Reino Unido

La dolorosa receta de la primera mujer al frente de la economía británica

La laborista Rachel Reeves anuncia la mayor subida fiscal en tiempos modernos y censura la herencia conservadora en su estreno con unos presupuestos generales

REino Unido
La Ministra de Hacienda Rachel Reeves posa para una foto mientras sostiene su caja presupuestaria frente al número 11 de Downing Street en Londres Efe

Los primeros presupuestos del nuevo Gobierno laborista marcan un hito en Reino Unido, y no porque hayan pasado casi quince años desde la última vez que el partido presentó unas cuentas generales. En los más de ocho siglos de historia de responsables de Finanzas (chancellor of the Exchequer, en inglés), el segundo puesto en importancia del organigrama institucional británico, tan solo por detrás del primer ministro, había estado ocupado por un hombre, pero en este final de octubre de 2024, una mujer, Rachel Reeves, se ha estrenado en la delicada tarea, y lo ha hecho anunciando la mayor subida de impuestos en tiempos modernos.

El reto no era fácil para Reeves, primer nombre femenino en la larga lista de 110 titulares de Finanzas en un país que, sin embargo, suma tres primeras ministras, todas ellas del Partido Conservador, la formación que el 4 de julio pasaba a la oposición tras 14 años en el poder. Y ha sido, precisamente, la herencia tory lo que la ministra ha empleado como justificante para una factura tributaria que aumentará en 40.000 millones de libras (unos 48.000 millones euros) a final de la década.

Más impuestos

La cifra llevaba días circulando en las incesantes especulaciones sobre qué sacaría Reeves de la chistera este miércoles, al igual que otras medidas que los mandarines del Tesoro se habían encargado de avanzar para evitar sorpresas desagradables y preparar a los mercados. A juzgar por su reacción, la maniobra ha dado resultado, puesto que la respuesta fue prácticamente de pasividad ante un discurso en el que todo ha sido a lo grande: más impuestos, ingente gasto público (sobre todo para Sanidad y Educación) y un endeudamiento mayor, para estimular la inversión.

Maletín

La ministra de Hacienda británica, Rachel Reeves, sostiene su maletín presupuestario frente al número 11 de Downing Street en Londres

El infausto recuerdo de la temeraria apuesta económica presentada hace dos años por otra mujer, Liz Truss, había estado presente en la coreografía del estreno de Reeves desde mucho antes de que esta compareciese en el tradicional posado con el maletín rojo donde los ministros de Finanzas llevan el discurso que, minutos después, leen en el Parlamento. La reacción en cadena provocada por el llamado mini-presupuesto de Truss cercenó el mandato de una ‘premier’ que no llegó ni a los 50 días, un desenlace que ha pesado en la planificación estratégica de Reeves desde su mudanza a su nueva residencia oficial, en el Número 11 de Downing Street.

“Agujero negro”

Tras solo días en el cargo, la ministra denunció un “agujero negro” de 22.000 millones de libras (26.400 millones de euros) ocultado por la administración anterior, allanando así el terreno para el severo correctivo que estaba por venir. Los presupuestos, con todo, se hicieron esperar hasta esta semana, un plazo extraordinariamente prolongado para una administración recién llegada al poder y que ha sido criticado como un error político, puesto que la demora derivó en un vacío de propuestas que ha minado significativamente la percepción pública del Ejecutivo. Hasta este miércoles, el anuncio más destacado había sido la retirada de la ayuda universal para la calefacción de los pensionistas.

La palabra más empleada en los 75 minutos que duró el discurso de Reeves fue “decisiones”, las que dice haber tenido que adoptar para restablecer la “estabilidad” en unas finanzas públicas “rotas” y devolver la “responsabilidad” a la sexta economía mundial. El problema es que la dura medicina de esta antigua niña prodigio del ajedrez coincide con el desencanto generado por el Laborismo en los apenas cuatro meses desde que ganó las generales, en los que no solo ha sufrido para concretar a qué aspira, sino que ha pagado tantos en propia puerta como polémicas donaciones, o luchas internas.

La gran oportunidad

Los presupuestos de este miércoles eran, por tanto, la gran oportunidad para revertir la suerte de un Gobierno obligado a lidiar con unos servicios públicos asfixiados por una anémica financiación y ofrecer soluciones ante el problema estructural de falta de inversión y crecimiento estancado. Pero la dificultad del legado no basta para proteger a Reeves de la virulencia provocada por un proyecto presupuestario que, irremediablemente, deja amplios segmentos descontentos.

Aunque durante la campaña electoral había mantenido que no elevaría impuestos como las contribuciones al equivalente a la Seguridad Social, el paquete presentado este miércoles sí aumenta la carga para las empresas, como se rumoreaba desde hacía semanas. El Ejecutivo alega que exime a los trabajadores, de hecho, ha mejorado el salario mínimo y no ha endurecido el IRPF, pero los negocios alertan del impacto de una subida tributaria de 25.000 millones de libras (30.000 millones de euros) anuales, especialmente para las pymes. Y, por si fuera poco, abre un tóxico flanco de ataque de que el partido no ha sido honesto con los votantes.

Reeves, no obstante, espera que cale la narrativa de que la dolorosa terapia no solo es necesaria, sino inevitable, después de que los conservadores “rompiesen con su austeridad el sistema de salud, dañasen con su acuerdo del Brexit a los negocios y disparasen el coste de las hipotecas con el mini-presupuesto” de Truss. La idea es, por tanto, que este estreno de Reeves supone un presupuesto extraordinario para resolver cuanto antes la herencia ‘tory’ y permitir, ya en años venideros, una mayor flexibilidad. La amplia mayoría absoluta obtenida en julio otorga al Laborismo un envidiable capital político para aplicar cualquier medicina, pero Reeves, primera mujer al frente de las finanzas británicas, está obligada también a demostrar la eficacia del tratamiento para garantizar que la ciudadanía acepta la receta.