroamericanos.
Lo cierto es que Kamala, aunque tenga que hacer su camino propio, hereda y es partícipe de los éxitos y fracasos de Biden. Alta inflación, aumento del precio de los alimentos, subida de los tipos de interés, hipotecas más caras, pero también planes de infraestructuras, mejoras salariales, apuesta por las renovables y contención fiscal para las rentas familiares inferiores a los 400.000 dólares.
Desde hace meses, la sombra de la recesión sobrevuela Estados Unidos. Se espera que en septiembre la Reserva Federal recorte los tipos de interés del dinero, dado que la inflación está en un 2,9%. Paul Krugman, economista progre y demócrata, pedía abiertamente un recorte de medio punto, frente al esperado cuarto de punto.
Aunque no queda mucho para la votación de noviembre, la carrera electoral acaba de empezar para Kamala Harris. Se le va a hacer muy larga si en estas próximas semanas no es capaz de presentar una agenda económica que muestre cómo será el Estados Unidos que imagina y su papel en el concierto de la geopolítica y del comercio mundial. Una candidata del Partido Demócrata tiene que estar a la altura de esos retos y muy por encima de su panoplia de propuestas populistas.