En la gran avenida londinense de Whitehall, sede de la mayoría de los ministerios del Gobierno británico y acceso principal a la residencia oficial de los primeros ministros, en la adyacente Downing Street, un gran monolito de bronce ejerce como recordatorio silencioso del esencial papel de las mujeres en la II Guerra Mundial. Pese a estar vetadas de la primera línea de combate, las británicas jugaron un rol fundamental para el esfuerzo bélico y sin su contribución en el Día-D, del que ahora se conmemora el 80 aniversario, probablemente el desenlace de aquel 6 de junio de 1944 habría sido diferente.
En los sucesivos actos conmemorativos que rinden tributo al coraje y al sacrificio de quienes, con su llegada a la costa norte de Francia, decantaron el conflicto a favor de los Aliados, la aportación femenina tiende a pasar desapercibida. Sin embargo, su trabajo en la sombra en materia de inteligencia, comunicaciones, apoyo médico, logístico y múltiples roles auxiliares fue vital para sentenciar el curso de la historia.
Muchos de los efectivos materiales empleados en el Desembarco de Normandía habían sido fabricados por mujeres, que, como habían hecho ya durante la I Guerra Mundial, asumieron roles tradicionalmente masculinos cuando las fábricas se vaciaron de los trabajadores que tuvieron que marchar al frente a luchar. Su decidida intervención no solo permitió liberar a millones de hombres para combatir, sino que, crucialmente, permitió que la cadena de producción se mantuviese en casa, una garantía clave en una economía de guerra.
En paralelo a los patrones clásicos ejercidos durante décadas, ligados especialmente al área sanitaria, de asistencia y de apoyo psicológico, la II Guerra Mundial fue testigo de cómo las mujeres ampliaban su radio de cobertura, convirtiéndose en avanzadas profesionales en la descodificación de mensajes, analistas de inteligencia, operadoras de radar o cartógrafas, claves, en todos los casos, para una de las operaciones militares más significativas de la historia.
Movilizar a las mujeres
En lugar de combatir, su aportación al Día-D fue a través de la dotación de mano de obra, de inteligencia y de un despliegue logístico sin el cual la mayor maniobra colectiva por mar y aire jamás desplegada hasta entonces difícilmente se habría saldado con éxito. La decisión de Reino Unido, al igual que otros de los Aliados, como Estados Unidos, de movilizar a las mujeres para el esfuerzo de guerra supuso una victoria estratégica frente a Alemania, que había optado por tirar, más allá del campo de batalla, de trabajos forzados para el monumental dispositivo bélico.
En una época en la que la participación femenina en gremios dominados por hombres era residual, la presencia de ellas en Bletchley Park, el centro de operaciones montado por Reino Unido para descifrar las comunicaciones de los nazis, era notable. Allí participaron de forma esencial en las complicadas labores para desmontar a Enigma, el sistema de transmisión de mensajes alemán y cuyo desenmarañamiento fue básico para el éxito del Día-D.
640.000 en las Fuerzas Armadas
En total, se calcula que unos 7 millones de británicas sirvieron a su país de alguna manera durante la II Guerra Mundial y hasta 640.000 lo hicieron directamente en las Fuerzas Armadas, lo que supone más de la mitad de los 1,1 millones de mujeres que participaron en alguna capacidad militar en las tropas aliadas de Occidente. Entre ellas figuró incluso la por entonces heredera a la Corona británica, la que años después se convertiría en Isabel II: quien de aquella era la princesa de Gales se formó como conductora y mecánica en el llamado Servicio Auxiliar Territorial (ATS, en sus siglas en inglés), la rama femenina del Ejército británico que, entre otras cosas, transportaba tropas, suministros y equipamiento, y comprobaba que maquinaria y vehículos estuvieran en correcto funcionamiento.
Junto al Real Servicio Naval de Mujeres y la Fuerza Aérea Auxiliar, también femenina, las integrantes del ATS se encargaron asimismo de las fundamentales transmisiones por cable, operando complejos equipos para garantizar comunicaciones seguras y fiables entre los Aliados; así como de mantener las líneas de comunicación en funcionamiento, trabajando en los Royals Corps of Signals (los Reales Cuerpos de Señales), habitualmente en condiciones extremadamente adversas.
800 británicas murieron en acto de servicio
Algunas asumieron cometidos más arriesgados incluso, con la participación en el Special Operations Executive, la organización creada para conducir misiones de espionaje, sabotaje y reconocimiento en las áreas ocupadas, y en la que las mujeres lograron menoscabar operaciones alemanas y reunir inteligencia crítica para el conflicto. De hecho, aunque técnicamente tenían prohibido participar en combate, se estima que más de 800 británicas murieron en acto de servicio durante la II Guerra Mundial.
La heroicidad de las mujeres dejó huella en todos los ámbitos, no solo las factorías en las que se aseguraron de que las máquinas no dejaban de producir, sino en los campos de cultivo, claves para la sostenibilidad de un país en guerra; en los hospitales y en cada hogar que impregnaron de resiliencia. De ahí que del gran monolito que les rinde homenaje en Whitehall cuelguen simbólicamente, esculpidos en bronce, 17 uniformes que representan los trabajos que asumieron, y que, junto al del ATS, el del servicio naval y el del aéreo, figuren también un atuendo de policía, otro de enfermera, o una máscara de soldar.