La campaña más predecible en la historia de los Estados Unidos se transformó en una contienda repleta de disonancias. Se vio en la apertura de la convención Demócrata. Joe Biden cedía el testigo con una puesta en escena agridulce, mirando al pasado para apuntalar un legado de medio siglo en el epicentro del poder político, mientras Hillary Clinton proyectaba en la figura de Kamala Harris la oportunidad del cambio, para avanzar hacia un nuevo futuro si consigue el 5 de noviembre derrotar a Donald Trump.
Es lo que ella no pudo hacer hace ocho años. El discurso de Clinton se apoyó en gran medida, de hecho, en la naturaleza rupturista de su candidatura y la de Harris. Agradeció que esto sea posible por la visión de las mujeres que allanaron el camino para que ellas pudieran dar el puñetazo definitivo al techo de cristal. “Ojalá nuestras madres pudieran vernos”, dijo ante los delegados, vestida de blanco en un guiño hacia las sufragistas, “y nos dirían que sigamos”.
Si la tendencia de las encuestas se confirma en las urnas, Harris hará historia como la primera mujer presidenta de los EE UU. La naturaleza de género de este paso histórico, sin embargo, es algo que siempre trata de esquivar. Básicamente deja a otros que lo resalten por ella. Lo hizo en la campaña para fiscal general de California, después como senadora y en las pasadas elecciones como candidata.
Desmarcarse respecto a Clinton
En esta campaña dominada por los cambios continuos de guion, la cuestión del género de la candidata representa también un claro desmarque estratégico respecto a Hilary Clinton, que recurrió a su condición de mujer como incentivo para dar significación histórica a su movimiento. El simbolismo llegó al punto de que eligió el centro de convenciones Javits en la ciudad de Nueva York, cubierto enteramente con un armazón de cristal, para celebrar la victoria.
El momento y las circunstancias son diferentes a las de hace ocho años, en gran medida por la transformación cultural del electorado. El movimiento MeToo permitió que muchas más mujeres ocuparan desde entonces cargos de poder a todos los niveles, tanto en el ámbito público como privado, y eso beneficia enormemente a Harris. Pero su perfil bajo refleja al mismo tiempo la lección aprendida ese dramático primer martes de noviembre en 2016 y se alinea con la táctica de la republicana Nikki Haley.
Al mismo tiempo, su campaña quiere que el elector se centre más en sus logros como fiscal, senadora y vicepresidenta que en jugar la carta de género o racial. Es calcado a lo que hizo el equipo de Barack Obama en las elecciones de 2008, consciente de que es un arma de doble filo que te puede ayudar igual que acorralar. Era muy raro que el demócrata hiciera mención a su origen étnico en los discursos y anuncios televisivos. Su mensaje trataba de llegar a un electorado blanco en los estados decisivos, los que necesita ahora recuperar Kamala Harris para ganar.
La carta del género
Hay un elemento distintivo. Harris abrió camino durante toda su carrera, fue la primera en múltiples ocasiones aunque en sus intervenciones públicas trata de hablar siempre de lo que hicieron otras para que ella pudiera llegar donde está más que mencionar sus logros personales. Tampoco limita ese avance exclusivamente a las mujeres ni a la comunidad negra, para así proyectar que será presidenta de todos.
Y como en el caso de Obama, la demócrata no niega su identidad pese a que el programa de la convención evite hacer referencia a la cuestión de la potencial primera mujer presidenta. Lo que esperan los estrategas es que el hecho de que haya servido durante tres años y medio de vicepresidenta haya acostumbrado a los estadounidenses a tener a una mujer en la Casa Blanca -Clinton ya rompió la barrera de ser la primera mujer nominada para ocupar el Despacho Oval.
La gran pregunta que se hacen los analistas políticos es si el entusiasmo que genera ahora Kamala Harris entre los demócratas es porque les gusta o porque como en el caso de Barack Obama ven que es capaz de liderar un nuevo movimiento. Esto segundo es mucho más complejo de construir y la carta del género no solo te limita al conectar con el electorado, como le sucedió con Hillary Clinton, además te impide convertirte en un símbolo.