Pánico es la palabra que recorrió el mundo el viernes. La portada de ‘Time’ se atrevió a gritarlo y Jill Biden lo convirtió en siete palabras “has hecho un gran trabajo, has contestado a todas las preguntas”. No se puede resumir la situación mejor. Ahora las preguntas nos las hacemos nosotros: ¿Cómo es posible que hayamos tenido que llegar hasta aquí? ¿Qué hacemos ahora?
El presidente Joe Biden no puede presentarse y la única que puede convencerle de no hacerlo es Jill Biden. La misma que en estos meses ha estado permanentemente al quite de las situaciones más embarazosas, consciente de que su marido está mejor de lo que parece y peor de lo que se espera. Desde Europa comenzamos a ver lo que los americanos vieron el jueves noche durante los días de celebración del Desembarco de Normandía. Cuando Jill Biden le cogió del brazo para guiar su salida de escena mientras los veteranos esperaban saludar al presidente. Las versiones que se contaron fueron distintas. Ninguna muy clara. Lo que si estaba claro es que tenia que salir de allí y de forma inmediata. Una urgencia. En el G-7 fue Giorgia Meloni quien acudió al rescate, aunque las imágenes dejan dudas sobre si quería saludar al paracaidista americano antes de posar. Son detalles y ya los detalles no importan. En el debate hubo tiempo suficiente de percibir la realidad. Biden está cansado y deteriorado. Nada que no sea normal, por otra parte. A la edad se suma el peso enorme de una responsabilidad difícil de imaginar: estar al frente de la Casa Blanca. La mayor responsabilidad del mundo. Sin exageraciones ni complejos.
Aun así, Joe quiere presentarse a la reelección y Jill no parece querer contradecirlo. El pánico ha llegado cuando los donantes han visto no un ‘pato cojo’ sino un pato al horno. Perfectamente listo para ser comido por un Trump casi misericordioso ante una debilidad tan patente. Lo hierático de sus formas no ayudan, hay algo en tanta parálisis facial que hace pensar en el daño que hacen las toxinas botulínicas. Terminado el debate fue Jill Biden quien se acercó al atril para ayudarle a bajar el escalón de la tarima que hizo con dificultad. Empezaba el post debate y la hora de la verdad.
La posibilidad de “echar” a Biden de la carrera presidencial es mínima. La única opción es que él decida retirarse. De ahí la importancia de Jill que, desde el jueves, ha tomado las riendas de la campaña justificando su actuación en el debate sin parar. Hasta entonces, lo que pretendía el Partido Demócrata era nominarle antes de la Convención Nacional Demócrata (DNC) de Chicago que se celebrará del 19 al 22 de agosto. En la Convención el candidato tiene que tener el apoyo de la mayoría de los “delegados”, los militantes del partido, que le eligen formalmente. Estos delegados se asignan a los candidatos proporcionalmente según los resultados de las elecciones primarias de cada estado. Este año, Biden ganó casi el 99% de los casi 4.000 delegados. Según las reglas del DNC, esos delegados están “comprometidos” a apoyar al presidente en funciones. Por eso sólo si Biden decide retirarse voluntariamente, podría cambiarse el candidato. En ese caso, la convención quedaría abierta a los posibles nominados y se votaría hasta conseguir que uno reciba la mayoría de votos de los delegados. Es evidente que eso desencadenaría, como ha hecho ya, una frenética competición entre los demócratas que buscan una oportunidad para la nominación.
Conscientes del terremoto que viene, la familia Biden se ha reunido en Camp David el fin de semana. En la agenda estaba prevista una sesión de fotos con Anne Leibovitz para la Convención, puede que haya cambiado el “objetivo” para ayudarles a tomar la decisión. Es él quien tiene la última palabra y Jill la única que -de verdad- puede convencerle. Cuesta pensar que quiera que el mundo sea testigo de su decrepitud en directo. No hay tiempo que perder.
Parte de la negociación consiste también en saber quién le reemplaza y si ungirá a un candidato o candidata. Primero, que Biden lo deje y después, saber a quién deja. Kamala Harris sólo podría sustituirle si desiste de su función de presidente, que no ocurrirá; pero no si lo hace como candidato. Además, las posibilidades de que ella gane la elección son nulas porque su popularidad es mucho más baja que la de Biden. Tiene que haber más candidatos y los habrá. Quedan sólo cuatro meses. La carrera ya ha comenzado. El primero en dar el relevo es Biden. Eso sí, necesita que Jill le prepare el testigo.