Hoy es el día de más peligro, nos dicen. Todo está controlado y ante cualquier amenaza a nuestra seguridad nos volvemos. Aun así, las explicaciones sobre cómo actuar en caso de alerta de misiles ponen a una un poco tensa. Nada de correr, tirarse al suelo y poner las manos sobre la cabeza. “Para que el misil no te detecte”.
Nos dirigimos, desde un hotel de Tel Aviv, a la frontera de Israel con el sur de Líbano. Antes de que el autobús salga -en un viaje organizado por la EIPA, Europe Israel Press Association-, miro por la ventana: una familia israelí sale del hotel con sus hijos pequeños, sentados en dos carritos. Una de las alrededor de 150.000 personas que se alojan donde pueden después de que la masacre del 7 de octubre perpetrada por Hamás les dejara sin hogar. Refugiados dentro de su propio país. Detrás del hotel, jóvenes madrugadores juegan al voleyball en la playa. Sentir un poco de normalidad en la ciudad que nunca duerme reconforta.
A pocos minutos de llegar a nuestro destino, se pierde la señal de wifi en el autobús. Nos explican que han desconectado la señal GPS para que Hizbulá no pueda detectarnos. También se ha modificado la agenda de horarios y entrevistas del día previstas “por temas de seguridad”.
Una base militar israelí de control nos deja pasar. Antes de tomar la curva que nos conduce al kibutz Matzuba, una señal amarilla escrita en hebreo nos advierte de que estamos en zona de alcance de misiles de la organización chií. Proseguimos unos metros más adelante antes de detenernos y bajar a tierra firme.
Moshe Davidovich, alcalde del Consejo Regional de Match Asher, nos recibe. Una leve lluvia comienza a caer, lo que hace la zona más lúgubre aún, ya que 80.000 personas han sido evacuadas de sus hogares en esta zona de conflicto. Davidovich señala una montaña que se abre ante nosotros, a unos 2 kilómetros de distancia, recorrida de arriba abajo por un muro en zig-zag: la frontera que divide Israel con el sur de Líbano. Una de las fronteras más conflictivas del mundo. Protagonista, desde el ataque iraní sin precedentes a Israel el pasado sábado, mediante drones y misiles, que fue neutralizado por Israel.
La entrevista con Davidovich tiene lugar unas semanas antes de la ofensiva. Nos informa precisamente de cómo el “Iron Dome“, o Cúpula de Hierro israelí, consigue interceptar la batería de misiles que lanza Hizbulá. “Los misiles conseguimos pararlos, aunque a veces se nos cuela alguno. Pero convivimos con drones que se paran frente a nuestras casas”.
Junto con el coronel retirado Kobi Marom, ex miembro de las IDF -Fuerzas de Defensa de Israel-, nos adentramos en la “war room“, un especie de búnker desde el que estudiar y preparar la estrategia de defensa israelí. Antes de proseguir, tapan un mapa colgado en la pared con indicaciones para que no podamos fotografiarlo.
Retener al enemigo en el río Lítani en una guerra de desgaste ha sido el objetivo del presidente Netanyahu, sin calibrar una ofensiva más agresiva por varios motivos. El principal y que defienden tanto Davidovich como Marom, es que no interesa una guerra en mayúsculas contra Irán. Reducir a Hamás y controlar la frontera en el norte ha sido la principal línea de actuación. “Israel puede hacer desaparecer Líbano, pero nadie quiere esa guerra”.
La superioridad militar exhibida por Israel tras este último ataque ha quedado patente, algo que los ayatolás conocen, una exhibición de fuerza para copar titulares sin resultado. “En Líbano tampoco quieren una guerra, la situación económica y política es muy mala allí”, informa Maron.
En definitiva, mantener viva la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que reclama el cese de hostilidades entre Israel y Líbano, y que los refugiados israelíes en su propio país puedan regresar a sus casas.
La respuesta de Israel se conocerá en las próximas horas. A Estados Unidos, máximo apoyo de Israel, y pendiente de su calendario electoral ante sus próximas elecciones, no le interesa un conflicto bélico. Irán ha calificado de “irresponsable” la condena de Francia y Reino Unido al ataque.
“Una guerra total sería terrible”, advierte Maron, que, a su juicio, no interesa a ninguna de las partes. A Irán le supondría un desgaste de fuerzas en Líbano, e Israel duda de que pueda detener una cascada de miles de misiles al día. Además del desgaste de tener dos frentes abiertos, uno en el norte y otro en el sur en Gaza. “Supondría que parte de esos misiles que no pudiéramos interceptar cayeran en todo Israel”.
En algunos momentos. Cuando abandonamos la zona, a mitad de camino entre el norte y Tel Aviv, nos informan: “15 minutos después de que saliéramos, Hizbulá ha tirado más de una decena de misiles. Dos no han sido interceptados, y un soldado israelí ha resultado herido”.