Pese a los esfuerzos diplomáticos de la Casa Blanca por intentar evitar un estallido masivo, los tambores de guerra siguen sonando en el norte de Israel. La “guerra de desgaste” iniciada por la milicia chií Hizbulá el 8 de octubre, que incluye disparos diarios de proyectiles, drones o misiles antitanque contra comunidades israelíes fronterizas con el sur del Líbano, podría escalar en un conflicto a gran escala en los próximos días. Ante este escenario, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) reclaman al Ejecutivo de Benjamin Netanyahu concluir la ofensiva sobre la Franja de Gaza.
El secretario de estado de EE UU, Antony Blinken, remarcó esta semana la “importancia de prevenir una escalada en Líbano y lograr una resolución diplomática que permita a civiles israelíes y libaneses regresar a sus casas”. Además, la Casa Blanca teme que las defensas antiaéreas hebreas sean incapaces de neutralizar lanzamientos masivos de proyectiles de Hizbulá, que acumula en sus arsenales unos 150.000 cohetes capaces de alcanzar todo el territorio israelí. La milicia proiraní dispone de armamento de precisión, así como años de entrenamiento combatiendo en la guerra civil de Siria apoyando al régimen de Bachar al Asad.
Más de diez ataques al día
Pese a que la Administración Biden apoyaría militarmente al estado judío en caso de un estallido mayor, la voluntad norteamericana es intentar calmar las aguas para evitar un conflicto regional que involucraría también a Irán. “Vivimos más de lo mismo. Cada día sufrimos ataques, a veces más de diez al día, es un fenómeno continuo”, lamenta Sarit Zehavi. Ex integrante de la inteligencia militar de las FDI e impulsora de Alma, una agrupación que estudia los riesgos de seguridad que Israel afronta en su frontera norte, la analista considera que sufren una incertidumbre agónica.
Para Zehavi, los dos escenarios de futuro no son nada alentadores. Un improbable alto al fuego dejaría a Hizbulá armado y capaz de lanzar un ataque sorpresa más devastador que el perpetrado por Hamás el pasado 7 de octubre; y un enfrentamiento total tendría un coste altísimo. “La guerra no es un picnic, los israelíes entienden el precio y lo temen muchísimo. Los residentes del norte saben que sufrirían ataques diarios de miles de cohetes”, cuenta por videoconferencia a Artículo14.
Una rutina imposible
La exmilitar vive a nueve kilómetros de la frontera con Líbano, pero su comunidad no está incluida en la franja de 43 poblados que fueron desalojados por las autoridades tras el inicio de las escaramuzas. “Los ruidos de la guerra están muy presentes en nuestras vidas. Estallidos, cazas, intercepciones de misiles… Es muy difícil mantener una rutina así, y los niños temen que un nuevo 7 de octubre pueda ocurrir en el norte”, explica.
Si bien las FDI tienen suficientes capacidades militares para acabar derrotando a la milicia proiraní, más de ocho meses de desgaste en el barro de Gaza y un probable escenario de todo el país bajo fuego causaría dolorosos estragos. Según un oficial norteamericano, “haber logrado contener este frente ha sido un milagro, pero entramos en una fase muy peligrosa. Podría ocurrir cualquier cosa sin previo aviso”.
Temor al otro lado de la frontera
A Zehavi le aterra un escenario en que se instaure un alto al fuego bajo los parámetros actuales. “Los residentes temen volver a vivir aquí mientras Hizbulá siga al otro lado de la frontera”, lamenta. Desde Israel, reclaman que el grupo proiraní sea desarmado y desplazado más allá del río Litani, tal como indica la resolución 1701 de la ONU, que tras la guerra de 2006 estableció que la única presencia militar en la zona debían ser cascos azules o soldados libaneses.
“Por vías diplomáticas, será imposible desarmar a Hizbulá. Nos arrastraron a una larga guerra de desgaste, y dejaron claro que no pararan hasta que se firme la tregua en Gaza. Visto que Hamás no pretende liberar a los rehenes ni dejar las armas, no veo el final a esta situación”, prosigue Zehavi. El grupo islamista interpuso nuevas condiciones al plan de alto al fuego presentado por la Administración Biden, y las negociaciones para terminar la guerra en el sur siguen estancadas.
Riesgo diario
Con agricultores y ganaderos jugándose la vida ante el riesgo de misiles antitanque que amenazan sus cultivos o gallinas, y miles de familias desalojadas que viven apiñadas en habitaciones de hoteles por el centro del país, Zehavi insiste en que el estado no está haciendo lo suficiente. “Reciben dinero, pero esto no soluciona todo. Hay niños que llevan todo el curso estudiando solo unas horas por la tarde desde casa, y no saben donde empezarán el siguiente año escolar. Algo hay que hacer, no podemos seguir con una parte del territorio donde no se puede vivir”, considera. Las localidades que no están ubicadas en la franja de desalojo no reciben compensaciones económicas, pese a que también viven diariamente bajo alarmas y estallidos.
Pese a las adversidades, la analista remarca que “los residentes del norte son gente estupenda y solidaria. Donan muebles, ceden apartamentos o ayudan a encontrar trabajo. Queremos seguir viviendo y desarrollando esta región”, insiste. En la Galilea, el 53% de la población son no judíos. “Vivimos juntos con cristianos, drusos y musulmanes, hay mucha vida compartida. Incluso restaurantes árabes alimentan a nuestros soldados”, dice. Pese a la diversidad de opiniones, “la amenaza de Hizbulá nos afecta a todos. En 2006 murieron árabes por sus cohetes. En Arab el-Aramshe (poblado beduino) suenan las alarmas a diario”, prosigue.
Destrucción masiva
Del mismo modo que Hamás, Hizbulá opera desde el corazón de comunidades civiles. “Nos enfrentamos a una organización terrorista a la que no le importan los civiles, ni israelíes ni libaneses. Los cristianos del sur de Líbano están hartos de ellos”, recuerda Zehavi. Pero pese a comentarios críticos con el grupo proiraní en redes sociales, no hay manifestaciones contra una posible guerra con Israel. “Si empieza el conflicto habrá una destrucción masiva a ambos bandos. Israel atacará sus almacenes de cohetes, ubicados en casas de civiles”, avisa.
Pese a que Líbano es un estado en bancarrota, con un gobierno provisional incapaz de suministrar electricidad, agua, gasolina o dinero en efectivo, el país del cedro lleva años secuestrado por la agenda belicista de Hizbulá. Con o sin acuerdo, el objetivo de Israel es alejar la amenaza de su frontera norte.