Ilana Gritzewsky sobrevivió a 55 días de cautiverio en Gaza, pero su cabeza y su corazón siguen cautivos en los túneles. Esta joven israelí, que fue capturada por Hamás de su casa en el kibutz Nir Oz el 7 de octubre de 2023, sigue estancada en una pesadilla interminable. “Pasé una experiencia imposible de imaginar. Fui secuestrada, abusada, herida y abandonada, aislada e indefensa. Tuve que luchar cada momento para sobrevivir y no perder la esperanza”, reconoció con la voz rota en una videoconferencia con periodistas internacionales, en la que participó Artículo 14.
Ilana huyó del horror durante la tregua de una semana en noviembre de 2023, pero su novio Matan Zangauker lleva 560 días en el infierno gazatí. En uno de los últimos clips de propaganda publicados por Hamás, apareció un reloj de arena con su nombre: “El tiempo se agota”. Matan es una figura simbólica: su madre, Einav Zangauker, se convirtió en una guerrera involuntaria, que lucha hasta el último aliento para intentar devolver a su hijo a casa.
"I was kidnapped from my home, abused, hurt, and left alone – isolated and helpless. I had to fight every moment to survive and to not lose hope."
Ilana Gritzewsky and her partner Matan Zangauker were abducted from their home in Kibbutz Nir Oz on Oct 7. Ilana was released after… pic.twitter.com/vRe2ZYRnIq
— Aviva Klompas (@AvivaKlompas) March 27, 2025
Abusos sexuales
Esta semana, la joven contó en una extensa entrevista al New York Times los abusos sexuales que sufrió durante su cautiverio. “Mientras me llevaban en moto entre golpes, el terrorista empezó a meter mano entre mis piernas. Me rompieron la cadera, me dislocaron la mandíbula, me quemaron la pierna y perdí la audición tras el estallido de una granada. Pero no estaba dispuesta a que empezaran a tocarme, y me desmayé”, recuerda.
Despertó en un piso abandonado, con “terroristas encima y medio desnuda”. Les rogaba que no la violen. Además de las graves heridas, Ilana es diabética, y sufría un dolor de estómago agudo. “Era una marioneta para ellos, no tenía derechos humanos. Te dictan cuando puedes ir al baño, dormir, hablar… Sientes que tu vida pende de un hilo, y debía aferrarme a seguir luchando”, prosigue.
Agotamiento
Ilana está agotada de explicar sus vivencias, y el agravió se acrecentó tras revelar los abusos sexuales que sufrió. “Es mi experiencia, mi dolor. Nunca me gustó compartirlo, pero no tengo ese privilegio. No puedo quedarme callada y sentada sin alzar la voz, mientras hay gente que sigue sufriendo eso. Hay pruebas de que hombres también sufrieron violencia sexual. Matan podría estar pasando esto”, vaticina.

Los familiares de los rehenes que siguen en manos de Hamás protestan contra Netanyahu
Para la ex rehén israelí, el dolor se agudiza ante el sentimiento de soledad, o incluso de negación. “Mientras cuento mi historia, todavía se escuchan voces negando lo ocurrido. Grupos internacionales de defensa de las mujeres no alzaron la voz por nosotras, por el hecho de ser judías”, protesta.
El tiempo se agota
La guerra volvió, el tiempo pasa, y las esperanzas de devolver con vida a los 59 rehenes -se estima que menos de la mitad viven- se esfuman. Ilana se siente culpable: “¿Por qué yo estoy aquí, y ellos no?”, se pregunta. Su vida está congelada. Cada vez que abre la nevera, piensa en el plato que la falta a Matan. Lo mismo cuando se ducha, o sale a la calle en libertad. “Ellos hacen sus necesidades en un bote en un túnel, frente a todos”, asevera.

Einav Zangauker, madre del rehén israelí Matan, secuestrado durante los atentados de Hamás del 7 de octubre
Su día a día se base en seguir luchando, pese a que ni el gobierno de Benjamin Netanyahu ni Hamás parecen dispuestos a frenar la agonía. “No permaneceré en silencio, debo gritar por los que no pueden. Cada día sin tregua es un riesgo para ellos. Están débiles, heridos, en situaciones médicas críticas, no podemos abandonarles”, suplica. Recuerda que es un deber moral para el estado de Israel, que falló en la protección de sus ciudadanos. “Solamente pedimos a nuestro gobierno, a los mediadores, y al mundo entero que hagan lo correcto: esto no termina hasta que el último de los rehenes vuelva a casa”, insiste.
¿Rehabilitación?
Le preguntan por su rehabilitación, pero asume que, por ahora, es misión imposible. “La otra parte de mí, con quien debía construir una vida, sigue cautiva”, continua. Tampoco tiene tiempo para terapias: se pasa la vida hablando con diplomáticos o periodistas, en Israel o en el extranjero. También en las manifestaciones en las calles de Tel Aviv. Solo espera que el resto de las madres puedan sentir el abrazo de sus hijos, como ocurrió con la suya.

Una mujer frente a la casa donde fueron secuestrados los gemelos israelíes Gali y Ziv Berman, durante una concentración para pedir su liberación, en el kibutz Kfar Aza
“Que los vivos vuelvan, y los muertos puedan ser enterrados. Que sus familias cierren el circulo de dolor, y no seguir encallados en el 7 de octubre. Yo solo quiero volver a hacer pasteles, tomarme un café y fumar un cigarrillo en el patio con Matan”, insiste. Su sueño es crear una familia, y no seguir dando vueltas al mundo contando su historia.
El peligro de la guerra
Con la vuelta a la guerra, los familiares de los rehenes consideraron que Netanyahu abandonó definitivamente a los que quedaron en Gaza. “Mi gobierno debe hacer todo lo posible por traerlos. Agradezco a Trump por lograr liberar a parte de los rehenes, pero urge un acuerdo para terminar la guerra y que vuelvan todos, esa es la solución”, opina. Insiste en que la suya es una causa universal, más allá de religiones, etnias o naciones.
En Gaza, miles de civiles vencieron el miedo y salieron a protestar contra el régimen represor de Hamás, pidiendo el fin a la guerra. “Si quieren derechos humanos básicos, tienen que alzar la voz para que un grupo terrorista deje de gobernarles. Que puedan ser libres, tengan elecciones, y el mundo entienda que merecen libertad. ¡Qué también alcen la voz para el retorno de los rehenes!”, añade.
Ilana sobrevivió de milagro a los bombardeos israelíes. En varias ocasiones, edificios enteros se derrumbaron a su lado. “Mi vida corría peligro todo el tiempo. En los túneles no hay aire. Son estrechos, llenos de piedras y cables, con bajadas inclinadas y olor a humedad. Sin luz y sin higiene”, rememora. Pero siente que Dios le encargó una misión: ser la voz de los olvidados en los túneles de Hamás.