Era la crónica de una guerra anunciada. Pero, aunque el guión parecía estar escrito, a Adi Frenkel se le despertaron los fantasmas del pasado. “Esto es una locura. Empezaron a disparar misiles a nuestra zona ya el domingo, pero desde la tarde del lunes es un no parar. En dos ocasiones, las alarmas antiaéreas sonaron junto al impacto del proyectil, y en mi casa vivo sin cuarto blindado”, cuenta esta israelí desde Tivon, una localidad cercana a la mediterránea bahía de Haifa.
El lunes estalló definitivamente la guerra total entre las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y la milicia chií Hizbulá. En los bombardeos masivos de la aviación hebrea sobre lanzaderas de misiles y almacenes de armamento del grupo proiraní, murieron al menos 365 personas, según informó el ministerio de Sanidad libanés. En Israel no se registraron víctimas mortales, pero Hizbulá elevó la intensidad de sus ataques, que sumieron a todo el norte del país bajo misiles, drones y alarmas antiaéreas constantes. Se produjeron algunos impactos directos en viviendas, y varias personas resultaron heridas mientras corrían a refugiarse.
Revivir un trauma
Para Adi, los ‘booms‘ constantes sobre su cabeza le despertaron un postrauma que creía haber superado. “Crecí en un poblado fronterizo, y viví momentos terribles encerrada en el refugio comunitario, recordar el olor de ese cuarto me aterra. En la guerra de 2006, me cayó un misil cuando circulaba con mi hermana. Pero no hay comparación con esto: los ‘booms’ de hoy son impresionantes, todo a nuestro alrededor está temblando”, dice por videollamada a Artículo14 desde el sofá de casa. Mientras habla, asume que pasará otra noche sin dormir.
Pese a que en Tivon vive gente de clase alta con cuartos blindados en casa, también hay barrios, como el suyo, donde las viviendas antiguas no están protegidas. Cuando suenan las sirenas, se tira al suelo y se cubre la cabeza. O corre a casa de su vecina, que tiene un cuarto subterráneo.
Nadie sabe cuánto durará la guerra ni qué consecuencias tendrá. El primer ministro Benjamin Netanyahu prioriza ahora el retorno de los cerca de 80.000 israelíes desalojados del norte del país desde el pasado 8 de octubre, cuando empezaron los disparos desde Líbano. Tras los bombardeos masivos de ayer, el portavoz de las FDI Daniel Hagari afirmó que “tras cada explosión, vemos estallidos secundarios, de edificios que almacenaban municiones y proyectiles. Es probable que parte de las víctimas sean debido a estas explosiones”. En total, las FDI afirmaron haber golpeado 1.300 objetivos de Hizbulá, incluidos misiles de largo alcance capaces de alcanzar todo Israel.
La vida en espera
Por ahora, la vida está en ‘standby‘. Los colegios cerraron, y medio millón de alumnos están encerrados en casa. Lo mismo ocurre con la mayoría de los trabajos. Pero para Adi, que trabaja cuidando ancianos, operar en estado de guerra supone un reto añadido. “Fui a cuidar a un hombre, aunque no debía. 20 minutos antes de abandonar su casa, empezaron a caer misiles. Y él tampoco tiene refugio, así que por ahora no volveré”, lamenta. Dice sufrir mucho por los estallidos: “Parezco una niña pequeña. Me quedo paralizada, tumbada en el suelo, rezando el Shemá Israel”. Pese a crecer en un entorno laico, en los últimos años se acercó a la religión.
El Ejército ordenó a los civiles del norte permanecer cerca de los refugios, estar suficientemente abastecidos, y tener una radio a mano, para evitar quedar incomunicados si se corta la electricidad. “No tengo radio, pero con el estruendo de las alarmas me es suficiente”, reconoce. Pese a la situación crítica, Adi cree que Israel superará los tiempos difíciles, y confía en que Netanyahu manejará la situación lo mejor posible.
“Todos los izquierdistas hablan mal de Bibi, pero acabarán entendiendo que hizo lo más adecuado. Estamos en una guerra de la luz contra la oscuridad”, considera. Adi cree que la división interna y las protestas contra el gobierno son un lastre para la unidad que necesita el país en tiempos de guerra. En su criterio, la operación atribuida a la inteligencia hebrea en Líbano, en que miles de dispositivos de comunicación portados por operativos de Hizbulá estallaron, demuestran que el liderazgo político y militar toma las medidas necesarias. “La izquierda se ciega con tonterías, protestando contra leyes y cargando contra los religiosos”, protesta.
Mientras no se resuelve el conflicto y se multiplican los dilemas sobre cómo será el futuro de Israel, la vida se pone más cuesta arriba. “Sufrimos mucho. Los sueldos son escasos, y los precios suben cada dos semanas. Ya no como carne ni pescado, vivo de frutas, verduras y pan. El alquiler y las facturas también suben, por lo que la agonía económica nos agota”, afirma.
Pese a que todo el tiempo sufre por su futuro, Adi llevaba meses esperando este día. “Tenía claro que la guerra en el Líbano era inevitable, y que sufriremos. Lamentablemente, los rehenes (israelíes cautivos en Gaza) ya no están con nosotros. Ahora Israel va en serio, y todo está más cerca de terminar”, vaticina. En línea con la política del Ejecutivo de Netanyahu, esta israelí ve inviable el alto al fuego en Gaza, que permitiría liberar a los 101 israelíes cautivos en manos de Hamás. Tal como prometió Hassan Nasrallah, líder de Hizbulá, sus misiles seguirán golpeando Israel hasta que no termine la guerra en Gaza. Aunque suponga la muerte y el desplazamiento forzoso de la población del sur del Líbano.
Adi, incapaz de vaticinar que ocurrirá en el terreno militar, cree que “estamos luchando por nuestras vidas. Siempre hubo víctimas en la historia del pueblo judío, pero espero que esto suponga un renacer. Debemos permanecer fuertes. Por ahora, solo me queda esperar a la próxima alarma”, concluye.