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Cómo entender el veto de México al jefe de Estado español

Claudia Sheinbaum - Internacional
Claudia Sheinbaum sonríe con un sombrero típico mexicano (EFE)

Que México no invite al jefe de estado de España a la toma de posesión de su presidenta electa, no es un tema protocolar solamente, sino que es una afrenta irrespetuosa e injerencista, motivada además por el populismo más burdo e hipócrita posible. El fondo de la cuestión es tan ridículo que cuesta tomárselo en serio, porque es como si España le exigiera a Italia, Francia y a los países árabes que le pidan perdón por las invasiones romana, napoleónica, y musulmana, respectivamente. Pero la forma en la que ahora se materializa este delirio, nada menos que con el veto al Rey Felipe VI, tiene connotaciones muy serias que, unidas a otros episodios de política exterior española en Hispanoamérica, conforman un cuadro bastante desalentador.

Empecemos por el principio. La América Española es una realidad inexistente. Realidad porque como dijo Carlos Rangel en su libro Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario, “los diez mil kilómetros que separan el norte de México del sur de Chile y Argentina son una distancia geográfica, pero no espiritual… suman una sola cultura, la cultura hispanoamericana, implantada en 18 naciones independientes… Se trata de uno de los prodigios más asombrosos de la historia, que está a la vista, irrefutable”. Pero esa realidad es tan clara como inexistente porque ha sido negada a los dos lados del Atlántico, al punto que su legítimo nombre de “América Española” nunca le fue concedido, y en cambio fue bautizada con esa construcción ideológica de los franceses que llamaron “Latinoamérica” o “América Latina” a todo lo que no era anglosajón, diluyendo así el legado de España y la identidad de las naciones hispanoamericanas, que tienen poco en común con Brasil, y casi nada en común con las ex colonias británicas, holandesas y francesas.

AMLO

Fotografía cedida por la Presidencia de México, del mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador y de la presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum durante un acto protocolario en el Palacio Nacional de Ciudad de México

Hoy ser latino es casi un estigma, que no explica nada y deja a todo un continente en un limbo, sin identidad y a los pies de la primera potencia mundial. Un colectivo que no tiene dolientes, porque somos muy blancos para merecer compasión, y muy oscuros para pertenecer a Occidente. Por eso solo se reivindican a los “nativos americanos” y a los “afroamericanos”, dejando en un purgatorio a todo lo que tenga rasgo europeo, porque nadie nunca hablará de los euroamericanos, a pesar de que fueron ellos y no otros, los que independizaron y fundaron las actuales repúblicas. Por eso no sorprende que hoy una euroamericana como la presidenta electa de México vete al Rey de España para su toma de posesión, como protesta por la conquista de hace más de quinientos años, olvidando que la república que ella hoy representa no fue independizada por indígenas, sino por españoles que además alegaron la monarquía y hasta el absolutismo a favor de su causa.

La independencia de Hispanoamérica tuvo como detonante la invasión de Francia a España y la lealtad a la monarquía. Fue una guerra entre españoles bajo el formato de secesión. El padre de la patria mexicana, Manuel Hidalgo y Costilla, español y cura para más señas, inició la guerra de independencia con el famoso grito de dolores con proclamas del tenor: “Viva Fernando VII, viva la religión católica y muera el mal gobierno”. Pero esto a nadie parece importarle ya, porque forma parte de ese borrado de la historia junto a los tres siglos de conquista en los que se fundaron todas las ciudades hoy existentes y se dio el milagro del mestizaje. Un fenómeno casi exclusivo de la colonización española en América que creó una identidad nueva en el mundo con la mezcla entre europeos, indígenas y africanos, dando como resultado una diversidad étnica espectacular con la aparición de mestizos, zambos, mulatos, castizos, moriscos, cholos, criollos, etcétera. Algo que por cierto no sucedió en las colonias inglesas y francesas, y que debería ser reivindicado en la actualidad ante el avance de los nacionalismos xenófobos.

Un legado sin complejos

Es como si no hubiera pasado nada en esos tres siglos que separan a Colón de Bolívar. Por cierto, que Bolívar haya llamado “Gran Colombia” a su proyecto de Estado posterior a la independencia, es otra muestra irrefutable de que los padres de la patria asumían el legado europeo sin ningún complejo. Nunca se hubieran imaginado que dos siglos después se iban a derribar las estatuas de Cristobal Colón, a cuenta de un indigenismo tardío y populista. Y es que el indigenismo es la negación de la cultura europea, o sea, es negarse a si mismo, porque las actuales repúblicas americanas se fundamentan en los valores y principios occidentales. Matar ese vínculo es a su vez renegar de la cultura occidental y más específicamente de la democracia liberal como paradigma. Es retrotraernos a un pasado salvaje sin Estado de Derecho. Es, en definitiva, la desoccidentalización de la América Española.

Es España quien debe primero abrazar su historia y sentir orgullo por su legado, para luego construir una política coherente de acercamiento con las naciones hispanoamericanas, de igual a igual, sin superioridad imperial, pero tampoco sin complejos y buenismo, que al final solo se traducen en alimento para caudillos en detrimento de las libertades fundamentales de pueblos enteros. La ruptura de relaciones diplomáticas, por razones ideológicas, con un gobierno con legitimidad democrática incuestionable como el argentino, contrasta bastante con la mano izquierda con la que se trata a Venezuela, que es una dictadura que tiene secuestrados a dos españoles como chantaje, y ahora a México que simplemente no reconoce la jefatura de Estado española. Es la negación de algo que, a pesar de ser real y necesario, nunca existió: la América Española.