Reino Unido

La fallida misión de relanzamiento de Starmer

Cuando cumple cinco meses en el poder, el saldo muestra la salida exclusiva de mujeres de su gabinete y una popularidad en caída libre

Keir Starmer, habla durante su discurso "Plan para el cambio" en Pinewood Studios en Iver Heath, Gran Bretaña, el 5 de diciembre de 2024. EFE/EPA/CHRIS RATCLIFFE / POOL

El primer ministro británico, Keir Starmer, tiene seis metas y un problema, y ambos están relacionados. En la semana en la que cumple justo cinco meses en el cargo, el saldo hasta ahora incluye la salida exclusiva de mujeres de su gabinete: la otrora todopoderosa jefa de personal, Sue Gray, quien no llegó ni a los cien días de gracia; y la ministra de Transporte, Louise Haigh, fuera del Ejecutivo desde hace una semana por una condena por fraude. El balance incluye también polémicas por las ayudas inicialmente no formalmente declaradas para el guardarropa de su esposa, Victoria, por el coste de las dádivas recibidas por él para trajes, gafas, conciertos o carreras de caballos; así como una miscelánea de promesas estructurales, prioridades irrenunciables y una hoja de ruta sin un destino claro, más allá de ideal de mejorar la vida de los británicos.

Con la convulsión todavía reciente por la mayor subida fiscal en tiempos de paz, anunciada por la primera mujer al frente del Ministerio de Finanzas, Rachel Reeves, el Ejecutivo ha considerado conveniente cambiar la narrativa e intentar ponerla a su favor. Para lograrlo, Starmer ha promovido un relanzamiento integral de los objetivos de su Gobierno, con el propósito de revertir la decepcionante percepción de que, pese a los años que tuvo para preparar su mudanza al Número 10 de Downing Street, sigue sin saber qué quiere hacer con el poder. Su caída en popularidad ha sido la más acelerada en la historia moderna y, para colmo, el Partido Reforma, liderado por el ultra populista Nigel Farage, ha superado por primera vez al Laborismo en las encuestas.

Una transición difícil

La propia formación admite que el diagnóstico no es positivo, que la adaptación a las rígidas estructuras del Ejecutivo está demostrando ser especialmente ardua. El peaje es especialmente significativo para un Starmer cuya trayectoria política es relativamente breve. Anteriormente abogado de Derechos Humanos y jefe de la Fiscalía, su entrada al Parlamento no ocurrió hasta 2015, pero tan solo un lustro después había logrado ya convertirse en jefe de la oposición. La dificultad de la transición se deja notar y en su discurso de este jueves, en los populares Estudios de Cine Pinewood, dedicó tanto tiempo a anunciar sus nuevas metas como a criticar a sus rivales conservadores.

Starmer

El primer ministro británico, Keir Starmer, compra una amapola conmemorativa a los recaudadores de fondos de la Real Legión Británica en Downing Street, Londres

El dilema es evidente para los laboristas: conscientes de que llegaron al poder más por desgaste de 14 años de administración tory (especialmente caóticos en la segunda mitad) que por la ilusión generada, están obligados a ofrecer progresos tangibles si aspiran a que los electores les vuelvan a otorgar la confianza. De ahí el sentido de la gran intervención de Starmer, que los mandarines del Gobierno se resisten a llamar “relanzamiento”, pese a que su ambición es precisamente poner el contador a cero y dedicarse de ahora en adelante a materializar las nuevas promesas, seis en total.

¿Tiene el Laborismo un plan?

El primer ministro dejó claro que quiere que se le juzgue por el cumplimiento de las mismas, con la esperanza de que medidas concretas, mensurables y comprobables, den a una cada vez más desapegada ciudadanía una referencia de hacia dónde se dirige el Gobierno. La idea es encomiable como herramienta de comunicación directa, pero flaquea en la práctica, cuando viene precedida de una amalgama de diez promesas electorales, cinco misiones, tres piedras fundacionales y dos prioridades, como parte del armazón retórico con el que el Laborismo quiere probar que tiene un plan.

Keir Starmer y su mujer, Victoria Starmer, entran en la residencia del número 10 de Downing Street en Londres después de las elecciones

La mera intención de reprogramar refleja la preocupación en el seno del Ejecutivo, si bien el rompecabezas ahora es cómo redirigir una travesía que parece desorientada desde los primeros lances, en los que esperó un tiempo sensiblemente superior al habitual para presentar los presupuestos generales y, durante semanas, el único anuncio reseñable había sido la eliminación de las ayudas universales para la calefacción de los pensionistas. Frente al loable interés en simplificar el mensaje, el resultado revela confusión y desnorte, un gabinete sin rumbo fijo que cambia sus teóricas apuestas fundacionales en función de su suerte en la arena política.

Sin mención a la violencia de género

De las seis promesas de esta semana, la de mejorar los estándares de vida al final de la legislatura supone prácticamente una redundancia, puesto que es lo contrastables, como la de construir 1,5 millones de nuevas viviendas, o reducir los tapones sanitarios para garantizar que el 92 por ciento de los pacientes reciben tratamiento en las primeras 18 semanas. También hay espacio para la seguridad, con el anuncio de más agentes en las calles; para la energía verde, con la meta de renovables para el 95 por ciento de la generación en 2030; y para la educación, con el propósito de que el 75 por ciento de los niños de cinco años, un récord, estén listos para aprender.

El Primer Ministro británico, Keir Starmer, durante una sesión de control al gobierno en la Cámara de los Comunes, en Londres

Para frustración de Starmer, la recepción ha sido unánimemente indiferente, casi fría: ha sido acusado de falta de ambición y de haber pasado por alto compromisos anteriormente esenciales, como convertir a Reino Unido en la economía que más crece en el G-7, la mejora de las Urgencias sanitarias, o la reducción de la inmigración, un reto para cualquier administración británica, que ha visto cómo el saldo neto en la materia no ha hecho más que aumentar en la última década. Asimismo, organizaciones de lucha contra la violencia contra las mujeres han expresado también su estupor ante la falta de mención alguna en la nueva cosmovisión de Starmer, cuando antes se trataba, supuestamente, de una prioridad.